Capitulo Dieciocho

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Llegamos, para mi sorpresa, a lo que parecía un helipuerto en la terraza de la mansión. Sobre una plataforma en el centro, se preparaba un helicóptero para despegar con Belarion en el puesto de copiloto, habían hombres tratando de entrar y otros pocos disparando de cerca.

—¡Hay que derribarlo antes de que despegue completamente!— gritó Alex llegando junto a nosotros para poder hacerse oír.

Sin pensarlo dos veces empecé a correr con todas mis fuerzas hacia la plataforma, subí los escalones y saqué el arma. Disparé a dónde se supone debería estar el motor del helicóptero y a las aspas hasta quedarme sin más balas. Noté que el transporte comenzó a despegar entre tambaleos, pero aun seguía subiendo.

—¡Oye, necesito ayuda!— le grité a un chico de ojos claros.

Sin que dijera nada entendió lo que pretendía hacer; se arrodilló a pocos pasos de mi, tomé impulso corriendo hacia él, pisé su rodilla y salté; no fue tan alto como me hubiera gustado, pero lo suficiente para colgarme de alguien más.

—¡Lesya, no!— escuché a Cael gritando.

Lo ignoré y empecé a trepar el cuerpo del chico que me había servido de agarre.

—¡Suéltate!— le grité cuando había llegado a la parte superior,  asintió y se dejó caer.

Me sostuve de las patas del helicóptero con ambas manos y balanceé mi cuerpo para poder subirme. Me tomé unos segundos para tomar aire.

—¡Todos suéltense!— les grité a los demás en la misma posición que yo.

El helicóptero no estaba tan arriba gracias al peso de los hombres, una vez que el peso desapareciera agarraría altura en pocos segundos.

Con el cuchillo intenté penetrar repetidas veces la parte de abajo que se encontraba sobre mi cabeza. Me detuve cuando perforé el tanque y la gasolina comenzó a gotear, en ese momento miré hacia abajo: habían unos diez metros entre la plataforma y el helicóptero, y era cuestión de segundos para que se incendiara todo. Me aseguré de que no hubiera nadie más colgando por ahí, cerré los ojos y salté. Se sintió como si cayera libremente en cámara lenta, por primera vez estaba sintiendo paz, tal vez pasaron dos o tres segundos en el aire, pero lo sentí como al menos dos minutos.

Como si estuviera flotando, fui ganando velocidad con cada segundo, hacia un incierto punto de aterrizaje. No temía por lo que me pudiera pasar al llegar al suelo, si iba a morir me sentía bien con ello. Mis acciones el ultimo año eran seguramente irremediables, así que me quedaban dos opciones, morir ahora o seguir con lo que tenía.

Una oleada de calor me golpeó y abrí los ojos. El helicóptero estaba incendiándose como predije, sonreí levemente por eso. De un momento al otro explotó, expulsando una ola de energía en todos los sentidos. Eso apresuró mi caída, me hice una bolita para protegerme y recibí el impacto del aterrizaje por un costado.

¡Lesya!— gritó alguien; se escuchó como un barullo a lo lejos.

No molesté en reconocer la voz, me quedé quieta esperando a que el dolor solo desapareciera. Mis sentidos poco a poco se fueron bloqueando, la respiración me faltó hasta que me desmayé.

Emití un gemido ronco cuando empezaba a recuperar la consciencia. A mi mente vinieron varios flashback intercalados con espacios blancos; alguien tomándome el pulso en el cuello, movían mi rostro de un lado al otro e intentaban reanimarme.

—¡Está viva!— gritó una voz que identifiqué como la de Alex.

Gemí nuevamente cuando intentó levantarme, estiraron mi cuello con delicadeza recostando mi cabeza en una superficie más cómoda. Sentía mucho dolor desde la base del cuello hasta la parte baja de mi espalda, incluyendo mis brazos y pecho. La caída había sido más dura de lo que esperaba. Esperé hasta que todos mis sentidos funcionaran correctamente.

Abrí los ojos lentamente con el entrecejo hundido. Lo primero que se cruzó por mi vista fue la sonrisa y los profundos ojos azules de Alex, forcé una pequeña sonrisa. En el primer intento por articular alguna palabra mi voz nunca salió, carraspeé un par de veces.

—Alex— pronuncié con voz ronca.

Me ayudó a sentarme. Al parecer había estado recostada en sus piernas. Los huesos de mi espalda crujieron. Le eché un vistazo a mi alrededor, reparando en que no había nadie, aparte de nosotros, en el helipuerto.

—¿Dónde están todos?— pregunté.

—Fueron a buscar a Belarion— respondió Alex.

—Ayúdame a levantarme— pedí, Alex me abrazó por la cintura y pasé mi brazo por sus hombros.

Nos pusimos de pie en dirección a la carretera, pude ver a algunas personas corriendo hacia el sendero que terminaba en un río, el humo era visible aún.

—¿Dónde está Cael?— pregunté recordándolo, de repente.

Giré con ayuda de Alex peinando toda el área con mi mirada. Mis ojos se detuvieron en el pie de las escaleras, que conducen hacia la plataforma, Cael estaba sentado cabizbajo. ¿Por qué? ¿qué le pasó?

—Caíste nueve metros y estuviste unos minutos inconsciente— justificó Alex, fruncí levemente el ceño.

–Quiero ir con él— dije.

Alex me tomó por las piernas y me cargó para llevarme con Cael. ¿Alguien lo hirió mientras yo estaba en el helicóptero? ¿había algo que yo ignoraba? A medida que me acercaba reparé en que tenía sus manos juntas con los dedos entrelazados y su frente agachada: como si estuviera rezando.

—Iré con los demás— dijo Alex después de dejarme en el suelo, junto a Cael.

—En un momento los alcanzamos— dije, asintió y se marchó.

Estaba tan concentrado en, lo que sea que estuviera haciendo, que ni siquiera alzó la mirada cuando me senté a su lado. Tomé sus manos entre las mías y las llevé a mi regazo para llamar su atención. Él solo me miró.

—¿Qué te pasa?— le pregunté.

Por alguna razón mis palabras lo hicieron reaccionar, su rostro cobraba vida de repente, pasó uno de sus brazos por mi espalda llevándome contra su pecho.

—Pensé tantas cosas, en tan poco tiempo— finalmente habló.

Dejó varios besos en mi cabeza, como si estuviera realmente agradecido porque yo estaba con vida.

—No puedo creer lo sensible que eres— comenté, alejándome con una sonrisa.

—O tal vez tú eres muy insensible— dijo él y reí, sus ojos escanearon mi rostro con detenimiento antes de volver a hablar:— Te amo tanto. Siempre lo he hecho, desde que te conocí como Phoebe, la más hermosa de la ciudad y la intocable novia de un magnate. O Joan, una profesora de secundaria. Elizabeth, ama de casa. Anne, estudiante y voluntaria en una perrera.

—Por Dios, Cael...— balbuceé con un par de lagrimas rodando por mis mejillas.

Me acurruqué en su pecho en un intento fallido de ocultar mis emociones floreciendo, besó mi cabeza con delicadeza.

—Aun con todo el rostro lleno de sangre y moretones no podría atreverme a decir algo negativo sobre tu apariencia.

—Puedes hacerlo, me consta que debo lucir terrible— bromeé causando su risa.

—Te amo.

—Yo te amo más.

El Demonio de ÁngelesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora