Capitulo 15

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Llegué a casa de Malú y crucé el jardín a tientas. Rodeé la casa y me dirigí hacia la entrada de la cocina. Una luz cálida danzaba entre los postigos. Me sentí aliviado. Llamé con los nudillos y entré. La puerta estaba abierta. A pesar de lo avanzado de la hora, Malú escribía en su cuaderno en la mesa de la cocina a la luz de las velas, con Chanelo en su regazo. Al verme, la pluma se le cayó de los dedos. 

—¡Por Dios, Manuel! ¿Qué...? —exclamó, examinando mis ropas raídas y sucias, palpando los arañazos en mi rostro—. ¿Qué te ha pasado?

Después de un par de tazas de té caliente conseguí explicarle a Malú lo que había sucedido o lo que recordaba, porque empezaba a dudar de mis sentidos. Me escuchó con mi mano entre las suyas para tranquilizarme. Supuse que debía de ofrecer todavía peor aspecto de lo que había pensado. 

—¿No te importa que pase la noche aquí? No sabía adónde ir. Y no quiero volver al internado. 

—Ni yo voy a permitir que lo hagas. Puedes estar con nosotros el tiempo que haga falta. 

—Gracias. 

Leí en sus ojos la misma inquietud que me carcomía. Después de lo sucedido aquella noche, su casa era tan segura como el internado o cualquier otro lugar. Aquella presencia que nos había estado siguiendo sabía dónde encontrarnos. 

—¿Qué vamos a hacer ahora, Manuel? 

—Podríamos buscar a ese inspector que mencionó Shelley, Florián, y tratar de averiguar qué es lo que realmente está sucediendo... 

Malú suspiró. 

—Oye, quizás es mejor que me vaya... —aventuré. 

—Ni hablar. Te prepararé una habitación arriba, junto a la mía. Ven. 

—¿Qué..., qué dirá Jose? 

—Jose estará encantado. Le diremos que vas a pasar las Navidades con nosotros. 

La seguí escaleras arriba. Nunca había estado en el piso superior. Un corredor flanqueado por puertas de roble labrado se extendió a la luz del candelabro. Mi habitación estaba en el extremo del pasillo, contigua a la de Malú. El mobiliario parecía de anticuario, pero todo estaba pulcro y ordenado. 

—Las sábanas están limpias —dijo Malú, abriendo la cama—. En el armario hay más mantas, por si tienes frío. Y aquí tienes toallas. A ver si te encuentro un pijama de Jose. 

—Me sentará como una tienda de campaña —bromeé.

—Más vale que sobre y no que falte. Vuelvo en un segundo. 

Oí sus pasos alejarse en el pasillo. Dejé mi ropa sobre una silla y resbalé entre las sábanas limpias y almidonadas. Creo que no me había sentido tan cansado en mi vida. Los párpados se me habían convertido en láminas de plomo. A su regreso Malú traía una especie de camisón de dos metros de largo que parecía robado de la colección de lencería de una infanta. 

—Ni hablar —objeté—. Yo no duermo con eso. 

—Es lo único que he encontrado. Te quedará que ni pintado. Además, Jose no me deja que tenga muchachos desnudos durmiendo en la casa. Normas. 

Me lanzó el camisón y dejó unas velas sobre la consola. 

—Si necesitas cualquier cosa, da un golpe en la pared. Yo estoy al otro lado. Nos miramos en silencio un instante. 

Finalmente Malú desvió la mirada. 

—Buenas noches, Manuel —susurró. 

—Buenas noches.

~ Malú ~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora