028 | Estadística

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KANSAS

Cinco de cada diez personas creen que estudio psicología porque odio los números, cuatro de los restantes piensan que lo hago porque estoy loca, y solo uno de todos ellos está seguro de que me decidí por la carrera que me apasiona. Cualquiera que diga que los psicólogos no saben matemática está mintiendo porque, para mi total desgracia, en mi carrera abunda lo que se denomina estadística. Y lo odio.

La profesora Grimes se pasea por el centro del aula con sus tacones prehistóricos y el flequillo de los años setenta, mientras tanto dicta un par de cosas a tener en cuenta en un trabajo sobre el porcentaje de los indicadores de violencia psicológica.

—Moriré si no se calla —murmuro, porque es costumbre mía pensar en voz alta.

—Pensé que dejarías eso para esta noche. —Una voz familiar llega a mis oídos desde mis espaldas.

No necesito darme vuelta para saber que Sierra Montgomery está sentada allí. Solo me basta con escuchar su voz para identificar el blanco a donde irá mi puño.

—Hazme el favor de no hablar, prefiero escuchar al dinosaurio antes que a ti. —En realidad solo quiero esperar a que termine la clase para salir al pasillo y gritarle, porque hablar con ella ya no funciona.

—Yo no hago favores, Kansas —replica en voz baja.

—Supongo que eso se aplica únicamente a las mujeres. —Sonrío—. Porque los chicos siempre quedan satisfechos con tu ayuda. —Insinuar ello capta la atención de Nevil, quién arquea una ceja.

—¿Qué? —inquirimos al unísono, y el castaño baja lentamente su ceja antes de girarse y volver a concentrarse en su hoja.

—Supongo que estás enojada por lo de mi madre y Billy —susurra, y automáticamente la punta de mi lápiz se rompe ante la repentina presión.

Nevil nos observa de reojo, muy curioso pero a su vez temeroso de que le digamos algo si llega a voltearse otra vez.

Mi día había comenzado bastante bien: el Jeep tenía el tanque lleno, Jamie me había traído un café latte junto a una dona, Harriet terminó la falsificación y mi primera clase del día era con el profesor Ruggles, pero —porque siempre hay un pero—, me es inevitable asumir que lo que aparentemente era un buen miércoles está a punto de caer en picada. La cena con una novia que nunca me presentaron, el hecho de que Sierra no pueda cerrar la boca, Nevil intentando disimular que no nos mira, la maldita estadística; todo se fusiona para hacer de mi existencia una completa miseria.

Y luego, está Beasley. No estoy segura de si debería ubicarlo en la parte que abarca las cosas buenas del día o junto con las cosas que hacen de mi vida una desgracia, y eso se debe a que estoy confundida. Aún me es imposible quitar de mi cabeza todas las palabras que dijo en el teatro, la forma en que se sentían sus cicatrices bajo las palmas de mis manos y la manera en la que se abrió conmigo. Revivo cada sensación una y otra vez y no dejo de pensar en lo duro que debió ser afrontar, y seguir afrontando, a los fantasmas de su pasado.

Una parte de mí solo puede sentir compasión y empatía por todo lo que él vivió, esa parte también muere por conocerlo un poco más y decirle que lo admiro en muchos aspectos. Quiero que vuelva a repetirse lo de ayer, porque de alguna forma hablar de nuestro pasado ayuda a curar el presente. Además, hay algo en sus ojos que transmite calidez y seguridad, como si pudiera aliviar mínimamente mis dolores con apenas verme. Sin embargo, por otro lado, no quiero relacionarme con él.

Esto se debe a que aún me parece un inglés con aires de superioridad que busca perfección en todo lo que ve, y de cierta forma estar bajo sus ojos implica ser criticada, pero esa es la parte más insignificante. Lo más problemático es lo que me hace sentir, y creo que esto es lo más preocupante por una simple razón: no puedo identificar cuáles son mis sentimientos.

TouchdownDonde viven las historias. Descúbrelo ahora