016 | Medidas

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KANSAS

—Me caen bien los Vultures —digo mientras los observo calentar en uno de los laterales del campo.

—Te caen bien sus traseros, que es diferente —corrige Jamie con un puñado de palomitas en la boca.

—¿Qué hay de malo con mirar traseros? —inquiero todavía centrada en la forma en que los muchachos de uniforme verde y blanco se estiran hasta tocar la punta de sus pies.

—No hay nada de malo —se entromete Gabe, pasando un brazo a mi alrededor—. Pero no estás mirando el mío, así que tenemos un problema.

Harriet apuñala su yogurt helado con la cuchara de plástico. Sé que se guarda sus mordaces comentarios, es lo suficientemente educada para no decirle a Gabe que cree que es un imbécil.

Y estoy de acuerdo con ella, lo es.

Puede ser un inoportuno que toma su suerte a la ligera y una persona que pocas veces sabe cómo controlar su lengua, pero Gabe siempre fue así e, independientemente de su parte de deficiencia respecto a la seriedad, es un buen chico: simpático, cordial y con un toque de humorista.

Sin embargo, claramente ni Harriet Quinn ni Bill Shepard se percatan de eso.

Una ola de gritos y aplausos surca el aire en el momento en que los Jaguars aparecen en el campo.

Las gradas están llenas y le dejan saber a sus jugadores que tienen todo el apoyo de la universidad. Y, como si mi padre tuviera un detector de personas que le caen mal, su mirada llega a Gabe. Sus ojos lanzan chispas, lo sé, aunque estoy a unos pies de distancia de él y no puedo verlos con claridad.

Levanto una mano y lo saludo entre la multitud.

Tú te lo buscaste, Billy.

Todo el mundo es consciente de que odia ese apodo, y por eso pocas son las personas que se atreven a llamarlo de esa forma en voz alta. La única que puede llamarlo así y no ser triturada por sus molares en el proceso es Zoe.

Una estampida de uniformes rojos y blancos provoca que el espíritu deportivo de Jamie se encienda como un auténtico árbol de navidad.

—¡Prendan la carrocería, Jaguars! ¡Háganlos mierda! —exclama. Salta con brusquedad de su asiento y deja que las palomitas vuelen en todas direcciones—. ¡Masacren a esos hijos de perra! —grita con euforia.

—¿Podrías, por una vez en tu vida, comportarte como una chica? —interroga Harriet de piernas cruzadas sobre las gradas. Creo que es la única que permanece sentada de las decenas de personas que hay aquí.

—Negativo —responde la pelirroja llevándose otro puñado de palomitas a la boca.

—Si hablan no puedo hacer funcionar mi don —las reprocho observando a los jugadores de mi padre, que empiezan con la elongación a pedido de Bill.

—Ver traseros no es un don —apunta Gabe.

—Pero reconocer a los dueños lo es.

Desde aquí, los apellidos de los jugadores, que están al reverso de sus camisetas, no son muy visibles, sobre todo porque se mueven sin parar. Creo que es posible que no vea muy bien por estar tanto tiempo pegada a la pantalla de mi teléfono. Solo se leen los números, pero el único que reconozco y se me viene a la mente es el siete.

Entonces, me pregunto dónde está Beasley. Recuerdo su número, lo cual es algo casi inédito teniendo en cuenta que cuando mi padre le asigna a cada jugador uno o dos dígitos y me lo informa mi cerebro se apaga en cuanto lo oigo hablar de algo relacionado con el fútbol.

TouchdownDonde viven las historias. Descúbrelo ahora