Capitulo 21

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La habitación en la que desperté me resultó familiar. Las ventanas estaban cerradas y una claridad diáfana se filtraba desde los postigos. Una figura se alzaba a mi lado, observándome en silencio. Malú. 

—Bienvenido al mundo de los vivos. Me incorporé de golpe. 

La visión se me nubló al instante y sentí astillas de hielo taladrándome el cerebro. Malú me sostuvo mientras el dolor se apagaba lentamente. 

—Tranquilo —me susurró. 

—¿Cómo he llegado aquí...? 

—Alguien te trajo al amanecer. En un carruaje. No dijo quién era.

 —Claret... —murmuré, mientras las piezas empezaban a encajar en mi mente. 

Era Claret quien me había sacado de los túneles y quien me había traído de nuevo al caserón de Sarriá. Comprendí que le debía la vida. 

—Me has dado un susto de muerte. ¿Dónde has estado? He pasado toda la noche esperándote. No vuelvas a hacerme algo así en la vida, ¿me oyes? 

Me dolía todo el cuerpo, incluso al mover la cabeza para asentir. Me tendí de nuevo. Malú me acercó un vaso de agua fresca a los labios. Me lo bebí de un trago.

 —¿Quieres más, verdad? Cerré los ojos y la oí llenar de nuevo el vaso. 

—¿Y Jose? —le pregunté. 

—En su estudio. Estaba preocupado por ti. Le he dicho que algo te había sentado mal. 

—¿Y te ha creído? 

—Mi padre cree todo lo que yo le digo —repuso Malú, sin malicia. Me tendió el vaso de agua.

 —¿Qué hace tantas horas en su estudio si ya no pinta? Malú me tomó la muñeca y comprobó mi pulso. 

—Mi padre es un artista —dijo luego—. Los artistas viven en el futuro o en el pasado; nunca en el presente. Joses vive de recuerdos. Es todo cuanto tiene. 

—Te tiene a ti. 

—Yo soy el mayor de sus recuerdos —dijo mirándome a los ojos—. Te he traído algo para comer. Tienes que reponer fuerzas. Negué con la mano. 

La sola idea de comer me producía náuseas. Malú me puso una mano en la nuca y me sostuvo mientras bebía de nuevo. El agua fría, limpia sabía a bendición. 

—¿Qué hora es? 

—Media tarde. Has dormido casi ocho horas.

Me posó la mano en la frente y la dejó allí unos segundos. 

—Al menos ya no tienes fiebre. Abrí los ojos y sonreí. Malú me observaba seria, pálida. 

—Delirabas. Hablabas en sueños... 

—¿Qué decía? 

—Tonterías. Me llevé los dedos a la garganta. La sentía dolorida. 

—No te toques —dijo Malú, apartándome la mano—. Tienes una buena herida en el cuello. Y cortes en los hombros y la espalda. ¿Quién te ha hecho eso? 

—No lo sé... 

Malú suspiró, impaciente. 

—Me tenías muerta de miedo. No sabía qué hacer. Me acerqué a una cabina para llamar a Florián, pero me dijeron en el bar que tú acababas de llamar y que el inspector había salido sin decir adónde iba. Volví a llamar poco antes del amanecer y aún no había vuelto... 

—Florián está muerto —advertí que la voz se me rompía al pronunciar el nombre del pobre inspector—. Ayer por la noche volví al cementerio otra vez — empecé. 

~ Malú ~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora