Te extraño, te necesito.
Quiero sentir tus brazos rodeándome y mi cabeza enterrada en tu pecho.
Te odio, te resiento.
Quiero que sientas el mismo dolor ígneo que sentí yo, y que no puedas respirar.
Me había sentado en el piso, con la mano en el pecho;
buscando una forma de arrancarme el pesar con las uñas.
Porque mi garganta no dejaba de bramar gemidos incomprensibles
y ella, la que siempre estuvo para mí, no sabía como hacer para calmarme.
Estaba histérica.
Puro agua en los ojos y puro fuego en el pecho.
Había tanto por decir y aún así no tenía voz.
Nos arruinaste.
Te amo con la vida,
aunque a veces
me gustaría considerarte un simple error.
Pero no puedo.
Te pertenezco y tu persona a mí,
a pesar de que me hayas partido en dos.

ESTÁS LEYENDO
Un boleto a Francia, por favor.
No FicciónRecopilación de escritos que son demasiado cursis y personales como para leerlos en mi clase de Literatura.