El Rey León

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El timbre salvador anunciaba el final de la jornada lectiva, junto con la prometedora idea de una tarde libre de tareas o preocupaciones. Aguie siguió la corriente de alterados estudiantes hasta la salida, sintiendo como su estómago demandaba un plato caliente de comida, sin importarle las asquerosas verduras que contuviera. Se sorprendió de sus propios pensamientos saludables.

La niña iba tan concentrada en sus pensamientos y estaba ya acostumbrada a seguir el mismo camino cada día que no escuchó como la llamaban hasta que una mano se posó en su hombro, sobresaltándola. Su sorpresa fue en aumento al ver a su hermano y a Lina junto a él. Sin embargo, su sorpresa no era comparable a la de sus compañeros. Sus ojos se abrían de par en par, como si los rumores de que Aguie vivía sola en una caja de cartón fueran más plausibles que la imagen de una pareja joven con la niña rubia. Aguie se sonrojó ante las miradas de desconcierto de sus compañeros.

-¿Qué hacéis aquí?- preguntó algo avergonzada.

-Recogerte del colegio.- dijo Lina totalmente desinformada sobre su dinámica familiar pero extremadamente sonriente.

-Estoy tan sorprendido como tú, Aguie.- dijo Herc mientras alborotaba su pelo rubio.- Esta demente ha irrumpido en la oficina en medio de una reunión, no sé como no me han despedido o cómo sabe donde trabajo.- dijo murmurando lo último.

La niña podía ver cierta locura en los ojos de Lina, al igual que en su ropa. No era capaz de pasar desapercibida, ni aunque su vida dependiera de ello.

Nada de esto la alarmó excesivamente hasta que se dio cuenta de que su hermano mayor miraba de forma distraída unas llaves. No parecían las llaves de su casa, sino de un coche. Aguie frunció el ceño. Vio un coche, con más probabilidades de acabar en un desguace que de arrancar. Miró alternativamente las llaves y aquella desgracia de coche con una ceja alzada.

-¿Porqué habéis venido a por mí?- preguntó la niña de manera suspicaz.

-Nos espera un día de carretera para desgracia de tu hermano ya que yo no sé conducir.- dijo la joven guiñándole un ojo a la niña mientras la llevaba hasta la chatarra sobre ruedas.

Aguie podía oír a Herc quejarse mientras Lina abría una de las puertas traseras del ''coche''. La niña echó una última mirada a sus atónitos compañeros antes de subirse al vehículo. Lina cerró la puerta con tanta fuerza que todo el armatoste tembló como si se encontrara en el epicentro de un terremoto.

Herc metió la llave en la ignición. La desconfianza de Aguie fue en aumento al ver como Herc hacía muecas. Parecía que iban a salir volando por los aires de un momento a otro en cuanto el motor empezó a sonar como una escopeta oxidada. El coche empezó a andar a trompicones, como si necesitara un andador para poder moverse sin tanto estropicio.

-¿Dónde se supone que has alquilado este coche?- le preguntó Herc a Lina, viendo como se manchaba las manos de una sustancia negra desconocida cada vez que tocaba el volante.

-No lo he alquilado, no tengo dinero para eso. - dijo Lina como si fuera obvio.- He cogido prestado el coche del señor Garrido, nunca lo coge así que no lo echará en falta.

-¿Por qué misteriosa razón no utilizará este bólido recién salido de la fábrica con todas las prestaciones necesarias?- se preguntó Herc a sí mismo mientras luchaba con la palanca de marcha.

Lina sonrió con diversión desde el asiento del copiloto.

-¿Hacia dónde vamos para que necesitemos un coche?- preguntó la niña mientras su hermano refunfuñaba con rabia.

-Aguie, vas a adorar este sitio.- dijo Lina volviéndose con gran ilusión.- Sólo estuve una vez pero es del tipo de lugares al que sólo puedes ir un número limitado de veces para conservar su encanto en tu memoria de manera exacta.

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