Epílogo

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Tení­a una teorí­a, una muy buena.

Cada dí­a tenía un olor y sabor diferente al anterior, como si cada día pudieras probar un delicioso manjar que jamás podrías olvidar. A veces, podí­a llegara gustarte tanto el plato en cuestión que tení­as la oportunidad de repetir, sin embargo, otras, te empalaga con sólo el primer bocado y terminas con dolor de estómago durante días.

Aquel dí­a, olí­a a jazmí­n y sabí­a a azúcar glas. Todo a su alrededor parecí­a estar hecho enteramente con estos materiales.

Aguie miraba a su alrededor con ojos adormilados, se habí­a tenido que levantar muy temprano para poder estar allí­ a tiempo, ser puntual nunca habí­a sido tan importante como entonces. Con cansancio, volvió a palmear la falda de su vestido.

En otro tiempo, Aguie podrí­a haberse sentido como pez en el agua pero, en aquel instante, estaba tan nerviosa que sentí­a que lo único que la mantenía allí era la mirada amenazadora de un chico de pelo negro y ojos azules.

-Es la millonésima vez que peleas con tu vestido.- dijo el chico, orgulloso de su casi mayoría de edad y de su corbata.- Relájate un poco o me vas a poner nervioso a mi también.

La rubia se limitó a mirar a su amigo con cierta molestia. Con renovadas energías, seguía mirando a su alrededor, en busca de aquella inolvidable persona. Se recostó en la pared, en aquella esquina en la que se había empeñado en esconderse, mientras resoplaba con cierta desilusión.

-Aguie, esto es ridículo.- le dijo el joven con irritación.- Desde este lugar seguro que no la verás.

Bruscamente, cogió la mano de la rubia y empezó a arrastrarla a través de la multitud, más espesa de lo que podrí­an haber previsto. Daba gracias a los pares de centímetros que había crecido recientemente, pues podí­a escanear por encima de la mayoría de las personas. Aguie había decidido dejarse llevar, pues sabía que era la única manera de enfrentarse a sus miedos.

Sonrió levemente, mirando la cabellera negra de su mejor amigo. Si no fuera por él, seguramente no estarí­a allí­. Se había presentado en su puerta con una corbata mal anudada y una idea fija: arrastrarla a aquella fiesta fuera como fuese. Y, si tenía que decir algo en favor de Miguel, era que tenía una determinación de hierro.

Apretó levemente la mano que sujetaba Miguel, como para llamar su atención. Él se volvió con cierta confusión en el rostro. Aguie, con una sonrisa pícara, estiró su cuello y lo besó. Fue tan sutil y fugaz que ninguno podría haber confirmado su existencia de no ser por la cercaní­a de sus cuerpos.

Miguel parpadeó furiosamente, sacudiendo la cabeza, como para cerciorarse de lo que acababa de pasar.

-Espero que esto no haya sido una enrevesada estratagema para distraerme de mi misión y poder librarte.- dijo el joven con recelo, pero una sonrisa.

-Te gusto desde hace años, podría haberlo utilizado mucho antes, como para librarme de aquel debate político que me obligaste a ver contigo a la una de la mañana. - dijo la joven con convicción.

-Muy cierto.- dijo el chico con diversión.- Sigo preguntándome como es posible que no hayas gastado esta carta hasta ahora. Ya no hay vuelta atrás, nunca volverá a tener el mismo efecto.

Aguie sonrió levemente mientras volví­a a estirar su cuello. Sin embargo, el pelinegro se apartó, con una sonrisa.

-Aunque disfrutarí­a enormemente de una sesión de besos contigo, no es el momento, Aguie.- dijo el chico acariciando su melena rubia.- Y, créeme, mi cerebro me está gritando lo estúpido que soy al hacer esto. Pero, antes que nada, soy tu mejor amigo, y debes pasar esto.

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