Chris

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Suspiré aliviado cuando escuché las palabras de Lisa. Había conseguido salir de esa por los pelos, aunque era consciente de la tensión de Karen. Me daba la sensación que no le había hecho mucha gracia mi mentira. Pues no entendía el porqué, al fin y al cabo, era ella la que decía que no debíamos de avergonzarnos por confesar nuestros miedo, ¿no? Menos le tendría que molestar confesar un miedo falso.

Cuando se marcharon todos me recosté en mi sitio más tranquilo. Ahora venía lo peor de los vuelos: el aterrizaje. Según las estadísticas los momentos más peligrosos de un vuelo eran al despegar y al aterrizar, siendo este último en el que se producían más accidentes. ¡Maldita sea! ¿Por qué narices había tenido que investigar en internet antes de coger el avión? Me agarré con fuerza al reposabrazos e inspiré con profundidad para tranquilizarme. Si conseguía llevarlo tan bien como el resto del viaje podría confirmar que había salido bien parado de ésta. Y parecía que si estaba junto a Karen aquello no sería tan difícil. Mi cuerpo se relajó. Al parecer mi ángel negro era mi talismán para enfrentarme a las alturas. Sonreí satisfecho cuando mi corazón volvió a su ritmo.

—¡Eres un cabrón mentiroso!

Mi paz interior a la mierda. Miré a Karen que parecía... furiosa.

—¿Qué? —dije.

—Has mentido a todo el mundo para ocultar tu miedo.

—Sólo he dicho una pequeña mentirijilla —me defendí—. Además, ¿qué más te da? ¿No eras tú la que decía que no nos debíamos avergonzar de nuestros miedos?

—Yo no tengo miedo a volar —dijo indignada—. Tú eres el que tiene miedo a volar.

—No me gusta —la corregí—. Y lo llevo mucho mejor cuando estoy contigo.

—Ya —dijo enfadada—, porque te diviertes martirizándome y eso te distrae.

—No es por eso —me quejé. ¿De verdad Karen pensaba que era por eso?

La miré fijamente a los ojos. Estaba harto de aquella situación. Llevaba todo el viaje haciendo alusiones al tema pero sin el valor de decirlo y me negaba a bajarme del avión sin haber aclarado las cosas con Karen. Se me taponaron los oídos haciendo que por unos segundos recordara dónde estaba, pero lo ignoré para centrarme en ella.

—Estoy hasta las narices de esto —dije algo irritado—, y creo que si no lo digo voy a explotar. Me gustas, Karen. —Sentí un ligero ardor en las mejillas que obvié para continuar con mi confesión—. ¿Sabes por qué cuando estoy contigo no me importa volar? Porque eres como un puñetero virus que se mete en mi cabeza y hace que me olvide de todo lo demás. Y da igual si estoy en un avión o en un ascensor o en un jodido precipicio colgado de una cuerda porque si estás tú mi mente sólo se centra en ti. Consigues que me evada de todo, consigues... —Me quedé en silencio buscando la palabra correcta que definiese el sentimiento que me producía.

—¿Distraerte? —propuso ella.

—No —dije con una sonrisa—. No me distraes, es mucho más que eso. Me absorbes el coco, Karen —dije expulsando el aire que había contenido de forma inconsciente. Karen me observaba con sus ojos brillantes y sus mejillas sonrosados. Tenía ganas de besarla, pero en lugar de eso dije—: Me vuelves loco.

Me volví a recostar en mi asiento cortando el contacto visual con Karen y sentí cómo los nervios me volvían a invadir.

—Bueno, ya lo he dicho. Ya puede aterrizar este maldito avión o estrellarse, lo que prefiera. Por lo menos sé que no moriré con la sensación de haber sido un gilipollas que no te dijo lo que sentía...

Y ahora estaba soltando estupideces. Desde luego este día pasaría a la posteridad como uno esos días que era mejor no haberse levantado de la cama.

Seguía diciendo tonterías cuando sentí cómo la mano de Karen se posaba sobre la mía hasta enredar sus dedos con los míos. Miré nuestras manos unidas unos segundos hasta que tuve el valor de subir la vista. Me observaba de una forma seria.

—Deberías de cortar con tu novia —dijo. La sonreí mientras negaba con la cabeza frustrado.

—Lisa no es mi novia.

Karen apartó la mano que hacía unos segundo estaba unida a la mía. Fruncí el ceño molesto.

—No será tu hermana, ¿verdad? —dijo con tono preocupado—. Porque una hermana no debería de mirar nunca a su hermano de la manera que te mira ella. —Paró unos segundos antes de continuar—. Bueno, no sé como es tu familia, pero...

Sin poder controlarme comencé a reírme haciendo que Karen dejara de hablar.

—Lisa no es mi hermana -dije todavía entre risas—. Es mi jefa —concluí limpiándome las lágrimas que se me habían escapado por la risa—. Y su actitud me saca de quicio, pero por fin tengo un buen puesto de trabajo y no quiero perderlo.

—Mmmm —dijo todavía seria sin dejar de analizarme—. Eso es acoso laboral.

Volví a sonreír. Estaba preciosa y me moría de ganas de besarla.

—¿Puedo besarte de una vez o vamos a seguir hablando de mi situación laboral?

La sonrisa se me amplió cuando vi cómo su rostro se enrojecía mientras afirmaba con un movimiento tímido de cabeza. Esa fue mi señal y sin dudarlo me acerqué hasta que nuestros labios casi se rozaron. Sentía su aliento agitado sobre mis labios y el olor a fresa de su champú.

—Morticia, no sabes cuánto me has hecho sufrir —murmuré.

—Eres un gilipollas —contestó ella haciéndome reír.

—Mientras sea tu gilipollas, me da igual.

Y sin darla tiempo a rebatirlo posé mis labios sobre los suyos.

Morticia 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora