IX. Soledad

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Calló el disgusto que le provocaba la soledad.
¡Imposible admitirlo delante de todos los poetas que aclamaban a esa semejante tortura!
Ridículo sería demostrar que su corazón estaba confundido por la antítesis del miedo y la valentía de un rechazo que al fin y al cabo, ya poseía; seguía temiéndole, pero seguía deseándole. Ansiaba el amor de alguien que quisiera leer su prosa, pero también moría por ser aislada para seguir desmenuzando los poemas en cada lágrima y cada verso. Tejiendo el cuento de sueño y pesadilla, luego hecho realidad.
Y seguía preguntándose: si la soledad es a quien quería, ¿por qué entristecía cada vez que presenciaba un beso, pero no lo recibía? ¿Por qué quería tanto unos brazos, una sonrisa, un vals? ¿Qué tenía su sonrisa de especial? ¿Por qué le era tan atractivo su perfume?
Pero más importante, ¿qué haría con el sentimiento en su pecho? ¿Dejaría que permaneciera ahí por el resto de la eternidad? Y si lo hacía, ¿podría seguir respirando?

Él le había enseñado que de oxígeno, no vive el hombre, sino de risas. También de lágrimas. ¿Y para qué negarlo? También de unos ojos que puedan mirarle profundamente mientras le dice cosas lindas, y luego le susurra en el oído. Y un escalofrío recorre al cuerpo y lo tortura con nervios, pero aunque son nervios, son lindos, y se es feliz. Pero, ¿se puede ser feliz con tan superficial sensación? ¿Y cuánto te dura esa dichosa alegría? ¿Hasta la primera pelea, la segunda? Y considerando que esto sucediera, ¿cuánto debe durar ese dichoso sufrimiento? ¿Es el sufrimiento realmente tan intenso?

Y es por esto que ella sigue escondida en las tinieblas de un bosque: para no ser encontrada por nada ni nadie que pueda disturbar su llorar; para seguir escribiendo su prosa, profunda y triste, acerca de lo mucho que desearía tener a alguien que quisiera leerla, lo mucho que desearía que las cosas no fueran así... tan incomprensibles e incoherentes; cuestionando al ser humano, y a su convicción por encontrarse a sí mismo por medio de los demás, jurando que el prójimo debe saber más de ellos que ellos mismos, creyendo que ellos saben más de la naturaleza, que la naturaleza sabe de ellos. El truco aquí, es que en realidad, la naturaleza no lo sabe, pero lo pretende.
Y es imposible saber nada, con tanto maquillaje.

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