Alexander abrió los ojos con dolor al escuchar unos gritos lejanos, enseguida los entrecerró, al parecer había estado en la oscuridad un largo tiempo.
Las puertas estaban abiertas y una voz desconocida le hablaba. Intentó, sin éxito, ponerse de pie. Estaba desconcertado, no sabía qué había ocurrido.
—Cariño, ¿te encuentras bien?
—Creo que sí —respondió sin poder aclarar su visión por completo.
—Deja que te ayudemos a levantarte —dijo otra voz.
Sus vecinos, una pareja de hombres, hicieron el mejor intento de ponerlo en pie, y sin mucha dificultad lograron sacarlo del ascensor.
—¿Qué ha pasado? —titubeó Alexander. No sabía qué pensar, ¿se había desmayado?
—¿Te refieres a qué pasó contigo?
—Sí —respondió todavía turbado.
—No lo sé cariño, «nosotras» solo llamamos al ascensor. ¿Estás ebrio?
—¿Necesitas ayuda? —cuestionó el otro hombre.
—¿Qué hora es? —preguntó, tratando de abrir por completo sus ojos.
—Son pasadas las once —respondieron al unísono.
—¡¿Qué?!
—Sí, cariño, las once y trece para ser exacta.
—Gracias —se limitó a responder en voz baja.
Alexander les dio la espalda y tratando de no tambalearse empezó a caminar a paso lento de regreso a su apartamento.
—¡Pero, cariño! ¡¿Seguro que estás bien?! —Escuchó en un tono muy intranquilo.
Alexander no contestó con palabras, solo alzó el brazo derecho y asomó el pulgar de su mano para darles a entender a ambos que estaba bien.
Sacó las llaves con sus manos casi temblorosas, estaba preocupado.
«¿Qué demonios ocurrió?», se preguntaba.
Después de entrar se sentó en una de las sillas de la cocina, colocó ambas manos sobre su rostro, apoyando los codos en la mesa. «Tal vez Anna siga esperándome. No, tonterías, seguro creyó que la dejé plantada y se marchó. Aunque tal vez aún pueda llegar, tal vez la encuentre y..., ¿y si no está? No puede ser que me haya esperado tanto tiempo», pensaba.
—Tengo al menos que intentarlo —repuso en voz baja.
Fue rápido al refrigerador, destapó una botella de agua, tomó un gran sorbo mientras que se acercaba al fregadero y, sobre este, se echó lo que quedaba en el rostro para despertarse.
Salió lo más rápido que pudo, sin siquiera secarse. Tomó de nuevo el ascensor.
Al llegar al estacionamiento corrió a su auto, pero al girar la llave para encenderlo, este no le respondió.
—Pero ¿qué pasa? ¡Enciende!
Esto jamás había pasado, era un auto nuevo, no hizo esfuerzo en intentar buscar la falla, no sabía nada de mecánica, así que salió del edificio, dispuesto a tomar un taxi.
—¡Taxi! ¡Taxi! ¡Taxi! —Ninguno se detenía, era como si él fuera invisible. No entendía qué pasaba—. ¡Taxi!, ¡taxi! —gritaba haciendo gestos desesperados cada vez que veía acercarse uno.
El resultado era el mismo, se encontraba ahora más irritado y sudado. Se pasaba las manos por el cabello a cada instante, tenía la garganta seca por gritar con tanta fuerza.
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El ángel de su alma gemela © [DISPONIBLE EN FÍSICO]
RomanceA los veintinueve años, Alexander no es capaz de mantener una relación que sobrepase más de una noche; para él, la idea de comprometerse es absurda. Una mañana conoce a Anna, una hermosa pelirroja, y al instante desea saber todo sobre ella. Justo cu...