Prólogo

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Empujé suavemente con mi dedo, mis lentes de sol hacia atrás. Guardé la pistola de clavos en el bolsillo interior de mi abrigo, apagué el motor y me bajé del auto.

La comisaría, mi objetivo, estaba al otro lado de la calle y mi trabajo era espichar las llantas de todas las patrullas y autos en el estacionamiento.

¿Estás segura de que puedes hacerlo?— me preguntó el hombre, a través de una radio, que me estaba pagando por esto.

—Tranquilo Wesley, tengo diez meses en el negocio y nunca me han atrapado. Confía en mi— respondí.

¿Cómo sabes mi nombre?— preguntó anonadado.

—¿No me lo dijiste?— pregunté con ironía— Rayos, pensaba que si. Lo siento, no era mi intención que lo supieras.

Me acerqué tranquilamente al estacionamiento, asegurándome de que no hubieran testigos saqué la pistola y le quité el seguro. Me agaché detrás de un árbol y disparé a los cauchos de las primeras tres patrullas a la derecha. Giré rápidamente y disparé a las que se encontraban a la izquierda. Cambié de árbol y seguí espichando, eventualmente, golpeé la puerta de uno de los autos activando la alarma.

Mierda.

Terminé el trabajo en los últimos segundos antes de que saliera algún oficial. Me deshice de la pistola de clavos, tirándola en una papelera, me dirigí rápidamente a mi auto y me quité la peluca negra, liberando mi cabello ahora de un oscuro rubio.

—Todo listo, Wesley— avisé con una pequeña sonrisa en mi rostro.

Revisa tú teléfono— dijo.

Antes de hacerlo saqué mi cámara y apunté a un hombre en específico, le hice zoom y tomé una foto. Cuando se dio la vuelta tomé otra y guardé la cámara para chequear mi teléfono. Tenía un mensaje nuevo.

"Se le han transferido a su cuenta un monto de..."

Gracias Wesley.

Desconecté la radio de mi oído y el micrófono en el cuello de mi abrigo. Empecé a conducir antes de que me notaran, mi estómago gruñía así que debía ser la hora de almuerzo. Conduje al centro de la ciudad hacia mi restaurante favorito, al llegar ordené sushi y una copa de vino. Mientras esperaba por la comida saqué una pequeña agenda donde anotaba todos los trabajos que tenía que hacer, taché el último en el día de hoy y le eché un vistazo a las listas de los días siguientes.

De repente escuché un vaso de vidrio romperse y alcé la mirada rápidamente. En la entrada del pequeño restaurante estaba parado un hombre vestido de negro, igual que yo, con un arma en la mano apuntando a la cabeza de un mesero. Todas las personas empezaron a alterarse y rodé los ojos. Desventajas de mi trabajo; iban a robar mi restaurante favorito.

—... por favor no nos haga daño— oí de una señora mayor abrazando a dos niños.

Todos en el restaurante estaban paralizados del miedo.

—¡Dame todo lo que tengas en la caja!— le gritó el asaltante al mesero y este asintió frenéticamente, dándose la vuelta— ¡Los demás vayan sacando sus carteras!

Todas las personas comenzaron a lamentarse. Yo no me moví en ningún momento. Sólo observaba el desenlace.

—¡Tú!— me señaló el asaltante— ¿Qué me ves? ¡Saca tu dinero!

Saqué un arma que siempre llevaba oculta en mi pantalón, me levanté y el asaltante me miró sorprendido.

—Nadie va a robar este restaurante— hablé— Señores, alguien que llame a la...

Y en ese momento recordé que yo acababa de espicharles las llantas a todas las patrullas policiales. En vista de que no podía hacer nada le disparé al asaltante en el hombro y soltó su arma. Si permitía que robaran este cuchitril probablemente quedarían en banca rota y no podría seguir disfrutando de su buena comida. Todos en el restaurante gritaron.

—No te muevas o la siguiente bala será más a la izquierda— le advertí. El mesero recogió el arma y apuntó al asaltante, y yo guardé mi arma— Alguien busque ayuda afuera y entreguen a este idiota.

Un par de hombres salieron y decidí que debía irme. En la puerta uno de los meseros, el mismo que había tomado mi orden, me detuvo.

—Su comida— dijo con una pequeña sonrisa nerviosa. Tomé la bolsa y miré a los clientes boquiabiertos— Ninguno vio mi rostro.

Todos asintieron frenéticamente y salí del restaurante. Mientras caminaba por la acera hacia mi auto vi a los dos hombres que habían salido por ayuda hablando con dos oficiales dirigiéndose hacia el restaurante, agaché la cabeza y desvié la mirada para evitar que me delataran.

Llegué a mi auto y manejé hacia mi departamento. Dejé mi arma sobre la mesa y me dispuse a comer.

El Demonio de ÁngelesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora