Chris

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Karen estaba preciosa con las mejillas rojas y el gesto apurado. Estaba pasando un mal trago, pero no sentí ni un poquito de piedad por ella. Me había pasado meses esperando esa puñetera llamada.

—¿Cómo que qué pasó? Ya te lo he dicho, me asusté —dijo nerviosa.

—¿Y por qué te asustaste?

Abrió la boca por la sorpresa.

—Ya sabes porqué —dijo indignada. Sí, sabía perfectamente por qué se había asustado, porque había sentido la misma conexión que sentí yo—. No pienso decirlo en alto para que te regocijes en ello —dijo algo ofuscada.

El problema residía en que sí que necesitaba oírlo. Podéis considerarlo orgullo de macho si os place, pero lo cierto era que necesitaba oírselo decir porque me había pasado muchos meses comiéndome la cabeza con el tema y, a diferencia de ella, yo sí que había tratado de hacer algo.

—Dilo —ordené en un tono más serio del que pretendía. En el acto me di cuenta de mi error. La actitud de Karen cambió de forma brusca. Su rostro se serenó y sus ojos se volvieron fríos. Se convirtió en Morticia, la chica que conocí en el instituto, la chica que me había odiado.

—No —dijo de forma seca alzando el rostro con orgullo-. Déjalo estar Chris. —Y tras decir esto llevó sus manos al cinturón para desabrocharlo.

—Espera —dije poniendo mi mano sobre la suya para evitarlo—, por favor. Solo... quiero oírlo. Necesito oírlo.

—¿Por qué? —dijo con furia. Sus ojos brillaban y sospechaba que yo era culpable. Me sentí mal y algo avergonzado—. ¿Qué más da? ¿Acaso importa? —continuó Karen apartando mis manos para continuar con su tarea.

—Sí —murmuré.

—Olvídame, Chris. Olvida lo que pasó cuando teníamos dieciséis años y olvida lo que pasó hace un año. Sigamos con nuestras vidas como hasta ahora y deja de remover el pasado —dijo incorporándose de su sitio—. Yo ya lo he olvidado.

Estaba a punto de marcharse cuando la cogí de la muñeca.

—Te fui a buscar —confesé. Karen se giró y me miró sin entenderme.

—¿Qué? —preguntó.

—Te fui a buscar —repetí serio—. Hace un año —aclaré—. Te fui a buscar a casa de tus padres, pero ya no vivíais allí. Os habíais mudado.

Estaba abriendo la boca para decirme algo cuando la misma azafata de antes apareció junto a ella.

—Por favor, les he dicho que se sienten —dijo con tono irritado. Karen miró un segundo el sitio que estaba junto al mío antes de hacer lo mismo con su antiguo sitio.

—Por favor —supliqué a Karen cuando vi que dudaba. Sus ojos volvieron a mí y se me escapó un suspiro de alivio cuando comprendí que accedía a mi petición.

Se sentó en silencio bajo la atenta mirada de la azafata que no se marchó hasta que comprobó que se había abrochado el cinturón. Después se quedó con la vista fija en la butaca de enfrente en silencio. Se lo agradecí, sabía que ahora venía una sesión de confesiones y me resultaba más fácil hacerlas si sus ojos negros no estaban fijos en mí.

—¿Cuándo? —preguntó sin apartar la vista del asiento de enfrente.

—Un mes después de nuestro encuentro en el ascensor. —Me reí de forma cansada mientras negaba con la cabeza—. En el fondo tenía pensado ir a buscarte antes, una semana después de nuestro encuentro. No me preguntes por qué pero sospechaba que no me llamarías. —Sentí cómo sus ojos volvían a estar fijos en mí, aun así continué con la vista al frente—. Pero tuve problemas en casa, mi padre se puso enfermo y tuve que estar con él. Para cuando se recuperó y cogí el valor de ir a buscarte, ya os habíais mudado.

Nos quedamos unos segundos en silencio. Hasta que Karen lo rompió.

—Lo siento —murmuró. De repente algo le pasó por la cabeza porque dijo—: Me refiero a lo de tu padre. —Levanté una ceja al oírla—: Bueno... lo otro también lo siento —continuó de forma precipitada. Sus mejillas se volvieron a colorear—. A ver, me refiero a que siento que nos hubiésemos mudado. Ya sabes... —dijo apurada mientras me suplicaba con la mirada que la ayudase a salir de aquella, pero de eso nada, estaba disfrutando demasiado. Así que levanté más la ceja como si no supiese de qué hablaba—. Siento que te hicieras el viaje para nada -concluyó apoyándose en su respaldo y esquivando mi mirada.

Así que en esas estábamos, no pensaba admitir que le jodía que no nos hubiésemos encontrado hacía un año. ¿Cómo podía ser tan terca?

—Sí, una putada hacer un viaje tan largo —ironicé chasqueando la lengua molesto. Noté cómo se movía incómoda en el sitio, pero me daba igual, estaba enfadado—. Así que sólo me quedó esperar a que tú te dignaras a llamar. Pero nunca me llamaste porque te asustaste.

Karen se volvió a remover en su sitio y dijo al final:

—Pero tu padre está bien ¿no? —La fulminé con la mirada, ella se encogió en el asiento.

—Sí, Karen, mi padre está de puta madre. ¿Qué coño te pasa? ¿Tanto te cuesta decirme que te acojonaste porque te mole? Joder, te acabo de confesar que fui a buscarte a tu casa porque me gustaste. Pensaba que eras más valiente —concluí dolido.

Estaba realmente enfadado y, por qué negarlo, jodido. Me había hecho ilusiones de algo que no existía, poco debía de significar yo para Karen si no era capaz ni de confesar algo que era tan obvio.

Morticia 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora