Moriré besando a Simon Snow

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En vez de libros, el suelo de Bibliopea estaba cubierto de sillas desmontables de aluminio, con un solo toque, parecía que se desmoronarían. El señor Garrido había cedido, obligado por la señora García tras un sermón, su querido escritorio para que la escritora presentara su libro con cierta clase. Había una pequeña torre de sus libros junto a éste, con la misma estabilidad que las sillas que la rodeaban. Por la agobiante insistencia de Lina, también habían colocado un par de carteles promocionales.

Aguie estaba sentada en las rodillas de su hermano, mirando a su alrededor mientras movía los pies con inocencia, la tienda estaba rara, como si le quedara mal su decoración.

-Esto sigue sin convencerme del todo.- refunfuñó el señor Garrido mirando con afecto a su viejo escritorio.- Parece como si alguien hubiera maquillado de mala manera a mi librería.

-¡Qué gruñón te pones en cuanto alguien te arrebata tu preciada botella!- clamó la señora García con teatralidad, llendo de un lado hacia otro, revisando cualquier pequeño detalle sin importancia.- Tienes que dar una buena impresión a los futuros clientes, y para eso, hay que estar sobrio.

El señor Garrido murmuró de forma quejumbrosa, como un niño pequeño.

Aguie sonrió con diversión, ambos amantes de los libros se parecían a un matrimonio de muchos años, como esos abuelitos que aparecen en las películas. No le hubiera importado que ellos fueran sus abuelos.

-Ya empieza a llegar gente.- observó Herc mirando a través del escaparate.

Aguie saltó de las rodillas de su hermano al suelo y vio que tenía razón, se empezaba a formar una pequeña cola delante de la puerta.

Tendrían que haber abierto la puerta hace media hora, pero Clara Ríos no llegaba. Lina caminaba de un lado a otro de la estancia, tocando sin parar las puntas de su flequillo.

-¿Dónde está esa escritora con el concepto de la puntualidad atrofiado?- preguntó dirigiéndose a la señora García con nerviosismo.

-Había pillado un atasco, dice que estará aquí en pocos minutos.- dijo la bibliotecaria mientras colgaba el teléfono.

Lina resopló con impaciencia mientras taconeaba por puro nerviosismo, esperaba que aquella chica con aires de escritora llegara a tiempo. A los pocos minutos, un tumulto llamó su atención. Alguien se abría paso entre los entregados fans, cuyos gritos habían alcanzado una nota desconocida hasta ahora incluso para una experta ''prima donna''. Los que se encontraban en el interior de la librería se miraron entre sí, sorprendidos.

-No será...- comenzó a decir Lina levantando una ceja.

-No habrán sido tan estúpidos como para...- dijo el señor Garrido acercándose rápidamente a la puerta.- ¡Si que lo han sido! ¡Les dije que entraran por detrás!- exclamó abriendo la puerta rápidamente, para después cerrarla, en cuanto la multitud escupió a tres personas dentro de la librería.

Todos se apresuraron a acercarse.

Clara Ríos se encontraba en el suelo, de rodillas, con una mano masajeándose su sien. Aguie se sorprendió al notar la galaxia de pecas que había en su cara, que en las fotos habían sido borradas. Su corta melena castaña estaba totalmente despeinada y ella la enredaba más, si es que eso era posible. Podría haber sido muy guapa en otra época, una con faldas largas, autocines y grandes batidos con nata.

A su lado, un chico pelinegro se estaba levantando, algo tambaleante. Sus ojos eran una insegura pócima de tonos azues. Una gran sonrisa se extendía por sus mejillas, dueña absoluta de ese espacio, que se negaba a compartir con sus mofletes. Debía encontrar la situación verdaderamente hilarante. Le tendió una mano a la pecosa para ayudarla a levantarse, ella le rechazó con un gesto que hizo al chico reír. Un caballero andante y una damisela independiente.

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