064 | Etéreo

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MALCOM

Cuando se vive sin afecto, el mínimo toque significa más de lo que uno puede ser capaz de imaginar. Ante la más insignificante mirada la visión del mundo aparenta cambiar tanto como lo hacen las cosas que llevamos dentro; todo adquiere un nuevo significado a ser experimentado por primera vez, todo nos afecta y nos hace percatarnos de algo que antes no veíamos o no sabíamos que existía.

Esto se siente así, como algo nuevo.

Sin embargo, todo parece haberse intensificado. A simple vista mis labios han capturado los suyos en un beso mientras mis manos acunan sus mejillas, pero en realidad lo que estoy sintiendo es el incremento de mis latidos con cada segundo en que nuestras bocas permanecen juntas. Su piel ya no es suave, rompe aquel límite y se transforma en algo que sobrepasa la sedosidad y la calidez, algo que mis manos no deberían tener el placer de tocar.

No parece haber suficiente oxígeno para cada inhalación que doy y tampoco suficiente cercanía a pesar de mi intento por romper la distancia. Internamente siento demasiado, pero anhelo sentir más, deseo explorar la reciente intensidad que me consume y que sus palabras han liberado en mis adentros.

«Te quiero más de lo que alguna vez pensé que lo haría».

Sus dedos serpentean por mis hombros hasta deslizarse entre las hebras de mi cabello y acariciarlo con gentileza. Su tacto parece estar a punto de detonar esa bomba interna de urgencia, necesidad e impaciencia que alberga en mi interior para el momento en que el beso se profundiza. Nuestras lenguas colapsan al igual que lo hacen dos espadas, pero luego dejamos sanar las heridas de batalla una vez que los labios se rozan con afecto y sutileza. Es como un pequeño juego que se repite una y otra vez hasta convertirse en un vicio difícil de dejar.

Mis manos comienzan a descender mientras Kansas rompe el beso para mirarme a los ojos. Tras las delgadas y oscuras pestañas sus pupilas se dilatan bajo la tenue luz que nos envuelve. Su mirada adquiere un brillo tan enigmático como cautivador y daría lo que fuese por poder saber lo que está pensando en este momento.

—No te atrevas a arruinarlo —advierte mientras la diversión se filtra a través de su voz.

Al parecer ya no necesito desarrollar telepatía, aunque, de todas formas, es imposible dado que estaríamos hablando de la transmisión de contenido psíquico. Cosas como esas únicamente se leen o ven en películas futuristas que...

—No me preguntes si estoy segura porque lo estoy —comienza antes de desenredar sus dedos de mi cabello y dejarlos vagar a lo largo de mi caja torácica—. No te apartes si no es únicamente porque quieres hacerlo —sigue antes de llegar a tomar el dobladillo de mi camiseta provocando que cada músculo de mi cuerpo se tense—. Y por favor no te caigas de la cama —concluye antes de tirar de la prenda hacia arriba y, milésimas de segundos después, dejarla caer a nuestros pies.

La observo en silencio, contemplo la forma en que recorre mi torso con ojos rutilantes y soy testigo de la lenta y profunda inhalación que da. Una de sus manos, fría y pequeña, se posa en mi pecho y me obliga a tragar con fuerza; de allí se desliza perezosamente hacia abajo, recorriendo las ondulaciones de los abdominales que —Jesús, Galileo Galilei, Isabel I de Inglaterra o quien sea que esté allí arriba, si es que siquiera hay alguien, me perdone por mencionar su nombre en un momento como este—, Bill estuvo entrenando desde que llegué.

Sin poder resistirme jalo de Kansas hacia mi cuerpo y dejo que mis manos se enreden en su cabello mojado. No soy capaz de mantenerlas lejos de ella si el anhelo resplandece de tal forma en la cálida combinación de colores que conforman la singularidad de sus ojos.

Vacío todo el afecto que siento por ella en un beso, le dejo saber la intensidad de lo que experimento internamente mediante el roce de nuestros labios y me aseguro de que resalte la concupiscencia que provoca. La desesperación o tal vez el afán de tenerla cada vez más cerca se multiplica mientras muerdo su labio inferior y escucho el débil sonar del interior de sus rodillas encontrando el borde de la cama. El prácticamente inaudible sonido desata la indecencia de muchos de mis pensamientos y me quita el aliento.

TouchdownDonde viven las historias. Descúbrelo ahora