060 | Caer

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KANSAS

El motor del Jeep se convierte en un leve zumbido mientras el silencio dentro del coche se ve interrumpido por el rítmico y singular sonido de las gotas de lluvia colapsando contra el techo y deslizándose por las ventanillas a nuestro alrededor; caen como lágrimas a lo largo del cristal, una tras otra, encontrándose en algún punto y separándose en otro.

Nuestras respiraciones se vuelven cada vez más lentas mientras observamos el modo en el que una pequeña catarata de gotas se vierte sobre el parabrisas y vuelve la vista borrosa. Los edificios de Betland se deforman y sus tonalidades apagadas se mezclan con el negro y gris que decora el cielo mientras las luces de la ciudad traen algo de color a la imagen.

Estamos en el punto más alto de la localidad, en un mirador natural donde muchos vienen a estacionar sus coches y contemplar la vista panorámica.

—El ciclo del agua es maravilloso —murmura Beasley, e instantáneamente le lanzo una mirada. Sus ojos oceánicos adquieren un brillo de gracia mientras me limito a apretar mis labios—. No voy a comenzar a parlotear acerca de algún fenómeno atmosférico —añade para tranquilizarme—. Solamente recordé lo que solía hacer en Merton —explica desviando su mirada al frente. Su pecho se eleva en una sosegada respiración mientras los recuerdos del pasado invaden el presente—. Gideon vivía en el tercer piso, así que teníamos un balcón. Era pequeño y carecía de belleza arquitectónica, pero era mi lugar —confiesa mientras se despoja del gorro de su disfraz y lo sostiene entre sus manos—. A veces me pasaba horas sentado allí, esperando que lloviese para ver la forma en que el agua arrastraba las hojas calle abajo. Esperaba que los vidrios se empañaran para dibujar en ellos mientras me preguntaba cómo era posible que cayera agua del cielo. —Las comisuras de sus labios se elevan al cabo de los segundos.

Sus ojos se trasladan a los míos y por un momento me pierdo en el abismo en sus pupilas, en la manera en que me mira y logra deshacerme.

—El ciclo del agua es maravilloso —repito sus palabras expresando concordancia, sin burla en mi voz. Para ser honesta me sorprende que la oración se oiga dado que a duras penas ha logrado ser un susurro—. En realidad, no quiero arruinar el momento, pero estoy tentada a confesar lo que yo creía que era la lluvia cuando era niña.

—No creo que puedas arruinar esto —asegura.

—Siendo sincera yo creía que llovía porque la Tierra estaba triste, pero luego Jamie me corrigió.

—Eso no está tan mal —replica—. No tiene mucha lógica, pero es aceptable para ser la creencia de un niño.

—No es eso —apunto—. El hecho es que ella me dijo que la lluvia eran los pájaros haciendo pis sobre mi cabeza —explico con desagrado filtrándose en cada sílaba—. Y lo peor es que le creí.

—Para ser sincero no me sorprende que Jamie Lynn se haya aprovechado de tu inocencia —masculla—. Después de todo, es un mapache rabioso, lo fue cuando era un infante carente de dientes y lo es ahora, pero por lo menos ya no puede aprovecharse de ti —añade—. Porque ya no eres inocente en ningún aspecto. —El doble sentido pesa en sus palabras.

Lo golpeo por eso.

Sonríe.

Y lo golpe otra vez.

—Imbécil —espeto antes de observar cómo se inclina sobre la palanca de cambio y, antes de que pueda siquiera reaccionar, su boca se une a la mía.

Sus labios acarician los míos mientras sus manos se deslizan por mis mejillas y las yemas de sus dedos encuentran mi cabello. Los pulgares comienzan a trazar un vaivén en mi piel a medida que el beso se profundiza y siento su lengua irrumpir en mi boca con demanda. El acto me deshace de la peor y más exquisita manera, cada parte de mi cuerpo se entumece mientras los pensamientos ajenos a él y a sus labios se desvanecen. Y entonces la serenidad que me trae su toque se ve destruida en cuanto la intensa ráfaga de emociones me golpea con una brusquedad y velocidad poco humana.Mi piel hormiguea, mis músculos se tensan y me estremezco al percibir el ágil movimiento de su boca sobre la mía. 

TouchdownDonde viven las historias. Descúbrelo ahora