036 | Rosas

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KANSAS

Estoy confundida.

Demasiado.

Cierro los ojos e intento aclarar la situación. Sin embargo, lo único que veo son cientos de teorías, signos de interrogación y palabras sueltas sin sentido alguno.

Tras ver a Malcom con Nancy y su novio decidí darle espacio. Ellos tres probablemente necesitaban hablar y yo no podía aparecer como caída del cielo. Primero porque tendría que explicarles el porqué de mi inesperada llegada, y segundo porque debería enfrentar a Beasley y reconocer por qué hice lo que hice.

Además, me preocupaba bastante su reacción.

Quería esperar a que Malcom estuviera solo y, como debía aclarar mis sentimientos y pensamientos, decidí irme por un rato a algún lugar tranquilo. Así podría armarme de valor y luego decirle que estaba aquí para apoyarlo, a pesar de que aparentemente no necesitaba de mí. La realidad es que no gasté mis millas para nada, tampoco le oculté esto a Bill y desperdicié mi tiempo en vano: llegué a Merton con un propósito y, más allá de estar en cierta parte arrepentida por haber venido, ya no puedo ni podía dar marcha atrás.

Terminé en el cementerio, lo cual es bastante tétrico pero comprensible.

Sabía que Malcom vendría en algún momento, así me quedé esperándolo. Lo único que no tuve en cuenta, ya que fue imposible adivinar, era que se iba a presentar en un momento tan revelador.

Un momento como este.

Estoy en completa estupefacción. Abro los ojos y vuelvo a encontrar la lápida frente a mí. Gideon Beasley no está muerto, me reitero.

—Kansas. —Ya no es una pregunta, sino una afirmación.

Me giro para encontrar aquellos intensos ojos azules clavados en mí. Una mezcla de incredulidad y un sentimiento poco descifrable decoran su mirada. Siento que me torno transparente a medida que pasan los segundos. Un nudo se forma en mi garganta impidiendo que palabra alguna pase por aquella barrera.

Pocas veces son estas en las que tengo cosas que decir pero no puedo hacerlo, me trae tanta impotencia el no poder expresarme que hasta llego al punto de enfadarme conmigo misma.

La leve llovizna todavía cae, mojando poco a poco nuestras ropas y calándome los huesos. De su cabello rubio gotea agua que se desliza en forma de lágrimas por todo su rostro, que arrasan contra sus cejas y largas pestañas, por el puente de su nariz y hasta sus labios. Es una imagen realmente fría y triste, y si no fuera por la cantidad de enigmáticos sentimientos que surcan sus ojos podría decir que estoy en presencia de algo vacío.

Sus labios se abren, listos para hablar otra vez, pero presiento que no solo dirá mi nombre en esta ocasión, así que me obligo a tragar el nudo que obstruye mi garganta y fuerzo las palabras, las obligo a salir de su escondite y ver la luz —y tal vez la ira—, de Malcom Beasley.

—Antes de que digas algo, debes escucharme —espeto tomando una bocanada de gélido aire—. Cuando me contaste lo de Gideon solamente pude pensar en lo que significó la muerte de mi tía Jill para mí —confieso mientras comienzo a hundirme en el océano de sus penetrantes ojos—. En su momento carecía de sentido que alguien como ella abandonara esta tierra y, a pesar de que creas que soy un monstruo sin sentimientos, pienso que lo de Gideon te afecta de alguna forma. —«Su padre probablemente no esté muerto», me recuerdo—. Yo no sabía qué hacer y me había quedado sin rumbo, pero las personas que quería me ayudaron a encontrar el camino que había perdido de vista. Sé que contigo es totalmente diferente, Malcom —mascullo sintiendo cómo las glaciales gotas de lluvia recorren mi rostro—. Tú sabías exactamente qué hacer: subirte a un avión, llegar a Londres para visitar este cementerio, arreglar posibles asuntos legales y luego volver a casa para seguir con tu vida. —Él continúa inmóvil bajo la lluvia, contemplándome en un mutismo que logra estremecerme—. En ningún momento te faltó valor, firmeza o convicción para tomar tus decisiones o enfrentar la mismísima realidad. Mi punto es que sé que eres fuerte —explico sintiendo los mechones de mi cabello adhiriéndose a mis mejillas—, pero hasta las personas como tú necesitan a alguien en quien apoyarse, porque quieras o no somos humanos; no podemos cargar con toda la desdicha, el dolor y el miedo por sí solos. Aunque creas que tienes todo bajo control en el algún momento te derrumbarás, y créeme que necesitarás a alguien que te ayude a ponerte de pie. —Señalo en cuanto una ráfaga de viento surca los aires y nos golpea—. Tal vez yo me desmoroné primero y tú lograste seguir, pero la caída es inevitable. Y quiero ser la persona que te sostenga, la que necesites para recobrar fuerzas y seguir adelante. —La sinceridad rebosa en mis palabras mientras lo observo—. Ahora puedes comenzar a gritarme, reprocharme o a aniquilarme, de todas formas, ya estamos en el cementerio y te ahorrarías el viaje a la funeraria.

TouchdownDonde viven las historias. Descúbrelo ahora