Antes del amanecer

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Sangre que no se desborda,

juventud que no se atreve,

ni es sangre, ni es juventud,

ni relucen, ni florecen.

Miguel Hernández

Me encontraba fuera del aula, recargado en la pared fumándome un cigarrillo aunque no estuviera permitido; estaba demasiado inquieto y nervioso como para hacer caso a las reglas escolares. Había un bote de basura cerca, donde podía deshacerme del cigarro al instante, en caso de que un profesor apareciera. Me daba igual si se quedaba encendido y el bote empezara a quemarse. Me daba igual si las llamas se esparcían por toda la escuela. Tal vez sería lo mejor; una buena oportunidad para largarme de esa escuela. Pero a él se le hubiera ocurrido perseguirme ha cualquier colegio al que me fuera a meter, me seguiría a donde quiera que fuera, incluso al exterior del país. Él me convirtió en su presa. ¿Cómo pudo pasar eso?

¿De quién se trataba?, pues de un chico de nuevo ingreso, su nombre era Johann Svar... swuar... bueno, no sé cómo se pronuncia, era un apellido alemán. Se incorporó a la clases hacía tres semanas. Nunca me atreví a mirarlo directo a los ojos, su apariencia era demasiado incómoda para mí. Aunque yo no lo miraba, sabía que él no dejaba de observarme; su mirada era muy pesada, como si toda el agua del mar se volcara sobre mi cuerpo. Desde el primer día de su llegada, Johann me atormentó con sus ojos acosadores que parecían robarme energía.

Johann no tenía cuenta de Facebook, tampoco cuenta de Twitter; algo poco usual en estos días, y aún más extraño para alguien de su edad. No había nadie en el colegio que no le gustara perder el tiempo en esas redes, hasta los nerds del salón tenían perfiles. Era un año mayor que yo, diecisiete años, quizá rozaba los dieciocho.

Se contaba que lo habían expulsado por mala conducta de todas las escuelas en las que había estado, y no necesitaba interrogar a la directora para comprobarlo. Con sólo observar su aspecto y su conducta él chico ya me lo daba a entender. Había cierta maldad en sus ojos, y la falta de color en ellos la resaltaba. También portaban algo mucho peor: perversión, de eso estaba muy seguro, era probable que esa fuera la principal razón por la que no me atrevía a mirarlo directo a los ojos.

<<Seguramente es un maricón>>, pensaba, por esas incontables ocasiones en las que no dejaba de analizarme con descaro. Algunas veces, cuando me resultaba imposible no cruzar la mirada con él, se mordía el labio inferior, como si supiera con anticipación que voltearía a verlo. Era muy desagradable cuando hacía eso, me preguntaba: <<¿Cómo no le da vergüenza? ¿Por qué a los maricas les encanta alardear de su orientación?>>

Johann rebasaba mi estatura, pero era más delgado. Yo tenía una marcada musculatura porque practicaba deportes, y se notaba que él nunca hacía ejercicio. Todos los días se vestía con pantalones negros, camisas negras, zapatos negros ¡Todo de negro! ¿Por qué alguien vestiría un color tan triste a diario? Al principio creí que se trataba de algún luto familiar, pero no era así, era simple rebeldía, para hacerse notar con su desagradable estilo gótico. <<¡Vaya tipo! aparte de marica, seguro es sadomasoquista. Qué grotesco>>, decía uno de mis amigos, y tenía toda la razón, era grotesco.

A los demás les tenía sin cuidado si practicaba sadomasoquismo o cosas peores, pero estaban al tanto de que siempre tenía los ojos puestos en mí. Esos bastardos se la pasaban burlándose de mí, un día casi me agarro a golpes con un compañero del equipo de soccer por no dejar de fastidiarme. Sólo a mis amigos más cercanos les toleraba esa clase de burlas, pero el impulso de querer golpearlos persistía. No tiene nada de gracioso que un maricón te ande acosando.

Cada clase se sentaba en la parte trasera del salón, con su butaca pegada a la pared, donde la sombra de la cortina recogida lo protegía. Conforme el sol avanzaba, iluminaba el salón de forma paulatina, hasta llenarlo por completo. Era entonces cuando él comenzaba a comportarse de forma todavía más extraña, se cubría la cabeza y el rostro con la capucha, pero cuando el sol se ponía en medio del cielo y dejaba de iluminar el aula, entonces se deshacía de su protección.

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