La lección de August

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Aguie abrió los ojos de golpe, como si un terremoto la hubiera despertado. Parpadeó desconcertada, con el sueño arrullándola para volver a dormir. Sintió el terremoto de nuevo, despertándose otra vez, intentando enfocar su vista.

-¿Ya estás despierta?- preguntó su hermano con una sonrisa burlona.

El terrible terremoto resultó ser su hermano mayor sacudiendo su hombro para devolverla al mundo de los despiertos vivientes. La niña se restregó los ojos, intentando mantenerse consciente. La sonrisa burlona de Herc seguía enfrente suya, como animándola a despertarse completamente.

-¿Tienes hambre?- preguntó el rubio con diversión.- Estamos preparando un gran desayuno.

-¿Estamos?- preguntó la niña más avispada, levantándose del sofá de un salto.

Herc la subió sobre sus hombros, con algo de dificultad, y se dirigió a la cocina silbando la tonadilla de los siete enanitos. Aguie rió por el balanceo de su hermano, que estaba más relajado y alegre de lo normal, lo cual le hacía sospechar un poco.

De la cocina emanaba un olor delicioso, que cubría pequeños restos de algo quemado. Cada superficie estaba cubierta de harina, mermelada o algo pegajoso, parecido al caramelo. Aguie se sorprendió de que Herc no estuviera sufriendo un paro cardíaco al ver su amada cocina en tal estado de desorden. Y, como era esperar, en el ojo del huracán de desorden se encontraba Lina de espaldas, haciendo quien sabe que, mientras tarareaba la canción que emanaba de su teléfono móvil.

Herc se acercó, todavía con su hermanita sobre los hombros, a la cocinera inexperta. Estaba haciendo unas tortitas con una concentración inmerecida. Aguie observó con una sonrisa como había dos platos a su lado: uno, con pocas tortitas perfectas, y, otro, a punto de colapsar de fallos miserables que no eran dignos de ser llamados siquiera pegotes. Con una sonrisa triunfadora, Lina colocó la tortita que había terminado sobre el montón de las bien hechas.

-¿Has terminado con tu cometido, chef?- preguntó Herc con fingida autoridad.

-¡Todo listo, comandante!- exclamó ella con energía mientras llevaba el plato con tortitas a la mesa donde solían almorzar.

Aguie abrió los ojos de manera desmesurada, toda la mesa estaba cubierta de comida deliciosa. La pequeña no recordaba haber visto tantos bollos ni en una panadería.

-¿Qué estamos celebrando?- preguntó la niña mientras Herc la bajaba, dejándola sobre una silla.

-Es más bien un castigo.- dijo Herc con una sonrisa satisfactoria dirigida a Lina.- Por no haber recibido ni un mensaje, ni una llamada, nada de nada.

Lina sonrió de forma culpable, mientras se sentaba con los hermanos y empezaba a untar una tostada. Aguie miraba a su hermano y a Lina alternativamente y no podía evitar sonreir.

-Bueno, hoy es el gran día.- murmuró Herc mientras devoraba una gran montaña de tortitas.- ¿A qué hora va a ir el dueño a cobrar? Supongo que Aguie querrá estar allí, ¿no?

La niña asintió enérgicamente, mientras intentaba no atragantarse con los bollos de crema y el zumo de naranja.

-Sobre las ocho, después del club de lectura.- dijo Lina con una gran sonrisa.- ¿Hoy vas a venir, Aguie?- preguntó Lina con ojos inquisitivos.

La niña evitó mirarla a los ojos, pues quería evitar ir a toda costa. Miró a su hermano mayor pidiéndole ayuda para poder salir de aquella situación.

-No creo que ese club de lectura le vaya a gustar mucho a Aguie.- dijo Herc tragando abruptamente.

-¿Por qué no?- preguntó la joven con curiosidad mirando a la niña.- Van bastantes niños de tu edad con los que podrías llevarte bien y ...

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