Día 32:
El rayo de sol que entraba por una de las rendijas de la ventana lo obligó a despertar. Abrió lentamente sus ojos, una larga noche había pasado por él y su cansado cuerpo. Se encontró durmiendo sentado en una pequeña silla de hospital, apoyando sus brazos y cabeza sobre la cama en donde, después de casi dos días, Diana aun seguía sin despertar a causa de tantos calmantes. Observó sus brazos vendados, tal cual lo había hecho prácticamente durante toda la noche. Harry aún no podía creer que ella haya intentado otra vez quitarse la vida, cortándose de esa forma tan ensañada y dolorosa. Otra vez cerró bien fuerte los ojos, esperando que al abrirlos todo esto fuera una gran pesadilla, sin embargo se dió por vencido al comprender que todo eso era real: el olor a hospital, el sonido de las maquinas indicando su pulso, las sabanas blancas y las vendas manchadas de sangre ya seca. Era más real de lo que podría imaginar por más de que así no lo quisiera. Fue en ese momento en donde pensó en lo cerca que estuvo del final, en lo diminuta que fue la racha entre él y la muerte. Y cuando hablaba de muerte no era precisamente literal. Para Harry la muerte era perder a Diana. La muerte era separarse de ella. La muerte era simplemente no poder ver su sonrisa, no poder oír su voz. La muerte de Harry era vivir sin la única persona en el universo que logró hacerle entender que significaba la palabra amor. Porque el amor que él sentía por Diana era infinito, era tan profundo como el mar, tan fuerte como ese tornado que podría destruir una ciudad entera. Ese repentino dolor de estomago solía aparecer siempre que pensaba en como debería seguir con esta historia, en como seguir sabiendo que tarde o temprano perdería a la mujer que tanto amaba. Porque por más que logre cumplir su misión ¿Quién podría asegurarle que el destino volvería a unirlos? Por momentos Harry olvidaba que él era solo un ángel, un alma con un periodo determinado de vida en este mundo. Su cuerpo, su mente y su corazón yacían en la cama de un hospital de Londres, a la espera de que él regrese con una nueva oportunidad de vivir o de perderse para siempre en la eternidad.
Ninguna de sus opciones terminaban junto a Diana.
Sin embargo, hacía ya varios días un nuevo planteo lo mantuvo cautivo durante sus largas noches de insomnio ¿Qué pasaría si renunciara a su vida, estando dispuesto a ser para siempre el angel de Diana? Estaba preparado para abandonar absolutamente todo por ella por más que fuera una locura si quiera pensar en dejar de ver a su familia, en dejar todos sus sueños de terminar todos sus estudios universitarios. Por más que fuera una insensatez olvidar por completo su antigua vida, su presente y su pasado, su hogar, sus costumbres. Harry sería capaz de comenzar desde cero por ella. Sería capaz hasta de cruzar nadando el mar más bravo en medio de una inmensa tempestad sólo por ella. Sería capaz de volar desde el comienzo hasta el fin del mundo, para escuchar su corazón latir. No existían dudas, él sería capaz de morir por ella. Porque no le temía a la muerte, Harry sólo le temía al hecho de despertar y no encontrar a Diana en su vida.
Rozó su delicada piel con la punta de los dedos, desde sus mejillas hasta el mentón. Era hermoso incluso verla dormir tan profundamente. Su leve respiración lo aterraba, pero aun así sintió como si esa fuera la forma ideal de poder observar detenidamente hasta los detalles más imperceptibles de su rostro. Y allí se encontró con esas marcas al costado de sus ojos que se transformaban en diminutos pliegues cuando sonreía, haciendo que la inmensidad de sus ojos verdes sea inaudible. Su pequeña nariz que hacía ese gracioso movimiento cuando se disponía a pensar antes de hablar. Ese casi invisible lunar cerca del mentón. Y finalmente sus labios que eran rosados sin la necesidad de maquillaje. Esos labios con los que muchas veces se perdió en la inmensidad de su mente, en busca de una forma exacta que aparte de sus pensamientos las ganas de querer que todo finalice con un beso. Y pensar que fueron miles las veces en que Harry sintió la necesidad de atraparla entre sus brazos y besarla como ese final perfecto de una película de amor. Sin embargo jamás lo hizo. Jamás dejó que sus impulsos fueran más fuertes que su deber. ¿Qué tan tonto debía sentirse por eso? Quizás más de lo que creía o quizás nada en lo absoluto. El punto en ese momento era el hecho de saber que podría perder a Diana en cualquier momento e irse de su vida para siempre sin haber probado el sabor de sus labios, sin saber que se siente besar a un ángel y no hablaba precisamente de él, si no de ella.
Se acercó un poco, recordando los viejos cuentos de hadas en donde el príncipe despertaba a la princesa con un beso. Bien, él se sentía muy lejos de ser precisamente un príncipe, pero apostaría hasta las estrellas que, con esa extrema belleza, Diana podría ser sin ninguna duda parte de la realeza. Chocó su nariz con su mejilla y le dió un tierno beso. Era el momento de comenzar acercarse a sus labios, con suavidad y calma. No quería que ese primer beso fuera apasionado ni nada por el estilo, él sólo buscaba despertarla, demostrarle que ella era la única imagen en su mente desde que despertaba hasta que se dormía.
Muy cerca estuvo de lograrlo, si no fuera porque Diana abrió los ojos, sin comprender que hacia allí. Harry se apartó sorpresivamente de ella y volvió a su lugar en la silla, sonrió al ver otra vez esos ojos verdes y sólo pudo abrazarla torpemente, olvidando por completo los cables que la mantenían conectada.
— No sabes cuanto me alegro de que al fin despiertes — Confesó mientras la soltaba.
Esperó una respuesta por algunos segundos, mas nada salió de sus rosados labios. Ella miró hacia el costado opuesto intentando evitar el contacto visual con Harry. No quería verlo. No quería que él la vea en esas condiciones, tirada en una cama de hospital.
— ¿Te sientes mejor?
—¿Dónde esta mi familia? — Preguntó reacia.
Harry comenzó a sospechar que no era precisamente él a quien quería ver. Recostó su espalda en la silla.
—Necesitaban descansar así que me ofrecí a quedarme contigo toda la noche.
Diana no dijo ni una palabra. No emitió sonido alguno y siguió observando hacia la ventana como si fuera a perderse en ella. Para Harry era tan incómodo como doloroso el sentir que era un mueble más en esa pequeña habitación, sin embargo nada podía hacer al respecto más que comprender a Diana y aceptar sus reglas. Quizás ella no quisiera hablar con él pero tendría que escucharlo.
— ¿Sabes? — Dudó un poco al hablar — me preocupé mucho por ti. Creí que te perdería para siempre y se muy bien que no fui el único que sintió ese dolor en el pecho al imaginar un mundo sin tu sonrisa. Supongo que no sabes y no comprendes lo importante que es tu existencia y lo duro que sería que ya no estés aquí.
Diana siguió ignorándolo. No pretendía decir nada al respecto. Se encontraba como aquella primera vez, disgustada con el mundo y con su fallido intento de no existir nunca más. Disgustada con su familia que jamás estaba cuando ella los necesitaba. Disgustada con la forma en que Harry la hacia sentir, tocando el amor y el dolor con solo rozar su piel.
— A veces siento que estas tan ocupada intentando destruirte que no te das cuenta lo maravillosa que eres cuando eres feliz, la manera en la que tu alrededor brilla cada vez que ríes, cada vez que te sientes segura de tus pasos. Diana — hizo una pausa y tomó su mano derecha — Yo podría morir si tu me faltas.
— ¡Detente! ¡Basta! — apartó su mano de las suyas y esta vez sí le brindó toda su atención. — No necesito compasión, Harry. No necesito que me digas estas cosas solo por lástima, por verme vulnerable en una cama de hospital. Solo quiero estar sola. Sin nadie a mi alrededor que me haga sentir como una estúpida.
Sus ojos se llenaron de lágrimas al oír sus duras palabras. Aún persistente insistió con su discurso, pero esta vez dispuesto a decirle, al fin, cuanto la amaba.
— Diana. Yo solo quiero cuidarte. Yo te-
— Vete Harry, Cara debe estar esperando por ti. Y de todas formas no quiero escucharte. — lo interrumpió dándole la espalda.
— ¿Cara? ¿De qué hablas? Yo te -
— ¡Vete! ¡O gritaré más fuerte para que los médicos me escuchen y te saquen! ¡Vete!
Sus gritos mezclados con llanto lo obligaron a comprender que ese no era el momento necesario de confesarle su amor, no cuando ella estaba tan mal, no cuando él se sintió tan indefenso ante su agresión, no cuando ella (estúpidamente) creía que él podría querer a Cara al nivel de olvidar su amor por ella.
Salió del hospital y caminó solo por las calles de la ciudad. Estar en soledad tal vez era la forma más fácil de intentar pensar en como solucionar el problema, en como lograr que Diana vuelva a confiar en él. Pero sin embargo, ningún pensamiento positivo salía de su mente en esos momentos y en su lugar solo pudo sentir esa presión en el pecho, esas ganas de cerrar los ojos para no volver a abrirlos, esas ganas de renunciar a todo lo que creía correcto.
Síntomas de estar muriendo lentamente.
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Diana • H.S {Libro 1}
FanfictionLa vida de Diana podría ser la historia de cualquier otra chica de 19 años con graves problemas familiares, de autoestima y trastornos alimenticios, que tan solo vive en su mundo esperando a que el gran final llegue a su destino. Pero jamás imagino...