Capitulo Uno

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Pocas veces ocurría que tuviera toda la tarde y la noche libre, así que marqué un número en mi teléfono. Conseguir una amiga era más complicado de lo que recordaba, mucho más con el tipo de trabajo que mantenía, no me tomaba el tiempo de ir de compras o fiestas. Además, las mujeres son muy problemáticas.

Mayer— contestó y colgué, inmediatamente, dejé mi teléfono a un lado.

Al cabo de unos segundos me devolvió la llamada pero lo ignoré.

Agarré una de las fotografías que tomé hoy y me dediqué unos minutos a observarla. Una pequeña mancha en el brazo derecho llamó mi atención, busqué la foto en mi computadora e hice zoom, podía leer una a minúscula; o eso parecía. Era claramente un tatuaje pero no podía leerlo completo, sólo la última letra.

Estacioné el auto cerca de la puerta principal del club. Había conocido a Emerick hace dos meses en este club nudista que descubrí una noche en la que me encontraba embriagada y perdida. Desde esa noche empecé a venir de una a tres veces por semana para tener sexo única y exclusivamente con Emerick. Era el más sano de todos los que trabajan ahí, tuvimos una buena conexión desde el principio y nos hicimos amigos, bastante íntimos.

Me senté en una de las mesas cerca del escenario a observar el show como las demás personas.

—Lesya, es un gusto verte por aquí— me saludó Flavio, el dueño de este lugar.

—El gusto es mío.

—¿Qué puedo ofrecerte?— preguntó sentándose junto a mi.

—Lo mismo de siempre, si no es mucho pedir.

—Ya veo— murmuró con cierto cansancio.

—¿Qué ocurre Flavio?

—¿No hay forma que logre convencerte de que lo hagas con algún otro?— cuestionó— Es de los mejores aquí y no quiero que se enamore. Por el bien de ambos.

—No vamos a enamorarnos, sabes que no tengo ojos para nadie. Emerick y yo sólo somos amigos.

—Como digas— bufó— Busca una habitación con Stella, yo lo busco.

—Gracias, Flavio.

Me levanté de la mesa y me dirigí hacia el pasillo de la derecha que llevaba a las habitaciones. Por alguna razón hoy estaba más concurrido que otros días, tenía que pasar entre las meseras medio desnudas y hombres gigantes.

—Lesya, me alegra verte.

—Hola Stella— la saludé con una sonrisa.

Stella era la chica que se encargaba de entregar las llaves de las habitaciones y asegurarse de que los clientes pagaran lo que correspondía. Hoy sólo vestía con bragas de encaje negro y tacones altos del mismo color. En su mano llevaba el manojo de llaves.

—Hace tiempo que no te veía por aquí— comentó guiándome hacia las habitaciones más apartadas, como de costumbre.

—He estado ocupada— dije.

Sentí su mano en mi espalda baja, deslizándose hacia abajo hasta llegar a mi trasero; lo apretó y me dio una palmada.

Stella era homosexual, y según Flavio estaba locamente enamorada de mi. Al principio no lo creí, pero con el tiempo fue demasiado obvio. Nos acostamos una vez a petición de ella y desde entonces siempre que tenía la oportunidad me manoseaba.

El Demonio de ÁngelesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora