Simplemente no lo puedo creer. Al menos no después de todos estos meses en los que no nos hemos siquiera dirigido la palabra.
Me había propuesto entrar en el instituto sin llamar la atención de nadie, con la intención de no convertirme en el centro de las burlas en nuestra última semana de clases. Porque la verdad es que soy propensa a que me sucedan las peores cosas en los peores momentos, como por ejemplo tropezar en la escalinata de entrada al instituto justo cuando todo el mundo estaba ingresando... unas cuantas veces.
Así que sí, claramente mi intención era no llamar la atención de nadie; pero por desgracia a veces los planes que te propones simplemente se te deslizan de las manos como tu mesada a fin de mes.
Me encontraba subiendo las benditas escaleras cuando lo vi. Se supone estoy enojada con él; se supone lo odio. Pero lamentablemente todos los seres humanos tenemos este problema de que podemos pensar una cosa pero nuestro corazón puede simplemente no estar de acuerdo. Así que ni siquiera me sorprendí cuando al poner mis ojos en él mi corazón empiezó a latir un poco más rápido de lo normal.
Sin embargo sí no pude evitar sorprenderme cuando él giró sus ojos hacia mí y me dedicó una simple sonrisa. Una normal, inocente, cargada de absolutamente nada malicioso. ¿Y cómo no sorprenderme con eso cuando durante el último año lo único que había sido para él era el eje de sus burlas?
La sorpresa llevó a la distracción, la distracción llevó a que olvidara todos mis planes y mi falta de memoria me condujo a pasar por alto uno de los escalones. Y la respuesta es sí, acabé dando por completo contra el suelo.
Las risas comenzaron al instante y yo no pude evitar soltar un largo suspiro, prácticamente odiándome a mí misma. Qué divertida eres, Elizabeth, otra vez haciendo de las tuyas.
Pero al menos hoy cuento con la ventaja de saber que esta es la última semana en que la gente se estará preguntando por qué otra cosa puede llegar a reírse de mí. Ya no habrá tropiezos en las escalinatas, ya no habrá resbalones en los pasillos, ya no habrá estallidos por mi parte al escuchar risas por parte de personas que no tienen ningún derecho a reírse de mí.
No odié la secundaria, sin embargo dejarla, en cierto punto, sí se me presenta como un consuelo.
Luego de unos treinta segundos de estar inmóvil en el suelo, aun escuchando las risas para nada contenidas, decidí que era suficiente de desastres por un día, y fue entonces cuando levanté la vista.
Mi corazón no comenzó a latir más rápido en esta ocasión, sino que simplemente se detuvo. Había una persona parada a menos de un paso de distancia, con una mano extendida en mi dirección. Y podría decir que durante un segundo no supe a quién pertenecía esa mano, pero sólo estaría mintiendo.
-¿Estás bien? –su voz sonó dulce pero preocupada al mismo tiempo.
Y eso fue hace más o menos un minuto, cuando perdí la capacidad de pensar, hablar y respirar. Desde entonces lo único que he podido hacer es fijar los ojos en su mano y preguntarme si de verdad mi caída fue tan patética como para que él tuviera que venir a mi rescate, preocupado y sin siquiera estar riendo.
Quizás estoy sangrando y no me di cuenta, por lo que quizás en vez de estar ayudándome a levantarme él debería estar llamando a la ambulancia. Eso tendría más sentido que esto.
-¿Elizabeth?
Su voz vuelve a sobresaltarme, pero mi nombre saliendo de su boca hace que mi cuerpo vuelva a la vida. Pulmones, corazón, cuerdas vocales. Todo en orden.
-Estoy bien –respondo finalmente, ignorando su mano y poniéndome de pie con un mínimo de esfuerzo-. Sólo me estaba despidiendo de las escaleras. Le decía cuán imposible se me iba a hacer vivir sin verlas todos los días.
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El último verano
Novela JuvenilLa vida tiene un montón de puntos importantes que marcan el fin de una etapa y el comienzo de otra. Terminar el instituto es definitivamente uno de ellos. Cuando a un grupo de amigos y no tan amigos se les presenta la oportunidad de unas vacacione...