Después de asegurarme de que estuviera muerto, disparé al vidrio de la ventana y con mi brazo terminé de quebrarlo para salir por ahí.—¿Estás bien?— le pregunté a Cael, tendiéndole mi mano del lado de afuera para ayudarlo a salir.
—No creo que logre acostumbrarme al ruido de los disparos— dijo tomando mi mano.
En ese momento sentí una fuerte punzada en mi brazo, mientras Cael sacaba el bolso del auto, examiné la extremidad brevemente. La bala me había penetrado mi brazo limpiamente y ahora había sangre en la manga de mi suéter. Bajé mi brazo cuando Cael se volvió hacia mi.
—Ahora, ¿hacia dónde?— pregunté ignorando el dolor.
—La biblioteca.
—Después de lo que acaba de pasar preferiría caminar, sino te importa— dije casi entre dientes y se encogió de hombros— Perfecto.
Mientras caminábamos le robé una gorra a un chico un poco despistado entre la multitud y me la puse para ocultar mi rostro.
—Disculpe, no lo había visto— le dije a un señor al chocar con él, tirando al suelo todas sus cosas. Lo ayudé a recoger todo y tomé sus lentes de sol cuando se descuidó, más adelante se los entregué a Cael— Póntelos.
—¿De dónde los sacaste?— preguntó poniéndoselos. Rodé los ojos— ¿Se los robaste al señor?
—Por amor a... Sólo póntelos. No voy a discutir contigo, y no quiero que nos descubran— mascullé bastante irritada.
—¡Los robaste!— me acusó alzando la voz.
—¡Maldición! No necesito esto ahora, fue por una buena causa— exploté.
El dolor se volvía insoportable y tenía que hacer presión en la herida. Me desvié por un callejón y saqué mi cuchillo para cortar la manga de mi suéter, bañada en sangre, para visualizar mejor la herida.
—Necesitas un...
—No lo digas— lo interrumpí señalándolo con la navaja, se quedó quieto y se la entregué— La bala está adentro, sácala.
—No sé hacerlo— dijo frunciendo el ceño.
—¡Entonces será mejor que aprendas!— exclamé, preparándome psicológicamente para el dolor que experimentaría a continuación.
Con dudas se acercó a mi y sujetó mi brazo con firmeza, introdujo lentamente la punta de la navaja en el agujero y removió un poco en busca de la bala. Apenas podía contenerme a gritar por el dolor mientras Cael murmuraba cosa extrañas que no me molesté en entender. El dolor de redujo con el rebotar de la bala en el suelo, extrajo el cuchillo y solté un largo suspiro.
—Ahora el torniquete— le dije entregándole el pedazo de tela que solía ser la manga de mi suéter.
—El nudo dolerá— advirtió, lo fulminé con la mirada y se apresuró en envolver mi brazo con la tela.
Apretó el nudo y un grito agudo se escapó de mi garganta. Mi respiración se volvió agitada de repente.
—Te ves pálida— dijo, mis rodillas se flexionaron y caí de rodillas al suelo— ¿Lesya?
—Estoy bien, sólo necesito respirar— intenté calmarlo, se agachó a mi lado y me tomó de los hombros, recostándome de la pared.
Con sus manos empezó a limpiar el sudor de mi frente abanicándome con un periódico que recogió del suelo.
—Creo que deberíamos ir a un hospital— aventuró después de unos segundos.
—Cael, sé que no tienes mucha experiencia en este mundo, pero...
—¡Lesya!— gritó una voz femenina, alcé la mirada y rodé los ojos.
—Esto tiene que ser una broma— murmuré. Stella apareció frente a mi como un manojo de nervios, le quitó el periódico a Cael y empezó a abanicarme más rápido— Stella, no puedes estar aquí.
—¿Qué te pasó? ¿fue el trabajo?— preguntó rápidamente, casi de forma imposible de entender— ¡Necesitas ir a un hospital!
—Ella no va a hospitales— dijo Cael poniéndose de pie.
—¿Eso, eso es una bala?— preguntó Stella señalando el pequeño misil en el suelo. No puede ser— ¿Acaban de sacártela del brazo, cierto?
Esto se estaba volviendo más agobiante de lo que esperaba; Stella no dejaba de exigir cosas y Cael seguía dándome la espalda.
—¡Stella!— grité, molesta— Tienes que para las preguntas porque no voy a responder a ninguna. ¿De acuerdo? Ahora, si no me vas a decir algo realmente importante, será mejor que te vayas.
—¿¡Qué se supone que es más importante que ir a un hospital ahora!?— exclamó y la fulminé con la mirada— Está bien, de acuerdo, me calmo. Un hombre fue a preguntar por ti al club, por ti y por Emerick.
—¿Un hombre?— pregunté y Cael volvió hacia nosotras— ¿Cabello castaño y ojos claros?
—Sí, era un detective, no recuerdo su apellido— respondió poniéndose de pie.
Con eso todo el dolor y el malestar que tenía desapreció. Se está volviendo personal, Christopher.
—Ayúdame a levantarme— pedí sujetando su antebrazo, Cael se acercó y me agarró por la espalda— Gracias por la información, necesito que hagas algo por mi.
—Sí, claro.
—Busca a Emerick y dejen la ciudad por unos días— expuse rápidamente.
—¿Qué? Pero no tenemos dinero.
—Yo sí y Emerick sabe exactamente dónde está— le dije y me volví hacia Cael— ¿Nos vamos?
Noté algo extraño en su rostro, no se veía tan relajado como otras veces. Tal vez sacarme una bala del brazo fue mucho para él. Empezó a caminar hacia la salida del callejón y yo lo seguí.
—Stella, otra cosa— me detuve y giré hacia ella— Tengan mucho cuidado, y dile a Emerick que lo quiero.
—Sí, claro— murmuró con una pequeña sonrisa y los ojos cristalizados.
No puede ser que sea tan sentimental.
Alcancé a Cael pocos pasos delante de mi, me miró por sobre su hombro inexpresivo.
—¿Lo quieres?— inquirió.
—Por supuesto, tú quieres a tus amigos ¿o no?— me encogí de hombros.
—No tengo amigos— casi susurró— Ninguno que yo quiera como tú lo quieres a él.
Me parecía particularmente extraña su reserva y eso de "no tengo amigos"; todo el mundo tiene un amigo, bien sea el conserje de tu edificio, si vives en departamentos, tu profesor de historia, el director de la universidad, una mascota o hasta la cucaracha que se come tus sobras.
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El Demonio de Ángeles
FantasyLa vida de Lesya después de abandonar a Christopher Mayer, se resumió en un descontrol total. Día y noche sembraba el mal en las calles a petición de Phantos, a cambio, él le ofrecía inmortalidad y protección de la ley. Poco a poco su ciudad y los p...