Capitulo 24

25 2 0
                                    

Estaba contemplando al trasluz el frasco de suero cuando lo escuché. Malú también lo había oído. Algo se arrastraba sobre la cúpula del teatro. 

—Están aquí —dijo Luis Claret desde la puerta, con la voz sombría. 

Eva Irinova, sin mostrar sorpresa, guardó de nuevo el suero. Vi cómo Luis Claret sacaba su revólver y comprobaba el cargador. Las balas de plata que le había dado Shelley brillaban en el interior. 

—Ahora debéis marcharos —nos ordenó Eva Irinova—. Ya sabéis la verdad. Aprended a olvidarla. 

Su rostro estaba oculto tras el velo y su voz mecánica carecía de expresión. Se me hizo imposible deducir la intención de sus palabras. 

—Su secreto está a salvo con nosotros —dije de todas formas. 

—La verdad siempre está a salvo de la gente —replicó Eva Irinova—. Marchaos ya. 

Claret nos indicó que le siguiéramos y abandonamos el camerino. La Luna proyectaba un rectángulo de luz plateada sobre el escenario a través de la cúpula cristalina. Sobre él, recortadas como sombras danzantes, se apreciaban las siluetas de Mijail Kolvenik y sus criaturas. Alcé la vista y me pareció distinguir casi una docena de ellos. 

—Dios mío... —murmuró Malú junto a mí.

 Claret estaba mirando en la misma dirección. Vi miedo en su mirada. Una de las siluetas descargó un golpe brutal sobre el techo. Claret tensó el percutor de su revólver y apuntó. La criatura seguía golpeando y en cuestión de segundos el vidrio cedería. 

—Hay un túnel bajo el foso de la orquesta que cruza la platea hasta el vestíbulo —nos informó Claret sin apartar los ojos de la cúpula—. Encontraréis una trampilla bajo la escalinata principal que da a un pasadizo. Seguidlo hasta una salida de incendios... 

—¿No sería más fácil volver por donde hemos venido? —pregunté—. A través de su piso... 

—No. Ya han estado allí... 

Malú me agarró y tiró de mí. 

—Hagamos lo que dice, Manuel. 

Miré a Claret. En sus ojos se podía leer la fría serenidad de quien va al encuentro de la muerte con el rostro descubierto. Un segundo más tarde, la lámina de cristal de la cúpula estalló en mil pedazos y una criatura lobuna se abalanzó sobre el escenario, aullando. Claret le disparó al cráneo y acertó de pleno, pero arriba se recortaban ya las siluetas de los demás engendros. Reconocí a Kolvenik al instante, en el centro. A una señal suya, todos se deslizaron reptando hacia el teatro.

Malú y yo saltamos al foso de la orquesta y seguimos las indicaciones de Claret mientras éste nos cubría las espaldas. Escuché otro disparo, ensordecedor. Me volví por última vez antes de entrar en el estrecho pasadizo. Un cuerpo envuelto en harapos sanguinolentos se precipitó de un salto sobre el escenario y se lanzó contra Claret. El impacto de la bala le abrió un orificio humeante en el pecho del tamaño de un puño. El cuerpo seguía avanzando cuando cerré la trampilla y empujé a Malú hacia el interior. 

—¿Qué va a ser de Claret? 

—No sé —mentí—. Corre. 

Nos lanzamos a través del túnel. No debía de tener más de un metro de ancho por metro y medio de alto. Era necesario agacharse para avanzar y palpar los muros para no perder el equilibrio. Apenas nos habíamos adentrado unos metros cuando notamos pasos sobre nosotros. Nos estaban siguiendo sobre la platea, rastreándonos. El eco de los disparos se hizo más y más intenso. Me pregunté cuánto tiempo y cuántas balas le quedarían a Claret antes de ser despedazado por aquella jauría. De golpe alguien levantó una lámina de madera podrida sobre nuestras cabezas. La luz penetró como una cuchilla, cegándonos, y algo cayó a nuestros pies, un peso muerto. Claret. Sus ojos estaban vacíos, sin vida. El cañón de su pistola en sus manos aún humeaba. No había marcas ni heridas aparentes en su cuerpo, pero algo estaba fuera de lugar. Malú miró por encima de mí y gimió. Le habían quebrado el cuello con una fuerza brutal y su rostro daba a la espalda. Una sombra nos cubrió y observé cómo una mariposa negra se posaba sobre el fiel amigo de Kolvenik. Distraído, no me percaté de la presencia de Mijail hasta que éste atravesó la madera reblandecida y rodeó con su garra la garganta de Malú. La alzó a peso y se la llevó de mi lado antes de que pudiera sujetarla. Grité su nombre. Y entonces me habló. No olvidaré jamás su voz. 

~ Malú ~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora