Capitulo 9

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Durante el resto del otoño mis visitas a casa de Jose y Malú se transformaron en un ritual diario. Pasaba los días soñando despierto en clase, esperando el momento de escapar rumbo a aquel callejón secreto. Allí me esperaban mis nuevos amigos, a excepción de los lunes, en que Malú acompañaba a Jose al hospital para su tratamiento. Tomábamos café y charlábamos en las salas en penumbra. Jose se avino a enseñarme los rudimentos del ajedrez. Pese a las lecciones, Malú me llevaba a jaque mate en unos cinco o seis minutos, pero yo no perdía la esperanza.

Poco a poco, casi sin darme cuenta, el mundo de Jose y Malú pasó a ser el mío. Su casa, los recuerdos que parecían flotar en el aire... pasaron a ser los míos. Descubrí así que Malú no acudía al colegio para no dejar solo a su padre y poder cuidar de él. Me explicó que Jose le había enseñado a leer, a escribir y a pensar.

—De nada sirve toda la geografía, trigonometría y aritmética del mundo si no aprendes a pensar por ti mismo —se justificaba Malú—. Y en ningún colegio te enseñan eso. No está en el programa.

Jose había abierto su mente al mundo del arte, de la historia, de la ciencia. La biblioteca alejandrina de la casa se había convertido en su universo. Cada uno de sus libros era una puerta a nuevos mundos y a nuevas ideas. Una tarde a finales de octubre nos sentamos en el alféizar de una ventana del segundo piso a contemplar las luces lejanas del Tibidabo. Malú me confesó que su sueño era llegar a ser escritora. Tenía un baúl repleto de historias y cuentos que llevaba escribiendo desde los nueve años. Cuando le pedí que me mostrase alguno, me miró como si estuviese bebido y me dijo que ni hablar. « Esto es como el ajedrez» , pensé. Tiempo al tiempo.

A menudo me detenía a observar a Jose y Malú cuando ellos no reparaban en mí. Jugueteando, ley endo o enfrentados en silencio ante el tablero de ajedrez. El lazo invisible que los unía, aquel mundo aparte que se habían construido lejos de todo y de todos, constituía un hechizo maravilloso. Un espejismo que a veces temía quebrar con mi presencia. Había días en que, caminando de vuelta al internado, me sentía la persona más feliz del mundo sólo por poder compartirlo. Sin reparar en un porqué, hice de aquella amistad un secreto. No le había explicado nada acerca de ellos a nadie, ni siquiera a mi compañero RM. En apenas unas semanas, Jose y Malú se habían convertido en mi vida secreta y, en honor a la verdad, en la única vida que deseaba vivir. Recuerdo una ocasión en que Jose se retiró a descansar temprano, disculpándose como siempre con sus exquisitos modales de caballero decimonónico. Yo me quedé a solas con Malú en la sala de los retratos. Me sonrió enigmáticamente y me dijo que estaba escribiendo sobre mí. La idea me dejó aterrado.

—¿Sobre mí? ¿Qué quieres decir con escribir sobre mí?

—Quiero decir acerca de ti, no encima de ti, usándote como escritorio.

—Hasta ahí ya llego.

Malú disfrutaba con mi súbito nerviosismo.

—¿Entonces? —preguntó—. ¿O es que tienes tan bajo concepto de ti mismo que no crees que valga la pena escribir sobre ti?

No tenía respuesta para aquella pregunta. Opté por cambiar de estrategia y tomar la ofensiva. Eso me lo había enseñado Jose en sus lecciones de ajedrez. Estrategia básica: cuando te pillen con los calzones bajados, echa a gritar y ataca.

—Bueno, si es así, no tendrás más remedio que dejarme leerlo —apunté.

Malú enarcó una ceja, indecisa.

—Estoy en mi derecho de saber lo que se escribe sobre mí —añadí.

—A lo mejor no te gusta.

—A lo mejor. O a lo mejor sí.

—Lo pensaré.

—Estaré esperando.

~ Malú ~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora