"Nadie muere por ser adolescente."

2.3K 84 8
                                    

Día 1:

Los doctores dijeron que no era nada extraño, que era común a su edad enfrentar esos cambios de humor y esos problemas de autoestima tan recurrentes. "Es normal, es cuestión de tiempo. Nadie muere por ser adolescente." Repetían una y otra vez en cada consulta a la que iba. Exageración. Esa era la forma en la que su madre prefería llamar a cada uno de sus sintomas. Y había momentos en los que ella creía en esa palabra y sentía que sólo exageraba sin darse cuenta, pero cada vez que se encontraba frente a sus brazos llenos de cortes, su habitación llena de escondites para pastillas y comida, su indeseable forma de dañarse a sí misma, era ese el momento en que comprendía que no exageraba y lo único que hacia era pedir ayuda a gritos por más que ningún sonido saliera de su boca. 

Su vida podía ser la historia de cualquier otra chica, la cual tenía complejos con su cuerpo, la que tenía como gran referente de belleza a esa mujer esquelética que salía en la tapa de la revista Vogue, esa que prefería pasar 4 días sin comer y una semana internada, ella era esa chica que no podía luchar contra la persona que veía en el espejo, simplemente era otra mujer con problemas de anorexia y bulimia, víctima de la sociedad y de su propia mente. Muchas vidas como la suya quedaban en el olvido, otras salian victoriosas de la batalla, mientras que el resto eran historias jamás contadas. Ella no buscaba ocupar ninguna de esas categorías, simplemente esperaba sobrevivir a las garras de ese monstruo que parecía tener el plan de mantenerla atrapada mucho tiempo más, quizás toda una vida. 

Solía pasar horas y horas mirando la pantalla de su celular, cautiva de los juegos en línea y las redes sociales. Era sin dudas adicta a todo lo que la pudiera encerrar en una burbuja y mantenerla alejada del mundo exterior, que desde su frío y cruel punto de vista, no merecía sufrir viendo su horrenda figura caminar por las calles. Recordaba la última vez que había intentado salir sola de su casa, en un estúpido capricho de su hermano por estar antojado de un Te de frutas. Caminó las únicas 2 cuadras que separaban su casa del supermercado, como si un ejército de risas la persiguieran a toda prisa, como si el mundo se burlara de su presencia, como si un millón de ojos mirara fijamente cada uno de sus pasos, esperando ansiosamente el más mínimo error para idiotizarla. Su respiración se agitó al mismo nivel del de un atleta que acababa de perder la maratón de su vida, dejando en claro que siempre se identificaba con el perdedor. Sus manos sudaban, su boca se secó y comenzó a ver todo tan borroso como una nube de humo. No recordaba nada más que eso y el haberse despertado en su cama, lista para no abandonar nunca más ese lugar.

Era el momento en el que se preguntaba si algo más podía ser peor, y allí era donde aparecía su familia. Esa madre que minimizaba cada uno de sus problemas, haciéndole saber que las cosas que puedan llegar a pasar por la mente de una chica de 19 años eran totalmente irrelevantes a la hora de hablar en serio. Un padre ausente que sólo vivía y respiraba por y para su trabajo, casi como si su paso por la casa fuera fugaz e inadvertido, a menos que el teléfono de su oficina sonara, esa era la única forma de prácticamente escuchar su voz fría e imperativa, la misma con la que solía repetir una y otra vez su famosa frase "ahora No, recién llego del trabajo." O quizás su otra versión más reciente "No te quejes, trabajo para que a ustedes no les falte nada" sin darse cuenta que nada material reemplaza los años de amor que aún le debía a sus hijos. Y es en ese momento en que su hermano mayor aparece, su héroe y referente, el único que podía darle un poco de sentido a esa familia que vivía de apariencias. 

Estaba segura que era el hecho de sentirse inferior al mundo lo que la obligaba a vivir negada a hacer algo por su propia vida, ¿para qué habría de hacer algo que sería fácilmente superado por alguien más? Ese era su gran dilema. El tener que buscarle un sentido a las cosas que no tenían un significado para ella, y aunque así lo tuvieran siempre prefirió resguardarse de los golpes y las caídas, encerrada en su mundo, en su mente, aguardando el día en que todo llegue a su fin. Un final que esperaba con ansias, sin motivos de seguir luchando por una razón inexistente. Muchos fueron los días en los que pensó como debía seguir su camino, en los que analizó su paso por el mundo, su nula influencia en el resto, porque sabía y sentía que era el ser más reemplazable que podía haber existido. Muchas fueron las horas en las que meditó acerca de las consecuencias y llegó a la conclusión de que su simple e insignificante presencia hacia más daño del que podía imaginar, estando o no en este mundo. Era esa manzana podrida que contaminaba al resto, esa Granada a punto de estallar en mil pedazos, destruyendo todo lo que había a su al rededor, y ese era su principal miedo, explotar cerca de lo que más amaba en el mundo y no encontrar forma de repararlo. Odiaba ser ella la causante de tantos problemas, pero no podía evitarlo... Su mente era más poderosa de lo que alguna vez imaginó. Era un imán hacia lo más oscuro de sus pensamientos, una catapulta hacia la perdición. ¿Cuanto era el dolor que debía soportar para ser libre? ¿Cuantas veces debía lastimarse para sacar del interior su propio veneno? ¿Cuantos días debía dejar de comer para lograr amarse a sí misma? ¿Cuantas debían ser las noches en las que se durmiera llorando, esperando despertar en un lugar sin penas ni tristeza? Su mente era fuerte y maligna, pero su cuerpo era débil y vulnerable. Todo debía llegar a su fin.

Su ciclo en la tierra había sido esa clase de cosas que suelen olvidarse con el paso de los años, de los meses, de los días. Lamentaba nunca haber encontrado su propósito, o quizás lamentaba nunca haber tenido el valor suficiente para buscarlo. Era muy temprano en la mañana, el sol debía asomar en cualquier momento, pero no lo haría ese día, porque parecía no existir motivo alguno ni siquiera para el clima, de ser radiante y expendido. Al contrario de eso, las nubes negras se amontonaban rápidamente en el cielo, como si pelearan entre ellas por saber cual sería la más negra y espantosa de todas. El olor a tierra mojada se hizo presente indicando que la lluvia no tardaría en llegar. Miró el reloj de su muñeca. Eran las 6am en punto. La hora exacta en la que el tren pasaría por la estación. La hora exacta del final. La sirena y la bocina de la locomotora sonaron a lo lejos. Tomó un respiro tan profundo que sintió ahogarse con el mismo aire. Descalza en el borde del anden, sintió como si un escalofrío se adueñara de su mente y sus sentidos. Necesitaba saber que ese frío que recorría su cuerpo era sólo una ilusión ya que era imposible llegar a sentirse de esa forma. Era imposible sentir tanto frío, como si se estuviera ahogando en medio de un lago congelado. Supuso que era el primer síntoma de saber que moría, que dejaría atrás el dolor, que todas esas imágenes que aparecían como flashes en su cabeza serían sólo miles de destellos de luz que le indicarían el camino a casa, a su verdadera casa. Cerró los ojos cuando sintió el piso retumbar por la llegada de la máquina. Su cuerpo era papel, y como tal, se dejó llevar por el viento. Por la misma brisa que la empujaba hacia su destino. 

Todo hubiera sido tan fácil si ese destino se hubiera cortado en ese preciso momento en que su cuerpo tenía intenciones de atravesarse frente a un gran monstruo de metal. Pero era ese mismo destino el que tenía otros planes para su vida, o quizás para la historia, en el preciso momento en que una fuerza sobre natural empujó su alma y cuerpo hacia el lado contrario, haciéndola caer no sólo en el duro cemento del andén, si no en los brazos más cálidos que jamás había sentido. Y ese frío que parecía eterno desapareció en tan sólo un segundo.

Y ese olor a tierra mojada ahora era solo una metáfora olvidada por ese perfume de hombre que inundo sus pulmones devolviéndole el aliento, recordándole como respirar. La lluvia comenzó a caer. Abrió los ojos con miedo, aún no estaba segura si seguía con vida o ya estaba viviendo irónicamente la muerte y sin dudas nunca esperó que unos ojos verdes fueran lo primero que vería, ni siquiera imaginó que podría ser real una persona con facciones tan perfectas que rozaban lo imposible. No pudo detenerse en los detalles por el obvio shock emocional, pero si pudo por primera vez ponerse de acuerdo con su mente y sus acciones. —¿Eres un Ángel?— Preguntó casi sin poder completar la frase. Él sonrió mientras el agua de lluvia corría por sus hoyuelos y todo pareció iluminarse de una manera distinta a la luz normal que existía entre los mortales. Acaricio su rostro con suavidad como si fuera un frágil trozo de cristal. —Soy Harry. Y puedo ser tu ángel si así lo quieres.—

Diana • H.S {Libro 1}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora