Capítulo 1

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"Necesitamos tu ayuda. Igual no eres la persona que estamos buscando pero si no lo eres, no te preocupes, no llegarás viva a nuestros edificios. ¡Date prisa, necesitamos ayuda! Búscanos todo lo rápido que puedas. No voy a decirte el lugar por si esta nota cae en malas manos, pero tú ya lo sabes. Ten cuidado y no les dejes encontrarte. Si te encuentran, corre, huye. Vete lejos y no vuelvas hasta que estés segura de que te perdieron de vista. Nunca les dejes encontrarnos. Si nos encuentran, estas muerta. Probablemente te maten en el instante. Ahora estás avisada.

Búscanos."

Cuando lo leí pensé que era algún tipo de broma de mal gusto. Aún así me quedé con la duda.

Estaba leyéndolo por décima vez en esa tarde, Cuando de repente vi unas sombras de reojo. No supe exactamente qué eran, pero empecé a correr. Corrí todo lo rápido que pude con la nota en la mano, les había dejado un aviso apresurado a mis padres para que cuando volvieran de su cena no se quedaran allí. Cada vez los tenía más cerca, llevaba unos 10 minutos corriendo, ya no sabía a dónde ir y no sabía si aguantaría mucho más. Además el vestido que iba a llevar a mi graduación era realmente incomodo. Se me había subido casi hasta la cintura, aunque en realidad el vestido daba igual, teniendo en cuenta que estaba corriendo como si me fuera la vida en ello. Y probablemente así fuera. Cuando ya no podía aguantar más, vi mi oportunidad. Justo al doblar una esquina había un pequeño agujero entre los setos del parque, y me colé por ahí. Me clavé todas las ramas de los arbustos al pasar al parque y seguramente me llené de barro, pero por lo menos ya no me perseguían. De momento, los había despistado. Después de un rato ahí sentada me quedé dormida. Me desperté unas cuantas horas después con un viento helado, hacía muchísimo frío, y el vestido no ayudaba. No me había muerto congelada de milagro. Empecé a pensar dónde podía ser ese sitio misterioso. No estaba siendo capaz de recordarlo,  realmente no sabía donde podía ser. Si no fuera por aquellas personas que me persiguieron creería que la nota era mentira o que no era para mí. En aquel momento recordé las palabras que siempre decía mi padre cuando teníamos alguna duda.

-Si no sabes la respuesta, entonces es tres.

Puede ser una tontería, una idea estúpida, o puede ser la solución a mis problemas. Tres, la Torre 3. No tenía nada de perder. Fuí allí a lo que comúnmente llamamos la Torre 3. Es de una multinacional, aunque nadie sabe qué es lo que realmente hacen o quienes la llevan realmente. A lo mejor eran ellos. Estaba al otro lado de la ciudad y si quería llegar antes de que anocheciera debía darme prisa. La forma más rápida y barata sería el metro. Mi sentido de la vergüenza era totalmente inexistente así que con mi vestido roto y mi cuerpo lleno de arañazos y barro me dirigí hacia allí.

Cuarenta y cinco minutos, ese fue el tiempo que estuve en el metro. Sentí miradas totalmente incómodas en mi. En realidad los comprendo, no todos los días te encuentras con alguien como yo en el metro. Al llegar a la parada salí a la superficie, a una plaza llena de jardines y en el centro la torre.

Me quedé tan embobada mirando como la luz del atardecer se reflejaba en el edificio, creando ese efecto alucinante, que no me di cuenta de que se me había acercado una persona, hasta que le escuche:

-Hola, ¿Effy verdad?- pegué un salto del susto. A mi lado estaba un chico más o menos de mi edad, con los ojos de un verde esmeralda parecido al de mi ojo izquierdo, preciosos. Me sacaba bastante altura, poco más de una cabeza para ser más precisos, aunque claro eso no era muy difícil teniendo en cuenta lo bajita que soy yo con mi 1.60. Se veía a kilómetros que estaba muy entrenado y seguramente acababa de salir de la ducha ya que tenía el pelo moreno chorreado y le caían gotas de agua por la cara.

No entendí porque me miraba así de raro hasta que me miré la ropa. Tenía el vestido medio destrozado que a duras penas me tapaba y la cazadora arañada. Estaba llena de hojas y tierra y probablemente tendría una herida en la mejilla ya que me escocía un poco, más los arañazos que sentía en las piernas y casi seguro llenos de sangre. Además había perdido una de mis converse, así que solo tenía un zapato. Si os preguntáis porque tenía las converse con el vestido de graduación, era, porque por suerte, no me había dado tiempo a calzarme antes de tener que huir corriendo, demos gracias al Señor o a quien vosotros queráis.

-La misma- Le contesté.

-Perfecto, sígueme por favor, el jefe te espera.

Dicho esto se fue directo a la entrada del edificio y entró. Le seguí por los pasillos, era todo bastante extraño, no sabría decir por qué, pero lo era. En ese momento estaba demasiado intrigada por saber quien me había enviado aquí y para que, así que no me paré mucho a pensarlo. Después de pasar por un laberinto de pasillos (vale, probablemente estuviera exagerando un montón, pero en ese momento fue lo que me pareció, estaba más bien perdida y pensando en todo lo que había pasado) subimos a un ascensor naranja y después de subir al último piso entramos en lo que parecía un despacho con unas bonitas vistas al atardecer.

-Buenos días Effy- escuché, a veces estoy muy despistada porque hasta ese momento no había visto al señor que estaba en la silla. Aparentaba unos 35 o 40 años, tenía el pelo castaño oscuro casi negro, igual que sus ojos, lo que le daba un aspecto inquietante a pesar de que estuviera sonriendo. Era de estatura media y estaba en forma, como si fuera todos los días al gimnasio. ¿Lo más turbio de todo? Sin duda el tatuaje. También lo tenía el chico que me había recibido, estaba en el antebrazo izquierdo, pero el del señor del despacho parecía más complejo.

Después de la productiva charla (nótese el sarcasmo), en la que me preguntó cómo había llegado hasta aquí y como había sabido a dónde ir, me hubiese gustado decir que todo era perfecto y como me lo esperaba. La realidad era que no. Yo esta tarde me esperaba estar en mi baile de graduación y obviamente después de todo lo que había pasado era evidente que no podría ir. El señor del despacho resultó que se hacía llamar  Ceann, aunque más tarde descubriría que era por su origen irlandés ya que él decía que le hacía sentir como en casa. En su momento le creí, pues era todavía bastante ingenua y creía cualquier cosa que me dijeran. En cambio la realidad era otra, este fue el momento donde comenzaron las realidades que eran mentiras y verdad a la vez.

Me di cuenta de que la gente de tanto repetir sus mentiras se las acaba creyendo, eso es algo que aprendería con el tiempo.

TARANIS (#1Nostrum)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora