Apuñalé al de mi izquierda en el pecho para ganar tiempo, me volví hacia el otro y le enterré las dos navajas en la base del cuello como había hecho antes; tiré con fuerza y desprendí la cabeza.Unos brazos me sujetaron por detrás tratando de ahorcarme, sacando provecho a las escaleras, nos empujé hacia atrás y rodamos algunos escalones; al llegar al suelo sujeté su cabeza y le disloqué el cuello. Belarion tiró la pala cerca de mi, lo analicé unos segundos y me incitó a agarrarla, la recogí e hice lo mismo que él había hecho con Christopher.
Ahora sí estaba confundida. Dejé la pala en el suelo y lo miré inexpresiva.
—Aunque no lo creas, me enorgullece ver en lo que te he convertido— habló, primera vez, con honestidad en su voz; aun cuando no me estuviera viéndome directamente a los ojos.
—¿Un monstruo?— cuestioné.
—Tú te llamas así, pero yo te veo de otra manera— dijo. Se sentó en los muebles y me invitó a acompañarlo— Las personas tienen un concepto erróneo de Los Ángeles, Los Demonios o incluso las acciones de algunos. En realidad, el mal o el bien no existen, todo depende del lado en que te encuentras. Por ejemplo, para nosotros, Los Ángeles, son demonios, pero para ellos, nosotros somos los malos.
—¿A qué quieres llegar?— pregunté.
—A que si te quedas aquí, conmigo, nadie te juzgará. Nadie volverá a decirte que estás mal, serás libre de robar o matar a quien quieras y yo podré protegerte...
—Lesya, no lo escuches. Tú no estás de ese lado, estás de nuestro lado. No tienes porqué ir matando gente inocente por placer, en el fondo sabes que no es lo correcto— escuché casi como un susurro en mi oído.
Fruncí el ceño levemente; el intercomunicador. Ya estaban aquí.
—... ¿qué dices?— preguntó Belarion tendiéndome su mano. Lo miré, sonreí levemente y estreché su mano. Él sonrió y cuando intentó soltarme no lo dejé, tiró, no lo solté. Su rostro cambió— Eres un maldita...
Saqué la navaja y, sin pensarlo dos veces, le corté la mano, me levanté del mueve cuando la lluvia de cristales y balas empezó; corrí rápidamente huyendo hacia el estudio. Cerré las puertas corredizas y dejé escapar un largo suspiro.
—¿Qué hace aquí?— preguntó una voz detrás de mi, me di la vuelta y reconocí al mayordomo.
Se acercó a mi con claras intenciones de hacerme daño, me lanzó un golpe a la mandíbula y otro al estómago. Me doblé unos segundos para recuperar el aire, agarré un jarrón a mi izquierda y lo rompí en la cabeza. Se desplomó en el suelo. Grité con frustración pisoteando una y otra vez su cabeza hasta que unos brazos me tomaron por detrás alejándome del cuerpo ya sin vida.
—Tranquila, Lesya, cálmate— dijo la voz perteneciente al dueño de los brazos, cuando dejé de patalear me dejó en el suelo— Belarion está huyendo y hay muchos guardaespaldas, más de los que esperaba. Te necesitamos, estable.
—Sí— murmuré con lagrimas en mis ojos.
Sin darme cuenta ya estaba llorando como una niña asustada. Alex me envolvió en sus brazos acariciando mi cabello para calmarme. Pasaron tal vez dos minutos hasta que decidí que era suficiente. Me separé de él.
—Gracias, Alex— dije. Me entregó una pistola y un cuchillo de unos treinta centímetros.
—No hay problema— dijo, sequé mi rostro y volvimos al vestíbulo.
Guardé la pistola en mi pantalón y me concentré en cortar cabezas.
—¡Cuidado!— gritó Alex, un segundo después un cuerpo me embistió por un costado.
Caí al suelo con el peso del guardaespaldas encima, agarré el cuchillo que había caído junto a mi y le corté la cabeza.
—No debería decirlo, pero bien hecho— me felicitó ayudándome a levantarme.
—Como digas— dije sin darle mucha importancia.
—Belarion huyó hacia arriba— me avisó y asentí.
Alex se marchaba, mientras yo me tomaba un momento para apreciar la escena que se desarrollaba frente a mi. Casi todos los hombres y, algunas mujeres, que había visto en aquel restaurante de mala muerte estaban ahí frente a mi.
Otro guardaespaldas trató de atacarme y rápidamente lo apuñalé en el pecho, saqué el cuchillo y lo decapité. Limpié mi rostro y volví a concentrarme en todos los que estaban aquí... dando sus vidas para acabar con este desastre sin pedir nada a cambio; ¿por qué yo estaba parada haciendo nada mientras ellos peleaban?
No encontré la respuesta a esa pregunta hasta que lo vi. Creo que sintió mi mirada porque volteó en mi dirección, sonrió levemente dirigiéndose hacia mi. En pocos segundos ya estaba parado a pocos centímetros delante de mi. Inclinó mi cuello hacia atrás para poder verlo a los ojos.
—No pensé que fueras capaz de herir a alguien— comenté.
—Si ellos te hicieron eso— dijo refiriéndose a mi rostro seguramente todo magullado— Puedo dejar de lado mi pureza por una noche.
—Es lo más extraño que alguien me haya dicho— reí— Te amo, Cael.
Ubicó una mano en mi cuello y me atrajo presionando sus labios contra los míos. Mi corazón latió con fuerza y las mariposas en mi estómago despertaron. Algo tan estúpidamente cursi me estaba pasando en medio de una guerra entre Ángeles y Demonios. Cliché.
—¡Belarion está huyendo, apresúrense!— gritó alguien y nos separamos.
Quien había gritado no se refería a nosotros, lo que agradecía, pero era cierto; teníamos que apresurarnos. Cael tomó mi mano y corrimos hacia las escaleras. Vi mi bolso tirado en el medio de la sala, quise recogerlo, pero no deseaba perder más tiempo. Mi cuerpo se sentía exageradamente pesado, mentalmente estaba agotada como nunca antes, sin embargo, no dejaría que unos golpes me detuvieran. Esta noche, Belarion morirá.
Llegamos al tercer piso sin pista de donde había huido hasta que un grupo de Ángeles Caídos pasaron corrieron frente a nosotros, dirigiéndose a un pasillo que hasta ahora noté. Los seguimos por la oscuridad hacia una escalera angosta y empinada, Cael soltó mi mano para ir adelante.
Me tomé la libertad de examinar brevemente el cuchillo que Alex me había entregado; se veía antiguo. Probablemente una de las armas especiales que mencionaron en el restaurante.
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El Demonio de Ángeles
FantasyLa vida de Lesya después de abandonar a Christopher Mayer, se resumió en un descontrol total. Día y noche sembraba el mal en las calles a petición de Phantos, a cambio, él le ofrecía inmortalidad y protección de la ley. Poco a poco su ciudad y los p...