Capítulo IV

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Cuando llegué al vecindario estaba muy emocionado. Me encantaba la idea de poder estar en un lugar tranquilo para relajarme y poder estudiar, ya que la zona por la que vivía anteriormente era muy ruidosa. El centro de la ciudad era un verdadero caos, el ruido de los autos, toda la gente que corría de un lado para el otro apurada, pensando en sus cosas y tramites que debían hacer en el día. Las aceras vivían abarrotadas de gente que circulaba, sin mencionar que el costo de vida era altísimo y mi presupuesto cada vez más apretado.

El vecindario tenía ese "no sé qué" que me encantaba, se caracterizaba por sus naranjos, estaba totalmente colmados de ellos, era hermoso. Los naranjos me transportaban inmediatamente a algún momento de mi infancia, a veces solía salir a caminar para despejarme un poco, estar sentado ocho horas por día leyendo me dejaba atontado.

En el medio del barrio había una plaza llena de esos árboles. Un vecino con el cual converso siempre, "Don Justino", me dijo alguna vez que esa era la "plaza de los enamorados". A mí me parecía una plaza común y corriente, pero con hermosos arboles; los primeros días salía a correr por ahí, pero al cabo de un tiempo me terminé aburriendo. Al frente de ella se encontraba el hospital; Don Justino, que ya era un hombre de edad un poco avanzada, me contó que este era un hospital militar, y que en los años 70 los militares lo usaron durante la dictadura, al igual que otros establecimientos militares, para guardar prisioneros de las guerrillas montoneras.

- Fue una época nefasta para el país, muchos de los rebeldes eran jóvenes, casi niños, no quiero ni pensar las cosas que habrá sufrido esa gente.- me dijo casi sollozando.- Los milícos los encerraban y los torturaban, a las chicas hasta las violaban, a los chicos los golpeaban de una manera brutal; si tenían suerte los fusilaban y ejecutaban.- relató con tristeza.

- No puedo entender como los militares dejan abandonado un predio y como el estado no se ocupó nunca de él.

- Lo que pasa es que no se quieren arriesgar a que encuentren algún cuerpo y se inicie alguna investigación al respecto, les traería muchos problemas. - Dijo. - Mucha gente murió ahí, también funcionaba la morgue, ahí llevaban los cuerpos de los militares muertos.

El lugar estaba cercado y el portón era de rejas viejas, cualquiera habría podido entrar cuando quisiera. Don Justino me contó que desde hace años la gente decía ver cosas, espectros, fantasmas, oían voces y gritos, a veces lamentos, en ese momento por supuesto que pensé que era una tontería, y más que miedo a mí me daba curiosidad, pero nunca le volví a tomar importancia.

La noche en la que fui por primera vez no podía dormir. Se había hecho tarde y no me di cuenta del paso de las horas debido a que había estudiado toda la noche y decidí salir a tomar aire, vivía a una cuadra de la plaza por lo que fui a caminar por ahí. Como de costumbre en la calle no había nadie a esa hora, caminé hasta la plaza y pude ver que cuatro niños jugaban en las hamacas. En cuanto me vieron se echaron a correr, supuse que me tuvieron miedo; la ciudad se estaba volviendo insegura debido a la gran crisis que estábamos viviendo, corrían rumores de que a los niños los estaban secuestrando. Se decía que desde los autos les tomaban fotos para luego llevárselos, así que era cada vez menos la cantidad de niños que salían a jugar solos y más por las noches.

Me senté en un banco de la plaza, uno que estaba al frente del hospital. Escuche un grito que provenía de adentro. Sabía que se trataba de gente, por lo que decidí entrar; debí haber llamado a la policía, pero sabía que tardaría bastante hasta que llegaran. El resto ya lo saben.

El día siguiente al que vi aquel mensaje en la pared junto a Gustavo debía ir a recoger a Florencia de la terminal de ómnibus, ella conocía la ciudad, había venido varias veces, pero solo al centro. Gustavo decidió acompañarme ya que la terminal estaba de camino a su casa; le dije que tomáramos el transporte público, pero el insistió en pagar un taxi, su familia era de dinero así que no tenía problemas, y así lo hicimos.

Cuando llegamos a la terminal vimos a Florencia bajar del ómnibus, no la había visto hace mucho tiempo, cuatro años para ser preciso, y en cuanto se bajó me di cuenta que era para mí como una completa desconocía. Todo lo que sabía de ella era por mi tía, su madre, que nos visitaba a veces en la casa de mi madre en mi ciudad.

-Es bonita. - me dijo Gustavo.

-La verdad que sí.- Cuando me vio me reconoció instantáneamente, me saludó con un beso en la mejilla y me dijo "hola primo" de una manera muy calmada, Gustavo la saludo y ella le sonrió al instante, lo que me pareció extraño porque yo raramente la había visto sonreír. Él se ofreció a ayudarla con su maleta y así fuimos charlando hasta que llegamos a tomar un taxi.

Gustavo era introvertido, pero no por eso tímido con las mujeres, en la universidad más de una estaba tras de él y tenía una buena conversación. Le propuso a Florencia que salgamos los tres y dijo que nos podía llevar a conocer varios lugares de la ciudad que quizá aún no conocíamos. Ella le dijo que sí con gusto, que le diría cuando tenga tiempo para poder salir, ya que iba a estar muy ocupada con sus estudios. Yo no confiaba del todo en él pero aun así no me iba a poner en papel de "guardabosques" de ninguna manera, ella era una chica mayor de edad y suponía que podía cuidarse sola.

Cuando llegamos a casa le mostré el dormitorio donde se quedaría. Era una casa antigua, muy maltratada, el casero prometió que durante las vacaciones iba a refaccionar la cañería y pintar las paredes, yo así lo esperaba ya que me daba un poco de vergüenza invitar a alguien y que vea la casa en mal estado.

Cuando Florencia vio lo que había escrito en la pared me preguntó, yo no quería que se alarmara, así que le dije que no tenía idea, que ya se encontraba allí desde que me había mudado hace tres meses. Ella me propuso pintarlo y le dije que cuando quisiera lo podía hacer.

Salí a caminar un rato ya que Florencia debía desempacar todo y no quería que la ayudara, supongo que era porque tenía sus "cosas de mujer". Me habría quedado conversando con ella, pero sencillamente era de pocas palabras, además no sabía de qué conversar.

Decidí ir al almacén para comprar unos cigarrillos, a veces me ayudaba a calmarme. Me senté un momento en el banco de la plaza, estaba oscureciendo, pero todavía había gente. Recuerdo que escuche gritos desde lejos.

-¡Diego!, ¡Diego!.- Se trataba de una mujer de treinta y pico de años, pensé que podía haber sido la madre de aquel chico que había desaparecido, todavía no lo habían encontrado, pero esta mujer era muy joven. -Disculpa, ¿por casualidad no viste a mi hijo? Es chiquito tiene diez años rubio y flaquito- me dijo mientras lloraba desconsoladamente.

- La verdad que no, perdón, no salgo mucho por aquí. - Ya eran dos chicos los que estaban desaparecidos. La mujer siguió buscando a su hijo y como ya era de noche decidí volver a casa.

Cuando volví Florencia había preparado la cena, se lo agradecí y le dije que no se hubiera molestado.

- Es lo menos que puedo hacer ya que te estoy molestando en tu casa.

- No eres ninguna molestia, en serio. - le contesté.

- Vino una señora a buscarte- me pareció muy extraño, no conocía a nadie en el vecindario así que le pregunte como era esa señora.- Era una mujer alta y con buen cuerpo para su edad, aunque su cara estaba algo arrugada, tenía cabello negro. La invite a merendar, parecía muy amable, me pregunto nuestros nombres y hace cuanto que estábamos aquí... ¿todo bien David? ¿por qué no me dices nada?.- Y es que no podía ni siquiera moverme del susto que me lleve. Se me puso la piel de gallina por completo; se trataba de mi vecina, que había visto aquella noche en ese hospital abandonado.

La ReuniónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora