Louis no pretendía entender que era lo que pasaba. Él solo buscaba encontrar un instante de paz entre tanta incertidumbre. Sin dudas no era ese el momento para ponerse a pensar en el porque ni en las razones que lo llevaban hoy a estar sentado frente a una cama del hospital, pidiendo por un milagro que salve a su hermana. Quizás el más grande problema allí no era que Diana estuviera internada, si no que él sabía muy bien cuan incierta era esa cura para la enfermedad que dominaba su mente y cuerpo. Louis era consciente de que su hermana no iba a curarse tomando una simple píldora todas las mañanas, ni tomando té caliente antes de ir a dormir. El mal que se había adueñado de ella no encontraba su final en la medicina, si no en el ser humano, en la fuerza de voluntad que ella pusiera para no volver a atentar contra su vida.
Había pasado toda la noche ahí, esperando a que Diana despierte o al menos de una mínima señal de mejora. Los médicos dijeron que su sistema nervioso había colapsado por completo, a causa de una fuerte emoción o grado de excitación ante alguna situación límite, eso sumado a una gran ingesta de pastillas antidepresivas que la habían alentado a intentar saltar directo a las vías del tren, si no fuera por esa misteriosa persona que la vio en el momento preciso y logró rescatarla del más horrendo final, trayéndola al hospital más cercano del lugar. Nadie supo decirle a Louis con precisión quien había sido esa persona, suponía que era otro héroe anónimo que prefería ser recordado por sus buenas acciones que por ser quien era.
— ¿Louis? — su débil voz lo obligó a levantar la vista de inmediato para verla. Sonrío al escuchar su respiración y se acercó rápido hacia ella.
— Diana. ¿Cómo te sientes princesa?.— preguntó y no pudo evitar dejar caer una lágrima mientras acariciaba su rubio cabello. Ella evitó su mirada. No quería volver a sentir la misma y antigua culpa de siempre. Él entendió que quizás no respondería su pregunta y estaba en todo su derecho, por más que fuera extremadamente necesario saber porque había intentado hacer esa locura.
— Tenían mucho trabajo. ¿ Verdad?— Dio por hecho que la ausencia de sus padres tenía la misma excusa de siempre. Louis la miró apenado y suspiró.
— Pero yo estoy acá. ¿Acaso no cuenta?— Sonrió intentando conformarla con su inmenso amor de hermano mayor. Pero por más grande que fuera ese cariño, sabía muy bien que no reemplazaba el afecto y contención de una madre o un padre.
— Gracias— Susurró y eso fue suficiente para él. Escuchar una palabra positiva salir de su boca era prácticamente un milagro.
Tendría que dirigirse directamente al centro de rehabilitación, pero se negó a hacerlo y le rogó, le imploró a Louis que no dejara que la lleven. Él hizo lo que pudo y consiguió un permiso para llevarla de regreso a casa, aunque significara una gran responsabilidad que sin dudas estaba dispuesto a enfrentar.
— Diana. No te muevas de acá. ¿Entendido?. Tengo que firmar las autorizaciones de tu alta médica.
— No voy a irme a ningún lado.— Contestó sin sacarle la vista de encima a una pequeña que jugaba en la vereda con su muñeca. Alguna vez había sido ella una niña feliz, lo recordaba tanto como si hubiera sido hace unas pocas horas. Nunca pudo borrar de su mente el olor a fresas de su muñeca de trapo favorita, ni el calor de su hogar cuando su abuela horneaba sus galletas favoritas. Por más imposible que suene, ese tiempo había existido, dejándole hermosos recuerdos. ¿Cuándo había sido el día en que cambió su inocencia por odio y desprecio hacia su vida?. Sonrió un poco cuando la niña hizo una divertida pirueta dejando su muñeca caer al suelo torpemente. Y como una tonta secuencia de cuento, apareció ese apuesto chico que levantó el juguete del suelo y se lo devolvió a su pequeña dueña, despeinando sus rizos mientras ella se sonrojaba y corría a los brazos de su madre. Él dejó que su enorme y blanca sonrisa ocupara gran parte de su rostro, y fue en ese momento en que Diana recordó quien era y porque sus ojos verdes le resultaban tan familiares. Sabía que le había dicho a Louis que no se movería de ese lugar, pero sus impulsos siempre eran más fuertes que su cuerpo, no tenía la necesidad de aclararlo, era por esa razón que estaba esa mañana en el hospital. Caminó con prisa hacia él, saliendo del lugar.
— Tu.— Lo señaló con el dedo índice mientras se acercaba. — Tu eres el que impidió que me lanzara a las vías. Eres Tu.
Asintió dispuesto a recibir las gracias o al menos, un abrazo de su parte. Pero estaba muy equivocado desde el primer momento en que creyó que tratar con ella sería la cosa más sencilla del mundo. Una cachetada chocó directo en su rostro.
— Nunca más vuelvas a hacer eso— dijo indignada mirándolo fijamente a los ojos, casi al borde del llanto.
— No comprendo. ¿Te molesta el hecho de que haya salvado tu vida?— preguntó confuso.
— ¿Salvar mi vida? ¿Crees que por evitar mi muerte salvas mi vida?.
La miró sin entender absolutamente nada. En base a su criterio, no había hecho nada malo para que ella reaccione de esa manera, al contrario, Harry entendía que había cumplido a la perfección con su misión. Al parecer no estaba en lo cierto.
— Es que ¿acaso tu sabes lo miserable que soy? ¿Acaso sabes cuánto sufro? Estuve a un paso de ser libre y tu. Tu y tu estúpida idea de ser el héroe del día, arruinaron aún más mi asquerosa vida. ¿Sigues creyendo que me haz salvado?. Idiota.— culminó la frase sin bajar su dedo acusador ni por un segundo. Él la miró totalmente perplejo.
— ¡Diana! — Louis gritó mientras corrió directo hacia ella — Me dijiste que no ibas a moverte de ahí. ¿Qué haces aquí afuera?.
Ella ni siquiera se preocupó por apartar su mirada de Harry, quien seguía sosteniendo su mejilla del fuerte golpe recibido.
— ¿Qué? ¿Te vas a quedar ahí mirando? Vete. Seguro tienes muchas otras vidas de mierda que salvar. ¿No?. — Preguntó irónica antes de dar media vuelta y marcharse.
Louis seguía sin poder comprender absolutamente nada. Miró a Harry por unos segundos, pero obviamente decidió seguir los pasos de Diana, quien caminaba velozmente delante de él. Furiosa y casi al borde del llanto.
— ¿Quién era ese tipo? ¿Qué pasó? ¡Diana, responde!
— Nadie. No era nadie— sentenció sin detalles ni más palabras.
— Pero.
— Pero nada Louis. Llévame a casa. No quiero hablar más del tema.
Asintió entendiendo a la perfección que en estos momentos Diana solo necesitaba tiempo y espacio, pero sin dejarla sola jamás. Ella frenó un poco su ligero caminar y se resignó a dejarse sostener por un poco de amor. Apoyó la cabeza sobre su hombro y Louis la rodeó con su brazo por la espalda. Se aferró a su cintura y así caminaron solos por las grandes calles de la ciudad. Después de todo, no importaba cuán inmenso sea el lugar mientras tuviera un hombro en donde llorar.
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Diana • H.S {Libro 1}
Hayran KurguLa vida de Diana podría ser la historia de cualquier otra chica de 19 años con graves problemas familiares, de autoestima y trastornos alimenticios, que tan solo vive en su mundo esperando a que el gran final llegue a su destino. Pero jamás imagino...