Capitulo 7

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Por la noche soñé que estaba atrapado en el interior de un inmenso caleidoscopio. Un ser diabólico, de quien sólo podía ver su gran ojo a través de la lente, lo hacía girar. El mundo se deshacía en laberintos de ilusiones ópticas que flotaban a mi alrededor. Insectos. Mariposas negras. Desperté de golpe con la sensación de tener café hirviendo corriéndome por las venas. El estado febril no me abandonó en todo el día. Las clases del lunes desfilaron como trenes que no paraban en mi estación.  RM se percató en seguida.

—Normalmente estás en las nubes —sentenció—, pero hoy te estás saliendo de la atmósfera. ¿Estás enfermo?

Con gesto ausente le tranquilicé. Consulté el reloj sobre la pizarra del aula. Las tres y media. En poco menos de dos horas se acababan las clases. Una eternidad. Afuera, la lluvia arañaba los cristales.

Al toque del timbre me escabullí a toda velocidad, dando plantón a RM en nuestro habitual paseo por el mundo real. Atravesé los eternos corredores hasta llegar a la salida. Los jardines y las fuentes de la entrada palidecían bajo un manto de tormenta. No llevaba paraguas, ni siquiera una capucha. El cielo era una lápida de plomo. Los faroles ardían como cerillas.

Eché a correr. Sorteé charcos, rodeé los desagües desbordados y alcancé la salida. Por la calle descendían regueros de lluvia, como una vena desangrándose. Calado hasta los huesos corrí por calles angostas y silenciosas. Las alcantarillas rugían a mi paso. La ciudad parecía hundirse en un océano negro.
 Me llevó diez minutos llegar a la verja del caserón de Malú y Jose. Para entonces ya tenía la ropa y los zapatos empapados sin remedio. El crepúsculo era un telón de mármol grisáceo en el horizonte. Creí escuchar un chasquido a mis espaldas, en la boca del callejón. Me volví sobresaltado. Por un instante sentí que alguien me había seguido. Pero no había nadie allí, tan sólo la lluvia ametrallando charcos en el camino.

Me colé a través de la verja. La claridad de los relámpagos guió mis pasos hasta la vivienda. Los querubines de la fuente me dieron la bienvenida. Tiritando de frío, llegué a la puerta trasera de la cocina. Estaba abierta. Entré. La casa estaba completamente a oscuras. Recordé las palabras de Jose acerca de la ausencia de electricidad.

No se me ocurrió pensar hasta entonces que nadie me había invitado. Por segunda vez, me colaba en aquella casa sin ningún pretexto. Pensé en irme, pero la tormenta aullaba afuera. Suspiré. Me dolían las manos de frío y apenas sentía la punta de los dedos. Tosí como un perro y sentí el corazón latiéndome en las sienes. Tenía la ropa pegada al cuerpo, helada. « Mi reino por una toalla» , pensé.

—¿Malú? —llamé.

El eco de mi voz se perdió en el caserón. Tuve conciencia del manto de sombras que se extendía a mi alrededor. Sólo el aliento de los relámpagos filtrándose por los ventanales permitía fugaces impresiones de claridad, como el flas de una cámara.

—¿Malú? —insistí—. Soy Manuel...

Tímidamente me adentré en la casa. Mis zapatos empapados producían un sonido viscoso al andar. Me detuve al llegar al salón donde habíamos comido el día anterior. La mesa estaba vacía, y las sillas, desiertas.

—¿Malú? ¿Jose?

No obtuve contestación. Distinguí en la penumbra una palmatoria y una caja de fósforos sobre una consola. Mis dedos arrugados e insensibles necesitaron cinco intentos para prender la llama.

Alcé la luz parpadeante. Una claridad fantasmal inundó la sala. Me deslicé hasta el corredor por donde había visto desaparecer a Malú y a su padre el día anterior

El pasillo conducía a otro gran salón, igualmente coronado por una lámpara de cristal. Sus cuentas brillaban en la penumbra como tiovivos de diamantes. La casa estaba poblada por sombras oblicuas que la tormenta proyectaba desde el exterior a través de los cristales. Viejos muebles y butacones y acían bajo sábanas blancas. Una escalinata de mármol ascendía al primer piso. Me aproximé a ella, sintiéndome un intruso. Dos ojos amarillos brillaban en lo alto de la escalera. Escuché un maullido. Chanelo. Suspiré aliviado. Un segundo después el gato se retiró a las sombras. Me detuve y miré alrededor. Mis pasos habían dejado un rastro de huellas sobre el polvo.

~ Malú ~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora