047 | Control

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MALCOM

Es inexplicable lo que siento por este deporte. Es pasión y adrenalina, liberación y superación, la posibilidad de exteriorizar todo lo que siento y a la vez llenarme de sentimientos gratos. Es método, resistencia y voluntad; y, tal como dijo en una ocasión Vince Lombardi: «El fútbol americano es un juego espartano que exige cualidades de sacrificio y esfuerzo. Es un juego también de encuentros violentos y por ese violento contacto, requiere de una disciplina personal que poco se encuentra en otras situaciones en este mundo moderno».

Hay ciertas cosas que nutren al ser humano —y no, no hablo de comida—, me refiero a aquello que hacemos y nos produce felicidad, lo que parece ser nuestro propósito en esta vida. Las pasiones nos mantienen vivos, nos muestran que el vivir fue hecho para sentir y experimentar, y estoy seguro de que no podría imaginar mi vida sin el fútbol americano en ella.

Siempre tuve como objetivo tomar el balón y no soltarlo a excepción de que sea para anotar. Tenía y tengo la intención de jugar en un gran equipo y, al final de todo, convertirme en un jugador profesional. No por el dinero ni la fama, viví toda mi vida sin ellos y estoy conforme con lo que soy, estoy orgulloso de mí, sino para transformar al deporte como mi estilo de vida. Jugar una y otra vez, vivir entre yardas, sudor y la alegría de anotar junto con tu equipo.

Y ahora tengo la oportunidad frente a mí.

Veo a Mark, el conocido de Bill que está dentro del cuerpo técnico de los Bears, que habla con el entrenador en la yarda cincuenta. Sus ojos, más allá de la distancia, se mueven ocasionalmente sobre mis compañeros, pero siempre terminan sobre mí.

Subimos y bajamos las numerosas gradas desde hace al menos diez minutos, como el principio de la entrada en calor, ya que esta mañana Bill nos internó en el gimnasio para recibir a Mark. Ellos discutieron en su oficina por horas. No sé si debería inquietarme o alegrarme por eso.

—Tigre, no quiero asustarte, pero ese hombre te mira como el gato Tom a Jerry —susurra Ben, que me pisa los talones mientras abre su botella de Gatorade. Es un adicto a esa bebida.

—No luces emocionado por la presencia de Mark aquí —señala Chase mientras baja las gradas frente a mí—. ¿No te gustaría jugar para los Chicago Bears? —inquiere con la respiración acelerada.

—No es eso —replico secando el sudor de mi frente con mi camiseta—. En verdad me emociona que él esté en Betland, pero creo que aún no puedo creer que se nos presente la posibilidad —confieso.

—Que se te presente —corrige Ben a mis espaldas—. La mayoría de nosotros juega al fútbol como un pasatiempo y, a pesar de que amaríamos que alguien del staff de los Bears se fijara en nosotros, hay que ser realistas. Ellos están aquí por ti —explica—. En todos los años en que jugamos para los Jaguars jamás vino a vernos alguien de las afueras, mucho menos para ofrecernos jugar como profesionales. Solo a Bill se le presentó la oportunidad, y eso fue hace un centenar de años —exagera.

¿A Bill?

—Habla por ti, Hamilton —espeta Mercury a unos pies de nosotros, con una expresión de fastidio en su rostro—. O mejor cierra la boca.

—No me digas que cie... —comienza Ben, pero las palabras que se aproximan a salir de su boca son cambiadas por otras en cuanto sus ojos caen en algo al otro lado del campo—. ¿Qué hace Sunshine aquí? El receso está por terminar, tendría que estar dirigiéndose a su clase de Estadística.

—Hoy es lunes, imbécil —le recuerda Joe, quien no parece estar de muy buen humor y lo plasma en su rostro cargado de exasperación—. Tiene Epistemología en la última hora, no Estadística.

TouchdownDonde viven las historias. Descúbrelo ahora