¿Hora de marchar?

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Narras tú

Estaba en un campo lleno de rosas blancas y lirios cuando una muchacha se acercó a mi. Era de estatura baja y llevaba un hermoso vestido blanco con encaje. Debido a la lejanía no podía distinguir su rostro pero algo en ella se me hacía conocido. Traté de caminar hacia ella pero unas enredaderas se apoderaron de mis piernas impidiéndome avanzar. La maleza crecía a mi alrededor y las flores comenzaron a podrirse. Con cada intento que hacia para moverme sentía como las espinas se clavaban en mi piel y el pasto se manchaba de sangre. Cerré mis ojos soportando el dolor y al abrirlos me encontré frente a la niña. Más de cerca me pude dar cuenta que lucía mucho más joven que yo. Su cabello largo le llegaba hasta la cintura, su sonrisa era como la de un ángel y sus ojos me reflejaban como si fueran espejo. En ellos me vi vestida con un camison blanco rodeada por rosas rojas. Las enredaderas ya no me aprisionaban y mi cuerpo estaba sano, sin heridas. La pequeña acarició mi mejilla y sus labios se abrieron para hablarme.

-Te amo-

Sus ojos dejaron de reflejarme en el campo de rosas para dar paso a una chica con el pecho ensangrentado y los ojos sin brillos. Me reconocí inmediatamente. Retrocedí un paso lejos de la niña pero esta me tomó de la mano.

-No te vayas otra vez hermana, quédate conmigo aquí-

-P-pero tú...-tomé aire-se supone que estas m-muerta-

-Claro que no, estoy viva, como tú-tomó mi otra mano-¡Estamos juntas de nuevo!-me sonrió.

-Gracias por salvarme-habló otra muchacha a espaldas de mi hermana.

-¿Tú eres la huerfana?-pregunté sin creer lo que mis ojos veían.

-Ves hermanita, ahora podemos estar juntas las tres en este lugar, por siempre-solto mis manos.

Miré a las muchachas y me percaté que parecían dos gotas de agua. Observé el paisaje y ahora nos encontrabamos en una casa de campo como la que mis padres tenían para vacacionar junto a nosotras. De detrás de una puerta apareció mi padre con un tablero de ajedrez mientras que en la cocina se podía ver a mi madre preparando la cena. Todo se veía y parecia tan real que no pude evitar dejarme llevar y seguirles el juego a todos. Cenamos todos, incluyendo a la pequeña huerfana y luego de un juego de ajedrez nos fuimos a dormir. A la mañana siguiente desperté junto a mi hermana quien me tomó de las manos y me llevó al jardín. Jugamos hasta que el almuerzo estuvo listo y todo fue perfecto. Al día siguiente la rutina se repitió exactamente igual y el proximo igual. Todo era perfecto, como la vida que se suponía debía estar viviendo pero al despertar el cuarto día por la mañana, más temprano de lo usual, pude ver a la pequeña huerfana sentada en el piso de la habitación. Me levanté sin despertar a mi hermana y me acerqué a la muchacha. La tomé del hombro y ella se giró para observarme con los ojos llenos de lagrimas. La abracé fuertemente pero al separarnos mi camison se llenó de sangre. La miré extrañada y noté que en su pecho tenía una herida de bala. Mi mente comenzó a recordar la realidad y pude sentir un inmenso dolor en mi abdomen. La niña me tomó de la mano y comenzó a hablarme.

-_______ despierte-su rostro se acercó al mio hasta que nuestras frentes se tocaron-despierte ya-

En ese momento mi hermana nos separó y empujó a la pequeña lejos de mi. Me levanté apresurada y corrí hacia la salida de la cabaña. Abrí la puerta y lo que se suponía debía ser un hermoso jardín se había convertido en un campo seco lleno de enredaderas y malezas cubiertas por sangre. Salí y me di cuenta que estaba descalza por lo que podía sentir como aquel viscoso líquido rojo cubría mis pies.

-¿Por qué lo haces?-preguntó mi hermana a mis espaldas.

-¿De qué hablas?-me giré.

-¿Por qué dañas a las personas que quieres salvar?-

Kuroshitsuji: El Destino de la Mariposa de la ReinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora