KANSAS
La señora Murphy pasa a recoger a Zoe alrededor de las ocho, lo que me da tiempo para tomar una ducha antes de ir por mis libros de texto e internarme en mi habitación. Es una verdadera pena que no pueda concentrarme en la teoría dualista cartesiana o en la disonancia cognitiva porque tengo a Malcom en mi cabeza, y él no solo está allí; corre, salta, se desnuda, grita, sonríe y dice cosas inteligentemente irrelevantes, todo a la vez. Parece consumir todo mi cerebro, y eso en verdad me fastidia.
No puedo hacer más que repasar los hechos una y otra vez, todo lo que pasó y lo que probablemente no vaya a pasar gracias a su excepcional talento futbolístico que lo lleva a acaparar todas las miradas de cualquier staff técnico.
La presencia de Mark aquí me trae tanta alegría como tristeza. La primera es porque estoy segura de que no hay persona que se merezca más esta oportunidad que Beasley. La segunda, porque no existe individuo que pueda reemplazarlo.
Malcom es tan malditamente... Malcom. Sé que ha pasado poco tiempo, pero no puedo evitar sentir una mezcla de ansiedad y negación ante la idea de su partida.
Ahora, mientras las fotografías de René Descartes y León Festinger aparecen frente a mis ojos y me incitan a leer, vuelve la imagen del número veintisiete a mi cabeza. Quiero dejar de pensar en todo lo que deriva de su nombre, pero el destino parece tener otros planes dado que se escuchan unos nudillos tocar mi puerta con gentileza.
Sé que no es Bill ya que él habría entrado sin siquiera llamar, entre gritos sobre salsa, pasta y los Kansas City Chiefs. En cuanto la abro, unos intensos ojos azules se encuentran con los míos. Siento que mi pecho se eleva cuando tomo una gran bocanada de aire y de alguna forma me las arreglo para sostenerle la mirada.
—Tenemos que hablar. —Él establece lo ineludible, lo que ambos sabíamos que tenía que suceder.
—Lo sé —concuerdo en voz baja, deslizando mi mirada sobre su postura erguida, sus hombros rectos y mandíbula tiesa—. ¿Sabes qué dice uno de mis profesores de psicología? —inquiero apretando con una fuerza innecesaria el pomo de la puerta—. Que a la humanidad le gusta postergar lo agrio de la vida, ahora entiendo a lo que se refería. —Ruggles también menciona que para posponer lo agrio es necesario tener algo dulce, una excusa, una distracción o algo en que enfocarse.
La mirada de Beasley adquiere un brillo de entendimiento. En sus ojos veo casi los mismos sentimientos que contemplo en mi reflejo. Hay inseguridad, rabia, indecisión y ansiedad por todo lo que ocurre. Él quiere retrasar esta charla tanto como yo.
—¿Podemos postergarlo? —inquiero.
Una ladeada sonrisa curva sus labios hacia la derecha.
—No —replica—. No vamos a postergar nada, hay que dialogar acerca de...
Lo interrumpo.
—Creo que me he expresado mal —murmuro al ver la forma en que sus manos se vuelven puños dentro de los bolsillos de su pantalón deportivo. Su parte lógica le debe estar diciendo que hay que platicar ante todo; estoy segura de que la parte más estúpida y vacilante le susurra que lo posponga—. Vamos a postergarlo.
—Me opongo a eso. —Se queja, pero yo jalo de su mano y lo obligo a entrar al cuarto—. No quiero hacerle esto a Bill, él...
Cierro la puerta y me giro para enfrentarlo.
—Por favor —bufo a solo un paso de distancia—. Cállate y bésame, luego solucionaremos todo esto.
Veo el signo de interrogación en sus ojos: ¿postergo lo agrio o lo dulce? ¿Y si luego no hay parte dulce? ¿Moral o afán?
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Touchdown
Teen FictionPrimer libro de la serie #GoodBoys. En físico gracias a Nova Casa Editorial (este es un borrador). Inteligente, perfeccionista, competitivo, meticuloso, brutalmente honesto y desgarradoramente guapo; tiene un nombre, Malcom Beasley, mejor conocido c...