Capítulo VIII: La voz de la experiencia

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Cuando el Pensadero salió a la venta en el mercado mágico, recibió muchas críticas negativas que argumentaban que no tenía sentido invertir galeones en un objeto para almacenar recuerdos, y había sido inmediatamente calificado como completamente inútil. Sin embargo, la población de ancianos lo encontró realmente práctico, pues cuando se cumple cierta cantidad de años muchas cosas importantes se pierden en tu memoria y necesitas una forma de evitar que se disipen en algún rincón de tu cerebro.

Para Albus Dumbledore, el Pensadero era su mayor aliado. Dejaba los rastros de su tormentoso pasado nadaran en lo profundo del extraño líquido plateado del interior del objeto mágico.

Por desgracia, existían recuerdos dentro de él que ni siquiera el Pensadero era capaz de eliminar. Como lo era la penetrante mirada azul de los ojos de Ariana y el semblante siempre decidido de Gellert.

Habías días en los que el director de Hogwarts era incapaz de soportar el dolor y la culpa que le provocaba la trágica muerte de su hermana, por lo que, al menos una vez al mes, dejaba su oficina abarrotada de libros y visitaba el único lugar que calmaba ligeramente sus penurias.

El anciano se detuvo frente a una elaborada pared de piedra y murmuró unas palabras ininteligibles; casi parecía ser un viejo loco hablando con su amigo imaginario, pero la pared se hundió de repente revelando su identidad de nada más y nada menos que La Sala de Menesteres.

Dentro de ella se podía apreciar un amplio campo de verde hierba propia de la primavera, un grupo de arboles de espeso follaje cubrían el terreno a su izquierda, mientras que a la derecha se hallaba una corriente de agua tan azul como el cielo, que nacía desde las montañas que había al fondo del paisaje.

Dumbledore dejó escapar un suspiro de asombro al percatarse de una figura sentada a la orilla del río.

Reconoció a James Potter al instante; el joven hechicero se había quitado los zapatos para hundir sus pies en la fresca agua. Envolvía fuertemente sus brazos alrededor de sus rodillas, como si temiera que en cualquier momento su cuerpo se fuera a desmoronar.

-Es un bonito lugar para pasar el tiempo ¿no es así?- inquirió el director.

James dio un respingón al escuchar la voz de su maestro.

-Le he pedido a la Sala de Menesteres que me trajera a un sitio tranquilo para poder pensar- se explicó.

Albus notó que los ojos avellana de su estudiante estaban enrojecidos. El Merodeador se apresuró a limpiar sus gafas empañadas a causa de las lágrimas con la manga de su jersey rojo.

-¿Hay algo que le preocupe señor Potter?

El Gryffindor arrugó el entrecejo, dudoso de si abrir su corazón o no ante el anciano, pero algo, muy en su interior, le rogaba urgentemente desahogarse, confesar sus verdaderos sentimientos.

-Realmente no quiero hablar de ello- mintió.

-¿Sabes joven Potter? Soy un hombre muy viejo, eso ya lo debes haber notado, no obstante, es esa vejez la que me ha brindado la sabiduría de la que hoy en día gozo tanto. Hoy te diré que el tiempo me ha enseñado que hablar puede aliviar los dolores del alma, incluso los que han dejado las cicatrices más profundas; aunque, contradiciendo mis palabras anteriores, ni yo mis sigo ese consejo debido a mi incansable terquedad, te aconsejo que tú sí lo hagas.

El pelinegro ladeó la cabeza sin intentar ocultar que no había entendido lo más mínimo del discurso de Albus, el hombre se expresaba tan rebuscadamente que le era difícil seguir el hilo de la conversación. Algo le decía que contarle todo al director era una buena idea ¿qué podía salir mal?

Lily Evans Y James Potter: La historia de dos almas gemelas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora