¿Existes?

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Cuando Park Chanyeol despertó, estaba sudando frío sobre su cama destendida. La luz mortecina del final del día, se filtraba sobre le pequeña ventana de su habitación. Se frotó los ojos mientras se incorporaba despacio sobre la cama. Miró el reloj en la mesita de noche, eran las seis de la tarde. Había dormido todo el día.

Por más que se alborotaba el cabello, no lograba recordar con claridad lo que había pasado. Era como si alguien hubiera puesto un velo sobre su memoria. Se acordaba del ángel, y del viento acariciando su rostro en la azotea, pero no estaba seguro de que aquello hubiera pasado en realidad. ¿Habrá sido un sueño?, con ese pensamiento, Chanyeol se levantó. Caminó aletargado hacia la cocina, abrió el refrigerador y sacó un platón de ramen cubierto con plástico. Tomó unos palillos del cajón, se sentó a la mesa y comenzó a comer. No importaba si la sopa estaba fría, sólo se preocupó por saciar el hambre que rugía en su estómago. Al mirar el plato, notó que no llevaba sus lentes, pues las líneas se desdibujaban frente a él.

—¿Omo?... —murmuró, girando su cabeza a ambos lados, como si quisiera encontrar los anteojos flotando junto a él.

Chanyeol se levantó y comenzó a buscar los lentes por doquier, sin éxito. Sintiéndose un poco abrumado, se sentó de nuevo en la silla del comedor, que había dejado antes. Pensó y pensó, ¿dónde podrían estar? En la azotea.

Salió corriendo del pequeño departamento y presionó el botón para llamar al elevador, que no tardó mucho en llegar. Subió hasta el último piso del edificio, salió del elevador y subió el último tramo de escaleras, que llevaban a una pesada puerta de metal. Cuando salió a la azotea, los recuerdos comenzaron a aclararse más. Hacía frio, Chanyeol se abrazó a sí mismo. Claro, ya no tenía abrigos para cubrirse. Caminó alrededor por unos minutos, hasta que encontró sus gafas tiradas cerca del borde. ¿Había sido real?, volvió a preguntarse. Ya no quería pensar más, el frío le ponía la piel de gallina. Por una fracción de segundo, pensó en saltar de una buena vez, pero ese incontrolable instinto de supervivencia lo obligó a regresar a casa.

Después de otra noche sin dormir, llegó el lunes. Park Chanyeol buscó en su pequeño closet algo abrigador para ponerse. Cuando metía los brazos en las mangas de una sudadera gris, comenzó a sentir ese otro frío, aquel que sentía dentro de él, no sobre su piel. Suspiró. De inmediato, su mente comenzó a trabajar, tratando de encontrar el método más efectivo para terminar con aquello.

Cuando salió del edificio rumbo al trabajo, la idea de tirarse frente a un auto en marcha, no le pareció tan mala, aunque sería mejor un autobús. Quizá le dolería, pero terminaría pronto. No se sentía cómodo al imaginar el espectáculo que se formaría a su alrededor. Tal vez, pensarían que fue un accidente, eso salvaría un poco de su honor. Estaba decidido, iba a caminar hasta la parada de autobuses y saltaría frente al primero que pasara.

Cuando Chanyeol llegó a la parada, se encontró con un par de personas esperando el autobús. No le importó demasiado, después de todo, no le prestaban atención. El muchacho tomó con firmeza los tirantes de la mochila que colgaba de su espalda, y se acercó al borde de la acera. El primer autobús se acercaba rápidamente, iba retrasado por diez minutos. Era la oportunidad perfecta. Park Chanyeol se preparó para saltar frente a él.

—¿Qué haces? —exclamó Kyungsoo, sosteniendo su brazo con firmeza otra vez.

El corazón de Chanyeol dio un vuelco, mientras el autobús pasaba rozando su nariz, deteniéndose poco a poco frente a él. No quiso mirar al ser que apretaba su brazo con coraje.

—Pensé que había sido claro la última vez. ¡Aish! ¿Por qué insistes en darme problemas? —se quejó el ser más bajo.

—Tú... tú... tú... no existes —logró decir el suicida, temblando un poco. Aunque, no sabía si temblaba de miedo o de frío.

—Imbécil... —murmuró Kyungsoo, soltándolo—. Cuando estoy contigo me dan ganas de no existir. Pero, aquí estoy, ¿qué le vamos a hacer?

Chanyeol pudo voltear al fin. Miró a su alrededor, la parada ya estaba vacía. Sólo el chico bajito de cabello rojo se encontraba allí, juzgándolo con sus ojos saltones.

—Escucha, tengo cosas que hacer allá arriba, ¿sí? —dijo, señalando el cielo nublado—. Tú tienes una vida aquí. Sigue con eso y yo te dejo en paz, ¿trato?

El ángel extendió la mano, intentando sonreír. Chanyeol seguía en shock, mirándolo con la boca abierta y el corazón acelerado.

—De verdad... ¿existes? —logó preguntar, con la voz entrecortada.

—Para mi desgracia, sí —el ángel repitió el gesto que había hecho en la azotea, y se presionó el puente de la nariz con frustración— Escucha, Chanyeol, no podemos seguir haciendo esto. Estoy tratando de razonar contigo, ¿sí? De ángel a humano, comprende, por favor. No es tu momento. Sin importar cuánto lo desees, no puedes morir todavía. Sé que llevas muchos años pensando en esto, pero Dios tiene un plan para ti, lo creas o no, y es mi deber evitar que eches a perder dicho plan.

Las palabras de Kyungsoo hicieron que Chanyeol riera a carcajadas en su fuero interno, aunque su rostro permanecía impávido. Tragó saliva. Decidió que todo aquello era producto de su imaginación, como si no estuviera ya lo suficientemente loco. Se dio la media vuelta y comenzó a caminar hacia el trabajo. El autobús le había fallado dos veces: no lo mató y no lo llevó a su destino. Pensó que lo mejor sería caminar, después de todo, no estaba tan lejos. Por algún desesperado motivo, creyó que al alejarse de aquel lugar, también se alejaría de su inminente locura. Cuando llegó al final de la cuadra, volteó hacía atrás. La parada estaba vacía.

Park Chanyeol se agradeció a sí mismo por haber decidido caminar. Con el ejercicio, su cuerpo había entrado en calor. Ya no temblaba cuando llegó a la oficina.

—Estamos a once grados hoy —aquel dato, fue la forma en que Minseok lo saludó.

—Lo supuse —respondió el chico alto, ocupando su lugar. Era un intento por parecer sarcástico, pero su voz sonaba monótona como siempre.

Minseok trabajaba frente a la computadora, ataviado con una gruesa bufanda azul. Por primera vez en muchos años, Chanyeol sintió envidia. En realidad, él era inmune a cualquier sentimiento. Nunca sentía demasiado de nada. Tan pronto como un rayito de alegría se colaba en su corazón por alguna extraña razón, desaparecía sin dejar huella. Odio, tristeza, miedo. Todo aquello que no pudiera tocar, carecía de valor en su vida. Si lo pensaba, Park Chanyeol era como un caparazón vacío.

Trató de concentrase en su trabajo, pero el rostro frustrado de Kyungsoo seguía colándose en sus pensamientos. Aquella mañana, tuvo la segunda dosis de sentimientos. Estaba aterrado.

—¿Estás bien, amigo? —preguntó Minseok, asomando su cabeza sobre el pequeño muro de tablaroca que dividía sus cubículos. El hombre rubio había notado la forma casi violenta con la que Chanyeol seguía frotando su alborotado cabello, como si quisiera arrancarse todas las ideas del cerebro.

—¿Eh?... Sí... estoy bien.

—Dicen que la temperatura seguirá bajando esta tarde. Hay pronóstico de lluvia. Tú no trajiste un abrigo.

Minseok no era un hombre demasiado expresivo. Pero Chanyeol sabía que se preocupaba por él, aunque su amistad no era cálida, era honesta.

—Yo... lo olvidé.

—Te prestaría el mío, pero dudo que te quede. Le preguntaré a Suho, del piso de arriba. Quizá él tenga algo que pueda prestarte. —dicho esto, el rubio regresó a su trabajo.

—Gracias —respondió Chanyeol, intentando hacer lo mismo.

Eran las seis cuando salieron de la oficina.

—Lo siento, amigo. Suho se fue temprano.

—No hay problema. Todavía no llueve. Tomaré un taxi —respondió Chanyeol, intentando sonreír.

Minseok agitó su mano como despedida, y salió disparado hacia la calle, ataviado con su bufanda y una chamarra gruesa. Chanyeol permaneció un momento más afuera del edificio. Miró el cielo tumultuoso que cubría su cabeza. El viento frío se colaba entre las delgadas fibras de su sudadera y alborotaba su cabello. Cuando empezó a caminar hacia la calle, dos pesadas gotas de agua golpearon su cabeza. Maldita sea mi suerte, pensó. Luego, echó a correr hacia la avenida, en busca de un taxi.

Maldito ángel de la guardaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora