CAPÍTULO 7

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James llevaba unos días harto de todo. No sabía quién le mandaba esas cosas, lo que le sacaba de quicio, y, además, ayer se le pasó hacer el trabajo de los deportes que finalmente hizo entre clases.  A pesar del poco tiempo que le dedicó, sacó una de las mejores notas.

Ese viernes estaba agotado, había sido una semana muy movidita. Ese rato de descanso prefirió pasarlo tumbado en la hierba, solo. Simplemente él, un boli y su cuaderno. Comenzó a imaginar pero no tenía inspiración; además, le dolía la tripa. Avisó a los profesores que tenía a las siguientes horas y entregó los deberes que le mandaron anteriormente. Tras esto, se largó a su casa. Pensaba pasar toda la tarde en Roses. Pero antes necesitaba  dormir mucho. Más que nunca.

Llegó a su casa y, poniéndose la mano en la cabeza, lo explicó todo. Se subió sin decir y/o hacer nada más. Se metió bajo las sábanas en ropa interior, cabreado. Pero no pudo evitar pensar que, si descubría quién el mandaba esas cartas, a lo mejor viviría una de esas cursis historias de amor que imaginaba. No podía dormir imaginando cosas así, por lo que cogió un boli, su libreta y comenzó a escribir.

Si yo tuviera novia

sería mi princesa,

con toda su belleza

y su inteligencia;

que supiera conquistarme,

en vez de engatusarme.

"Oh, mi princesa,

cómo besa

dulce y tierna,

hasta que despierto

y veo dónde me encuentro.

Y descubro que nada era cierto.”

Necesitaba desahogarse, y lo había hecho. Realmente nunca había escrito poemas, pero le gustaba que, de vez en cuando, le saliera uno de dentro, del corazón, como este. No era un aficionado de ellos, pero de vez en cuando escribía alguno en su cuaderno. Era algo instintivo: ¿no hay inspiración para una historia? Pues un poema. Salían solos y sin apenas pensarlos, sólo había que hacer rimar a los versos.

Tumbado en la cama escuchó pasos, rápidos y alegres; no eran de persona. Su puerta, que estaba entornada, se abrió de golpe y entró un perro pequeñito y peludo. Miró el collar: Lacky. Y lo mejor de todo, ¡ponía su dirección! Desde ahora la familia Williams tenía un perro.  Sus hermanas entraron tras el animal llenas de felicidad. En su corta vida (dos años en los que más o menos eran conscientes de sus actos), siempre habían deseado un cachorrito, ¡y ahí estaba! Les parecía lo mejor del mundo. Mientras, el mayor salió de la cama para ir a Roses. Se llevó un par de cartulinas y su famoso cuaderno, por si le surgía algún poema, o una historia, o su admiradora secreta se encontraba allí; todo podía ser.

De camino a la cafetería iba pensando. Pensando en cualquier tontería que le hacía anhelar alguien a quien amar. '¿Por qué no puedo quitarme estos pensamientos de la cabeza?', se decía a sí mismo. Era extraño, nunca había pensado eso, había pasado su adolescencia enamorado de chicas que no le hacían ni caso, y se lo guardaba para sí. A veces escribía cartas de amor que sabía que nunca entregaría, canciones que tocaba cuando no había nadie en casa, historias completas con esa chica tan especial, algún que otro poema sobre lo que más le gustaba de ella... pero nunca, nunca demostraba que estaba enamorado. Aunque sabía que podía tener a cualquier chica, porque todas le querían al comprobar por sus artículos del periódico, pero no era tan tonto como para saber que sólo se enamoraban de sus palabras y de que ellas no serían su amor definitivo.  Sólo era uno más.

Continuaba preguntándose por qué sentía ganas de enamorarse ahora y llegó a la conclusión de que quizá le gustaba una de las chicas. Pensó en Perrie, pero no sintió nada. Con Danielle fue distinto, hubo algo que le hizo desear ver una sonrisa suya provocada por él, pero una sonrisa distinta, mejor, especial, más bonita...

Entró en la cafetería y le vino a la imagen una pareja en una ventana viendo la lluvia caer y sintió la necesidad de escribirlo.

Era una tarde lluviosa, estaban en el piso de ella. Él había ido hasta allí, empapándose, sólo por verla, porque la echaba de menos. Ahora estaban sentados junto a la ventana, ella sobre él, él abrazándola por la cintura, viendo la lluvia caer. Él comenzó a cantar una canción, que ella siguió. Sus melodiosas voces conjuntaban a la perfección. Ambos miraban fuera, al infinito, donde la lluvia también llegaba.

Al terminar se miraron el uno al otro, sonrientes, con los ojos brillantes y, lentamente, se fueron acercando para fundirse en un magnífico beso que nunca olvidarían.

Al levantar la cabeza vio a Lucy dejándole una nota.

-Tu admiradora secreta te quiere mucho, se sabe hasta cuándo vienes- dijo la chica riendo.

James abrió tranquilamente la nota.

En mi reloj ahora mismo son las 18:00, a las 18:15 estaré sentada frente a ti, necesito un sí o un no.

El chico miró su móvil. Y trece. Había tardado en escribir la nota, la había hecho perfecta. Esperó esos dos minutos dibujando corazones e infinitos alrededor de sus escritos. Habían pasado los dos minutos y no se había dado cuenta. Al levantar la cabeza vio a una cara conocida. Era ella. Danielle.

-Hola, Dani...

-Mira, fue un flechazo, no sé, todo pasó muy rápido... pero me gustas. No creo que me digas que yo te gusto, nunca lo he esperado. Pero así ha sido y, no sé, necesitaba decirlo, no puedo guardarme lo que siento, nunca he podido.

El chico soltó una carcajada.

-En eso somos totalmente distintos, yo siempre me lo guardo, pero he de confesar que algo hay en ti que me gusta, que me llama. Y no te voy a mentir, me gusta ser sincero, hay algo.

La chica se sintió realmente contenta y bien.

-Entonces... ¿lo intentamos?- preguntó con los ojos brillándole de felicidad. Estaba eufórica.

-Claro- contestó él, tranquilo, pero gritando por dentro-, ¿por qué no?

Ambos estaban contentísimos, así que pagaron lo consumido y se fueron de la mano hasta la casa de ella, que pillaba más lejos, como a media hora más de allí, y por lo tanto, a tan sólo treinta minutos de la casa de James. Caminaron riendo a todo volumen y hablando de cualquier tontería hasta la puerta de la chica, que le abrazó y le dio dos besos, para segundos más tarde entrar en su casa mejor que nunca. Él dibujó una media sonrisa y, con las manos en los bolsillos, se fue a darles las buenas noches a sus hermanas y a irse a dormir para soñar con su chica. 'Mi chica...' , pensó, 'qué bien suena eso...'

DESTINYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora