Capítulo III

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La noche anterior había podido conciliar el sueño solo un par de horas, eran las 10 a.m. y todavía me sentía fatigado, pero sin dudas aliviado por ver la luz de la resolana entrar por mi ventana.
Esa mañana preparé un café, pese a que hacía mucho calor, porque necesitaba un poco de energía para concentrarme en mis estudios; tenía menos de un mes para preparar una materia muy difícil y me estaba costando horrores conciliar el sueño. Era más que obvio que así no podía seguir, pero de todos modos habría sido toda una operación de logística mudarme a otro sitio a esas alturas del año. Era invierno, y todos los propietarios de inmuebles, o al menos la gran mayoría, ya tenían todo alquilado.
Estaba dispuesto a empezar con la lectura del día, cuando de repente sonó el timbre de mi puerta. Tenía un sonido tan alto y detestable que cada vez que sonaba provocaba que diera un pequeño salto producto del susto que me causaba, seguido de un profundo mal humor y mala predisposición para atender a cualquiera que estuviera del otro lado de la puerta.
Abrí la puerta de manera brusca y con aire de enojo, cuando noté que se trataba de un uniformado.

— Buen día, necesitamos hacerle unas preguntas, ¿conoce a esta persona?— Me enseñó una foto. Se trataba de un chico al que solía ver de vez en cuando en los kioscos y negocios de la zona. 

—Lo conozco solo de vista, se la pasa drogado en las esquinas del vecindario con una banda de borrachos y drogadictos buenos para nada, deberían hacer algo con ellos— le contesté, y la realidad es que siempre se la pasaban molestando a quien quiera que pasara en frente de ellos.

—Si los ve, haga el favor de informar al 911 o llegarse a la comisaria— No me habría extrañado que hubieran asaltado a algún vecino.

— ¿están en problemas? — pregunté, y la respuesta me tomó por sorpresa. Resultó ser que su familia había hecho la denuncia de desaparición la noche anterior y estaban muy preocupados por él.

No podía parar de pensar en que seguramente tenía algo que ver con lo que ocurría en el hospital durante las noches, pero aun así ¿quién me creería? Pensé en decírselo a la policía, pero luego decidí que era mejor olvidar todo, quizá con el paso de los días todo lo que venía experimentando quedaría atrás.
La tarde de ese mismo día recibí una llamada de mi tía, quien me dijo que mi prima vendría a la ciudad para estudiar. Tenía que prepararse para el ingreso a la carrera de medicina, la cual es muy difícil, por lo que la mayoría se prepara con un año de antelación, así que quizá ya haya estado un poco atrasada.
Me pidió que la reciba en mi casa durante unas semanas, hasta que ella pudiera conseguir un lugar para alquilar. Tenía pensado en decirle que mi casa no era quizá el mejor lugar para pernoctar por lo que me estaba ocurriendo desde esa noche en la que visite el hospital abandonado, pero luego imagine lo ridículo que sonaría viniendo de mí. La verdad es que nunca fui de creer en lo paranormal, ni en historias de fantasmas, recuerdo que mi padre me decía siempre que había que tenerle más miedo a los "vivos", haciendo referencia a la gente que realmente se dedica a hacer daño a los demás, pero sin dudas después de todo ya había cambiado de parecer en estos días.
Florencia vendría al día siguiente. Mi relación con ella era casi nula, pues la verdad es que ella era de muy pocas palabras, un tanto tímida, reservada, en ocasiones hasta antipática, pero de igual manera le guardaba mucho aprecio, después de todo era mi prima, y me venía muy bien un poco de compañía. Pensaba que quizá lo que me estaba teniendo sin sueño desaparecería con alguien más en mi casa, pero sin dudas estaba siendo demasiado optimista.
Me negaba a pasar la noche solo, por lo que temprano había llamado a un compañero de la universidad para que estudiáramos juntos algunas unidades, y así lo hicimos en la medida que nos fue posible debido al cansancio, ya que llevaba varias noches sin dormir bien.
En mi habitación tenía una cama de mas que ya venía con la casa, pero era sumamente incomoda y decidí comprar una nueva, y conservar esa por si tenía alguna que otra visita.
Gustavo era mi compañero de estudios desde que empezamos la carrera, era muy agradable ya que era algo introvertido y tranquilo, muy chistoso de momento con sus chistes inteligentes. Nos quedamos hablando un rato de compañeros de la universidad y programas de televisión hasta que me dormí.
Ya había entrado en un sueño profundo cuando Gustavo me despertó de repente sacudiéndome desde el hombro con su mano.

 — ¡David! ¡David! ¿escuchaste eso?— me miro extrañado.

 —¿Qué sucede?— pregunté aun adormecido. Se quedó mirándome fijamente a los ojos por un momento.

— Escuche que corrían desde el comedor a la cocina—. En ese momento sentí que se cayó una jarra que usaba para preparar mi café, el ruido provenía de la cocina

— Vamos a ver qué pasa— me levanté y fuimos hasta la cocina, Gustavo encendió la luz y fue grande mi sorpresa cuando vi lo que había allí.

En la pared donde se encontraba el horno de la cocina se hallaba escrito de manera un poco difusa la leyenda "Podemos verte", era como si la pared se hubiera prendido fuego para dejar las quemaduras que formaban esa frase, sin dudas algo muy extraño. Gustavo se sorprendió ya que no entendía bien lo que pasaba, pero yo sabía bien de que se trataba; por lo visto me estaban vigilando, siguiéndome para ver todos mis pasos, por lo que vino a mí una inmensa rabia y al mismo tiempo un gran miedo.
Decidí contarle a Gustavo lo que me sucedió aquella noche en el viejo hospital abandonado y lo que había pasado en mi casa la noche anterior. Me dijo que muy posiblemente se tratara de una secta satánica, pero de todas formas no entendía como podían hacer sus reuniones en ese lugar siendo tan visible para todos, y que lo más común era que lo hicieran en lugares alejados, como zonas montañosas o cuevas, lugares de los que la gente no salía percatarse de su existencia.
Gustavo me compartió una historia real de la cual un amigo suyo fue testigo, y tenía que ver con estas sectas:

— Un amigo que tengo, se llama Franco, me conto que por su barrio vivía una bruja, una mujer que practicaba la magia negra. Todo el barrio lo sabía, ella asistía a reuniones de este tipo y se rumoreaba que hacia sesiones de espiritismo en su casa algunas noches. Esta mujer tenía un hijo, no muy grande, creo que tenía trece años, y le decía a Franco que tenía miedo de estar en su casa a veces por las noches, por lo que le rogaba que lo dejara dormir en su casa. El lo invitó a dormir algunas noches y lo llevo a la iglesia para que se sintiera mejor, ya que sus padres eran cristianos. Un día la madre de Franco se cansó y le dijo que ya no entraría más a su casa, que era peligroso tener a un niño ajeno prácticamente viviendo ahí, y que las malas lenguas comenzarían a hablar de lo que no debían, como es de costumbre. En fin, parece que el hijo de aquella bruja empezó a ver cosas paranormales, duendes, fantasmas, oír voces; hasta un día perdió la memoria, nadie se explica cómo, pero creían que se estaba drogando. Parece que no soporto más lo que le estaba sucediendo y se suicidó, colgándose de la rama de un árbol con una soga. Hasta el día de hoy nadie se explica lo que lo habrá llevado a tomar esa decisión, bueno, no hay otra explicación que no sea lo de la madre.— parecía algo abrumado. Hubo un silencio bastante incomodo.

Ahora entendía un poco más lo que pasaba realmente, entonces era más que obvio que los que estaban detrás de todo esto eran personas, pero no personas comunes y corrientes, sino con algún tipo de poder sobrenatural. Recuerdo que pude reconocer a una vecina que se encontraba en ese lugar, no sabía su nombre pero si donde vivía, aun así resultaría peligroso encararla directamente, por lo que tenía que averiguar de otra manera quien era y como influía en esa secta.

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