Las dos caras de la verdad

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-¿Puedo quedarme a dormir en tu casa esta noche?- preguntó la joven mientras se ponía de puntillas para colocar el libro en su lugar correcto.

-¿Perdona?-preguntó Herc mientras le arrebataba el libro que ella no lograba colocar y lo puso en su lugar sin mucho esfuerzo.

-¿Puedo quedarme a dormir en tu casa esta noche?- volvió a preguntar la joven con una pequeña sonrisa divertida

-¿Acaso tu piso ha desaparecido por arte de magia?- respondió el rubio con otra pregunta.

-No, sigue en el mismo edificio sin escaleras.- dijo la joven poniéndose de puntillas de nuevo.

-Entonces, ¿podrías decirme el motivo de tu pregunta?- dijo Herc suspirando mientras volvía a coger el libro que Lina sostenía y lo colocaba en su lugar.

Lina hechó un vistazo por encima de su hombro, para asegurarse que el señor Garrido seguía con Aguie en las entrañas de ''Bibliopea''.Tras comprobarlo, miró al rubio con expresión confidencial, como si estuviera a punto de hacer alguna travesura y quisiera hacerle su compinche.

-Quiero planear algo que el señor Garrido no puede saber.- susurró Lina mirando fijamente el hueco detrás del escritorio de su jefe.

-Lina, la opinión del señor Garrido quedó muy clara, no quiere que intentemos salvar la librería.- dijo Herc suspirando derrotado.

-No es nada de eso.- dijo ella con convicción.- Bueno, tal vez.- se retractó al ver la manera en la que el rubio la miraba.

-Lina...-empezó a decir Herc como quien comienza una reprimenda.

-No empieces a hacer eso, espera a oír mi idea antes de regañarme.-dijo Lina con una mueca de fastidio.- Y recuerda que a mí no me tienes que proteger, aunque sea algo innato en tí.- añadió con una sonrisa divertida.

Herc resopló, todavía preguntándose desde cuando hablaban con tanta familiaridad. Intentó hacer memoria, confirmando lo que ya creía. Herc negó con la cabeza, seguía sin soportar a aquella menuda y espectral librera, pero no podía evitar preocuparse por ella. Tal vez tuviera razón y era algo que no podía evitar sentir por cualquiera con el que pasara una cantidad significante de tiempo.

Cerró los ojos unos segundos, meditando su respuesta a pesar de tenerla clara desde la primera vez que se lo preguntó y el fingió no estar prestando atención.

-No creo que Aguie se vaya a oponer, así que no veo problema.- dijo Herc con cierta monotonía.

Lina sonrió victoriosa, segura de como se iban a desarrollar todos los eventos hasta ese momento. Ahora sólo necesitaba que la escuchasen ,puede que fuera lo único que evitaba que cayese en una completa desesperación, no podía quedarse quieta y no iba a dejar el futuro de su amada librería pender de la opinión de su borrachuzo y melancólico dueño. No le importaba que el señor Garrido se enfadara con ella, pero necesitaba más tiempo, dos semanas no eran suficiente tiempo para despedirse de aquel lugar de cuento de hadas. Sólo necesitaba un poco más de tiempo, unas semanas, días u horas.

Ambos jóvenes siguieron colocando los libros en las estanterías en silencio, mientras sus mentes gritaban a pleno pumón.

Oyeron como los pies ligeros de los ratoncitos recorrían las paredes del local con estruendo para aparecer por el hueco detrás del escritorio del viejo dueño. El señor Garrido se sentó con dificultad tras su escritorio y apoyó sus pies sobre éste. Hizo un amago de ir a coger su botella transparente pero, sorprendentemente, la alejó y paseó los dedos por la superficie rugosa y astillada de la mesa de madera que llevaba en aquel lugar demasiados años.

-Creo que tendré que venderlo, no tengo espacio para él en mi casa.- dijo el anciano con cierta nostalgia mientras sonreía de manera triste.

Lina se volvió bruscamente, dejando caer todos los libros.

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