Capítulo Cuarto

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El día siguiente a la cesárea de Victoria, la doctora Casanova la mandó a deambular para iniciar su recuperación. Victoria estaba enojada, deseaba irse, lo último que quería era estar en un hospital, Bárbara pasaba con ella en las noches, y Luciano la acompañaba cuando salía del trabajo. Ambos le hablaban de Maximiliano; así le habían puesto, como su padre... ¿Cómo se habían atrevido? Le hablaban de su condición débil, de sus pocas probabilidades para recuperarse, Victoria los escuchaba, pero nada hacía que ella sintiera deseos de verlo; lo odiaba. Suspiró temblorosa y caminó un poco más en el pasillo,  las mismas puertas de ida y vuelta, las mismas caras, tan solo llevaba un día y medio y ya quería salir corriendo.

Las enfermeras le habían comentado que los bebés en la condición de Maximiliano se mejoraban al recibir la visita de sus padres, Victoria maldijo entre dientes, esa enfermera no conocían su desgracia, no sabía absolutamente nada. La veían como la mala,  una madre desnaturalizada. Con sus pensamientos y su rabia salió del pasillo por el ascensor, llegó a un piso arriba, una especie de azotea en remodelación.  

- Esto es mejor que ese maldito pasillo - dijo caminando lentamente, las batas que debía usar eran horribles, su cuerpo era horrible. Se acercó a la baranda del balcón, pero una voz la asustó

- Yo que tu no me acercaría tanto -  se volvió rápidamente a la voz. Era un hombre alto, con una bata blanca, un doctor supuso. Tenía el cabello negro, los ojos verdes y una sonrisa... una sonrisa cálida. - Esta dañada. - le dijo señalando la baranda, mientras echaba en la papelera el vaso donde tomaba café y se acercaba a ella.

Heriberto observó a la joven debía tener unos veinti tantos años, tenía una bata horrible de hospital, son embargo el sonrió y aprovechó para romper el hielo.

- Las batas de hospital no te sientan... - Sin embargo no esperaba la reacción de la joven, quien gruñó y se encaminó de regreso al ascensor, ignorándolo. -  ¡Hey! espera; disculpa le dijo tomándola del brazo 

- Suélteme - le dijo alarmada. Victoria no había tenido contacto con ningún hombre desde aquella fatídica noche, los odiaba. Su hermano era el único hombre que podía ver y no despreciar, y sin embargo lo odiaba por hacerla pasar por esa situación, por no entenderla y haberla obligado a tener a Maximiliano. 

- Vamos cielo... - le dijo levantando las manos tranquilízate 

- Déjeme en paz. - Le contestó alterada dándose la vuelta. Pero Heriberto insistió y se paró frente a ella sin tocarla, con las manos en señal de rendición. - Lo lamento, comencemos de nuevo. Me llamo Heriberto Ríos Bernal. -  entonces le tendió la mano para presentarse.

Victoria miró la mano extendida y con frialdad miró al hombre a los ojos, ignoró el gesto de cortesía y siguió su camino dejando la mano de Heriberto extendida. El médico sonrió y se dio la vuelta para verla partir. Cuando marco el número de su piso y se cerraban las puertas, Heriberto se recostó en un pilar y asintió con suavidad al verla en el ascensor, mantenía esa sonrisa, la joven entonces puso los ojos en blanco.

Victoria espero a que las puertas se cerraran para apoyarse en algo. Dios mío.. su corazón palpitaba a millón. Ese hombre la había asustado pero había algo más algo en su forma de mirarla, algo que la inquietaba de un modo que jamás había sentido, casi se había visto tentada a tomar su mano. El ascensor se abrió en su piso, llevándose sus pensamientos y se encontró de frente con la cara enrojecida de furia de su hermano.      

- ¿Dónde demonios has estado? 

- Caminando, como dijo la doctora - le dijo sin alterarse, pasando frente a él como una reina de hielo.

- Pero era en el pasillo, no pasearte por medio hospital después de una cesárea.

- Me aburrí... 

"Renacer gracias al Amor"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora