027 | Ojeras

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MALCOM

—¡¿Timberg, te crees una tortuga?! Corres a la velocidad de mi abuela —escupe el entrenador—. ¡¿Para qué tienes piernas si no las usas?!

Chase está muy ocupado como para contestarle, y eso se debe a que ha quedado atrapado bajo el cuerpo de Nick, Fred y Joe. Yo tampoco podría gesticular palabra alguna con un promedio de seiscientas libras aplastando mi caja torácica.

—¡Aborten el juego, muchachos! —grita Bill poniéndose su vieja gorra de los Kansas City Chiefs—. ¡Todos a la línea, haremos uno contra uno! Espero que tengan algo de fuerza porque de otra forma perderán en el juego del sábado, señoritas —indica poniendo sus manos en jarras—, y los mataré.

El sol está llegando a su punto más alto mientras corremos a través del campo. Puedo sentir la forma en que mi camiseta comienza a adherirse a mi cuerpo por la cantidad de sudor que segregan mis glándulas sudoríparas.

—Me transpira hasta la raya del trasero —se queja Ben dando un sorbo a su botella de Gatorade, y por sorbo me refiero a una ingesta directa de un mínimo de quince onzas líquidas.

Aunque estemos en octubre, hay un sol de lo más brillante e infernal, y eso combinado con el ejercicio no es nada bueno. Un claro ejemplo de las consecuencias que trae se ve en Hyland, quien a pesar de no hacer prácticamente nada se ha tirad más de dos botellas de agua encima.

—Sin ánimos de ofender, Marcos... —dice apoyándose en sus rodillas e intentando respirar en cuanto nos detenemos—. ¿De dónde diablos sacaste esas ojeras? —inquiere.

Esperaba que nadie se percatara de mi falta de sueño, y parte de eso se debe a que Bill me mataría si lo supiera, pero supongo que cuando estás acostumbrado a dormir un promedio de ocho horas por noche y duermes solo tres, se nota.

—Tengo corrector de ojeras en mi bolso —ofrece Ben.

Tanto Hyland como yo nos giramos para verlo a los ojos.

—¿Qué? —inquiere encogiéndose de hombros—. No quiero que el coach se entere que salgo de fiesta los días de clase —se defiende—, ya saben lo que dicen: las ojeras tienen historias que contar, lo que me lleva a preguntar cuál es el origen de tus ojeras, Tigre —añade estrechando sus ojos en mi dirección.

No me gusta que me observe como si yo escondiera algo, porque no lo hago. La realidad es que luego de confesarme con Kansas, ambos nos quedamos observando en silencio. Estábamos tan cerca que podía sentir su respiración, y en ese momento algo cambió, no estoy seguro de qué, pero tengo la certeza de que ya no es como antes. Ella rompió el contacto visual y no dijo mucho luego de eso. Limpiamos en silencio y luego nos subimos a su Jeep. Puso una canción suave y nos mantuvimos mudos hasta llegar a casa.

Fue fabuloso.

No hizo falta que dijéramos mucho, y sinceramente creo que las palabras hubieran estado de más. En cada momento, desde que juntábamos latas en el teatro vacío hasta cuando cerró la puerta de su habitación, nos observamos a escondidas. No me daba su simple y cotidiana mirada cargada de desprecio, sino que era una más suave, más comprensiva. Ella me sonreía con sus ojos, de alguna manera.

Esa fue la causa de mis pocas horas de descanso.

En realidad, mi cabeza daba vueltas con muchas cosas, desde recuerdos de Gideon y charlas con la psicóloga hasta la propia Kansas y lo que ahora sé de ella. Fue como si mi cerebro tuviera un interruptor de encendido, pero no de apagado, literalmente.

Creo que voy a aceptar el corrector de ojeras de Ben.

—¡Monroe y Hamilton, Timberg y Joe, Fred y Logan! —El entrenador comienza a asignarnos un compañero y estoy agradecido de que no me tocara con Mercury—. ¡Beasley y Hyland!

TouchdownDonde viven las historias. Descúbrelo ahora