CAPÍTULO 1

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Era una tarde lluviosa en las solitarias calles de Londres y James decidió salir a escribir sin saber hacia dónde ir.

Cogió su portátil y su paraguas y salió a la calle. Tristemente, se dirigió a ninguna parte con muchas ideas que no encajaban en su cabeza. Miles de palabras con las que se podía hacer un final que no sabía empezar. Caminó durante más de media hora hacia la calle contraria a la que conocía; dobló unas cinco esquinas y divisó a unas cuantas personas tapadas con chaquetas y carpetas para no mojarse la cabeza. Llovía a cántaros, el chico comenzó a caminar más rápida y cuidadosamente para no llegar como una sopa al lugar al que le llevaran los pies y, sobre todo, para no caerse y que el ordenador acabara hecho pedazos.

Cuando ya no resistió más la intensidad del agua, se fijó en el primer toldo que vió y entró ahí. Se encontró con un maravilloso y silencioso lugar lleno de gente, personas variadas, de todas las edades y con todos los estilos, nadie había pedido algo igual que otro.

Dejó su paraguas en una preciosa papelera cilíndrica, decorada con papel de flores, lo cual hacía que fuera elegante incluso estando mojada y oliendo tan mal como olía. Divisó una mesa libre en una esquina; una esquina desde la que se veía todo, así que se sentó allí y enseguida una camarera le atendió.

-Buenas tardes, ¿le traigo el menú?

-No hace falta, sólo iba a pedir un café con leche.

-Perfecto, ahora se lo traigo.

Mientras esperaba a que su pedido llegara, obsevaba a la gente; todo era único. Se le pasó por la cabeza lo que le pareció una genial idea, buscó un boli por sus bolsillos, pero no lo encontró. Lucy, la camarera, se dió cuenta y le entregó el café junto con uno de sus tres bolis. James le dio las gracias, ya que no esperaba que la chica de pelo rizado se diera cuenta. Cogió una servilleta y eligió a un señor que tendría unos cuarenta años leyendo el periódico mientras tomaba un té verde. Su mano comenzó a trazar letras que formaban una pequeña historia en aquel cutre trozo de papel para limpiarse, que esta prácticamente roto.

Ese señor, sí, justo ese, vestido de traje leyendo noticias en un periódico, posiblemente antiguo, está feliz porque, al salir del trabajo ha tenido un rato para relajarse; está feliz porque en cuanto llegué a casa sus hijos saltarán a sus brazos, ilusionados.

-¡Hola, papi! ¿Qué tal el día?- le dirán.

Su mujer, recién salida de la cocina, le dara un besó y hablará con él mientras prepara un pollo asado para la cena; pasarán el tiempo hablando hasta que haya que poner la mesa. Ella empezará a emplatarlo todo, mientras él y los niños ponen la mesa.

Hablarán de cómo ha sido el día en casa, en el cole y en el trabajo, respectivamente, y cuando acaben tomarán bombones de postre; Ferrero Rocher.

Será la hora de dormir pronto, acostarán a los niños, les arroparán y les daran un beso de buenas noches y, después, verán la tele un rato antes de irse a la cama a descansar para un día más.

No sé si será verdad o no, pero espero que le guste la historia...

Dobló la servilleta y se la entregó a la camarera, le indicó para quién iba y, para que no le pillaran, cogió el ordenador y comenzó a buscar cualquier cosa en Google, imágenes significativas que le dieran algo de inspiración o historias de otra gente.

En un momento concreto, subió la cabeza y descubrió al señor feliz tras leer la historia. Se sintió a gusto consigo mismo por hacer feliz a alguien, fuera a pasar o no. Terminó el café y miró por la ventana. Ya no llovía. Lucy le dio la cuenta y James, sin prisa, guardó el ordenador, pagó y se fue de allí, no sin antes coger su paraguas y echar otro vistazo a todo.

-Voy a venir mucho por aquí desde ahora...- susurró para si.

Intentó recordar por dónde había venido y, tras un par de minutos pensando, empezó a caminar en dirección a su casa. Aproximadamente media hora depués comenzó a sonarle todo: la librería, la papelería, la casa de Jonny... No tardó más de quince minutos más en llegar a su casa.

Dejó el paraguas secar en la ducha y el abrigo en el perchero, saludó a su madre, que estaba en la cocina, y sin decir más, subió a su cuarto para escuchar música y dejarse las manos en la guitarra, tocando al son de la música que sonaba.

DESTINYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora