XI. Muéstrenme

130 31 13
                                    

Un vago sueño con olor a incienso, igual de negro que el agujero en medio del corazón. Un roto espejo que refleja el día que me dejó, porque no sabía controlar mi locura. Porque realmente no puede controlarse.

Pero eso los sensatos no logran entenderlo, y no aprecian nuestro caos. Porque la mentira siempre, siempre será más atractiva, que una verdad.

Pero estamos nosotros, que nos atrae el peligro, que nos ama el demonio, que nos odia el dios. Porque desafiamos su enseñanza, porque bailamos por sobre las llamas del infierno, pero no nos queman tanto como dicen. Porque nuestro sufrimiento no tiene la fuente de donde el dios dice que brota.

"Agua bendita", proclama el señor.

Pero le doy la espalda y me baño en un sudor nacido del pecado, del prohibido placer de una naturaleza que su supuesto dios dice amar y conocer, mientras le acusa de ser ingrata. "¡Que porque el Padre y el Hijo! Que con Él y en él" logramos hacer todo, pero debemos ganar su bendición primero, ¡y es difícil como el infierno! Pero el infierno, ¡no lo menciones! Semejante nombre ensucia tu boca y la infecta, pues de ahí sale un monstruo, que por no quererte, es monstruo.

"Ama a todos", dicen ellos. Pero te encajan la espada y se van diciendo que no era espada, y no era metal, y no era filosa; que era goma, o flor, o sonrisa. Y ellos sonríen, y pretenden que sonrías. Pero siguen juzgando. ¿Quieren que los ame? ¿Quieren que perdone?

Ámenme. Perdónenme.

Ayúdenme a seguir el camino del bien que presumen conocer.

Pero ámenme, perdónenme. Muéstrenme que aún existe misericordia, y que la clemencia logra endulzar un amargo adiós. Porque el miedo a no ser quien soy, o no ser quien quiero ser, o el miedo a quién seré, me ciega, me atraviesa. Y la forma en la que atraviesa sí es con espada. Sí es con metal. Sí es filosa. No es goma, ni flor, ni sonrisa, y no puedo pretender sonreír tampoco.

¡Quiero oler sus campos, quiero probar sus banquetes! Quiero bailar su vals, con el mismo vestido de santidad que dicen que lograré obtener si beso los pies del dios, si me hinco a rogar que me abrace. Porque dicen que es cálido, sí. Dicen que vale la pena. Dicen que no hay rencor, ni olvido. Y no quiero que me olviden... no quiero. Pero lo harán, de eso no cabe duda. Y me odiarán, eso también lo sé.

Porque no les creo.

¡Porque en verdad quiero hacerlo! Pero me cuesta no llorar por las noches, y aun así, no veo compasión alguna. Y aún después de tanto dolor, sigo teniendo la esperanza de que no exista ese amargo adiós. De que no exista ese olvido. Sigo teniendo fe en que, al final, no tenga razón.

Por favor, muéstrenme, que no tengo razón.

PDAPDonde viven las historias. Descúbrelo ahora