Capítulo IX: Los lazos que unen a dos almas gemelas.

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La clase de Cuidado de Criaturas mágicas siempre había resultado un tormento para Sirius desde el primer día; aunque su espíritu de perro salvaje interior encontraba realmente cómodo estar dos horas al aire libre, con el viento revolviendo su cabello y el olor a tierra mojada invadiendo su nariz, aquellas clases en particular siempre acababan de manera parecida: con duendecillos rabiosos intentando arrancarle un dedo, Puffskein cagándose sobre su túnica recién lavada, hipogrifos persiguiéndolo a través del bosque, y sobre todo, su mejor amigo burlándose durante días de su desafortunada falta de talento con las criaturas mágicas.

Tampoco ayudaba que la profesora que dictaba la materia apestara a estiércol de dragón.

Pero lo que el mayor de los Black no sabía, era que ese día en especial se encontraría con un problema mucho mayor que Puffskeins con daños digestivos, y ese problema perseguiría al Gryffindor hasta en sus más profundos sueños.

Sirius rodeó el huevo de ashwinder con sus guantes de escarcha de los Polos con todo el cuidado que su desprecio por esa materia le permitía.

Los huevos de ashwinder eran ovalados y mucho más pequeños y hasta cierto punto más llamativos que los de dragón; eran de un color escarlata brillante que encandilaba tu mirada, literalmente, porque aquellos animales nacían de las brasas del fuego, aunque no tan elegantemente como los fénix.

Ese día, la profesora Howell les enseñaba a los Gryffindor y Hufflepuff a cerca del "arte" de traer a la vida a un ashwinder; si es que a eso se le podía llamar arte, porque para Sirius era una completa tortura estar 30 minutos seguidos con sus manos alrededor de un jodido huevo ¡y para colmo se le estaban entumeciendo los dedos por el frío!

Howell les había indicado la forma correcta de realizar un encantamiento congelante que no fuera lo suficientemente fuerte como para enhielar el huevo, pero sí para mantener el calor bajo control hasta que el bebé ashwinder decidiera salir a la luz.

Sirius se quitó sus guantes y extrajo su varita del bolsillo lateral de su túnica con nerviosismo. Ni siquiera recordaba correctamente el nombre del hechizo ni el movimiento de muñeca que se supone que debía hacer.

-Hey, Lunático- comentó James, que aún estaba en proceso de enfriar su huevo-, te apuesto tres galeones a que el hechizo congelante falla y el fuego quema a Canuto hasta arruinar su ya de por sí horrendo rostro.

Remus, que estaba intentando hacer entender a Peter (en vano) porqué no podía tocar el huevo sin guantes, dirigió toda su atención a James. Era muy difícil que el prefecto se prestara para ese tipo de cosas, sin embargo, cuando se trataba de disfrutar viendo a Sirius sufrir en Cuidado de Criaturas Mágicas siempre estaba dispuesto a todo.

-Y yo digo que el encantamiento rebota y le congela una pierna.

Ambos jóvenes juntaron sus manos en señal de que la apuesta estaba cerrada.

Sirius arrugó el entrecejo y les dedicó una media sonrisa amarga a sus amigos. Dio una profunda respiración y contó hasta diez, movió su varita, en el sentido equivocado para su desgracia y al instante la magia congelante mal ejecutada no logró contrarrestar el ardiente fuego del huevo por lo que se dio la vuelta para chocar contra el cazador de Gryffindor.

Una punzada de frío recorrió la pierna izquierda de Sirius y se extendió por toda la extremidad hasta que fue incapaz de sentirla. Cayó en un golpe fuerte sobre la tierra húmeda y dio un alarido de dolor.

-¡Señor Black!- exclamó la profesora Howell mientras caminaba con sus rechonchas patas hasta el estudiante herido- ¿se encuentra bien?

El joven maldijo por lo bajo al sentir el apestoso aroma de la mujer demasiado cerca. Howell intentó poner a Sirius de pie pero el chico soltó un grito en cuanto su pierna tocó la superficie.

Lily Evans Y James Potter: La historia de dos almas gemelas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora