Cenicienta

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Aguie miraba a su hermano por encima de la cubierta de su nuevo libro. Él la miró, haciendo que apartara la vista para volver a dirigirla hacia ''La Historia Interminable''. Intentó delinear algunas frases con la vista para crear la ilusión de que prestaba alguna atención a la historia. Tras haber leído un par de líneas sin haber entendido una sola palabra, volvió a asomarse por encima del borde de la cubierta. Esta vez, su hermano la estaba esperando, con sus ojos miel escrutándola por encima de ''El sueño de Hipatia''. Con un suspiro, dejó su libro sobre la mesilla que se encontraba a su lado y se sentó correctamente. Con suavidad, le quitó su libro a Aguie para colocarlo encima del suyo. La niña lo miró con extrañeza.

-¿Qué pasa?- preguntó él con una seriedad algo desgastada.

Aguie se mordió el labio inferior ¿Cómo podía saber todo lo que le ocurría incluso antes que ella misma? Sin duda, su hermano mayor trabajaba para el CNI. La miraba con paciencia, esperando una respuesta a su regunta. Pero, una respuesta de verdad. ''Nada'' solía ser ignorado a menudo o servía de inicio para un interrogatorio, el cual podía durar horas hasta que Herc estuviera satisfecho con sus razonamientos.

Aguie sentía como su cerebro trabajaba a toda velocidad. Tal vez, esta vez, debiera decirle toda la verdad, sin adornos. Seguro que si se lo explicaba bien, él la dejaría ir.

-¿Puedo ir a la librería, después de comer?- preguntó lo más rápido que pudo, como si las palabras se fueran a escapar de sus labios.

Herc frunció el ceño, mirándola con suspicacia.

-Aguie, hoy es domingo.- le recordó su hermano, como si pensara que ella pudiera olvidar hasta el día en el que vivía.- No creo que hoy abran.

Aguie lo miró dolida, no era una niña pequeña, sabía eso.

-Lo sé, pero ellos abren también los domingos.- dijo con superioridad.- Son incansables.- aportó recordando las palabras de Lina.

-Eso es bastante extraño.- murmuró el rubio.- ¿Para qué quieres ir? El viernes compraste el libro de la semana.

-Van a cambiar los escaparates, lo hacen todos los domingos.- aportó la pequeña rápidamente.- Querría verlo.

-No es buena idea, Aguie.- dijo su hermano, con el semblante algo más relajado.- Estarán ocupados y tener a una cliente correteando a su alrededor les entorpecerá. No debes molestarlos.

-Pero ellos me han invitado a ir.- dijo Aguie a la desesperada, viendo como sus posibilidades de poder ir se iban volando por la ventana.

Herc la miró con los ojos muy abiertos. Aguie le había hablado de una chica de su edad (¿se llamaba Lena?), que era la dependienta y del dueño de la librería, el señor Garrido. Él no había tenido la oportunidad de poder pasarse por la librería para ver cómo eran la nueva obsesión de su hermanita, apenas pasaba por el escaparate las tardes que iba su hermana para asegurarse de que estaba bien. Por muchas maravillas que Aguie contara del fantasma y el viejo diccionario, Herc no los había conocido, sólo conocía la cubierta del libro. Podrían ser cualquiera. Podrían ser una sonrisa amable con un cuchillo escondido tras su espalda. También podían ser lo que aparentaban, simples libreros amables. Sin embargo, él no estaba dispuesto a arriesgarse.

-Seguramente lo dijeron como cortesía.- apuntó con suavidad.

-Lina quería que fuera, me lo pidió expresamente.- refutó la pequeña.

Viendo que las sutilezas no eran una buena arma de disuasión, Herc decidió ir con la verdad como espada y escudo.

-Aguie, no conozco a esas personas.- dijo intentando no sonar demasiado estricto.- No puedo dejarte ir allí sola con ellos, sin nadie más.

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