VII. Cenizas

136 37 8
                                    

Cenizas quedan, pero el viento se las lleva.

Recuerdos permanecen, pero el tiempo los deforma, el dolor los enciende, y tarde o temprano se queman.

Y entonces, cenizas quedan. Pero el viento se las lleva.

Recorren el cielo, perfuman la brisa con olvido. Y luego una flama baila en la noche, y a pesar de todo no calienta ni alumbra. Pero sigue quemando, y el calor no es cálido a pesar de la palabra. En realidad es frío, y congela vilmente la intención. Y más cenizas son producidas, y más perfuma al ambiente la negra omisión.

Sus ojos, en cambio, sí brillan.

Sus ojos, en cambio, sí alumbran.

Sus manos son de otro tipo de frío, el de escalofríos de un café en invierno y en soledad. Se aferra a un abrazo y se deja besar, y se limpia las lágrimas que saltan conforme mi palma acaricia su espalda, y mi palma luego baja a su cintura, la atrapa firmemente, y ella se deja amar. Pero sé, que en un futuro el incendio se extinguirá, como la luz en el cielo, y tinta en el firmamento de una promesa que el tiempo, como sabe hacer, deformará.

Pero esa es la clave, darle tiempo al tiempo.

Y en el momento en que un vago sentimiento de familiaridad se derrame por tus venas, entonces, sabrás que aún hay cenizas.

Cenizas que al viento aún le quedan por llevarse.

PDAPDonde viven las historias. Descúbrelo ahora