El lunes a las cuatro de la tarde, después de un sueño reparador, James despertó de buen humor. Dicen que el sueño perdido no se recupera, pero al menos, él sintió que había descansado suficiente, tal vez fue gracias a la pastilla, necesitaba tomársela, hace poco había pasado de los treinta y no era lo mismo trasnocharse con veinte años que con treinta y uno.
Se metió a darse una ducha y un minuto después de salir estaba vestido como acostumbraba, solo con ropa interior. Se encaminó a la cocina para preparar un buen almuerzo y con ello estaría como nuevo.
Una vez que tuvo el estómago lleno, se dirigió a la pequeña oficina al lado de su habitación, se acomodó en la silla frente al escritorio y encendió su laptop. Se puso a buscar en Internet sobre posibles explicaciones para el supuesto olvido de Alexander, pero casi se vuelve loco, lo que consideraba ser una excelente herramienta de búsqueda terminó por asustarlo. Estaba aterrado con todo lo que leía, en su mayoría se trataba de enfermedades espantosas e incurables y temió por su amigo. Necesitaba hablar con Anna y que le informara, en caso de que sí hubiera acompañado a Alexander a Hawái, si él había tenido un accidente en la isla; una caída, algo que hubiera ocasionado un golpe en la cabeza.
James había visto a su amigo esa noche en el club, estaba normal, bebiendo y bailando, a lo mejor no fue un golpe muy fuerte, solo en el lugar correcto para provocar pérdida de memoria. Aun así, tenía que preguntarle pronto, pues buscando otra posible explicación, se horrorizó al leer que la pérdida de memoria podía ser un signo de demencia. Tenía que dejar de indagar o se angustiaría más de lo que ya estaba, lo primero era hablar con Anna.
«¿Cómo le podré preguntar estas cosas sin parecer muy extraño? No pienso decirle que Alexander no se acuerda de ella, incluso a mí me cuesta creer todo esto», pensaba.
James buscó el teléfono para llamarla, pero al ver la hora supuso que continuaba en el trabajo, así que le envió un mensaje preguntándole si podían verse más tarde, no explicó el motivo, aunque no fue necesario, ella casi enseguida le contestó que sí. Se ofreció para ir a buscarla y cuando ella le dio la dirección de su trabajo, James ahogó una sorpresa, hizo un esfuerzo para apartar unos pensamientos de su mente y le dijo que estaría allí a la hora de salida.
La preocupación por Alexander había pasado a segundo plano, James sentía un escalofrío recorrer su cuerpo a medida que se acercaba a las instalaciones de la revista. Se estacionó frente al edificio elegante y no pudo evitar mirar por la ventana y suspirar. Ese lugar le traía recuerdos de su pasado.
No tardó en distinguir a Anna, lo esperaba cerca de la entrada. Observó cómo se despidió de sus amigas, que miraban el auto mientras que hacían grandes gestos.
—¡Hola! —saludó Anna emocionada—. Creí que sabrías donde trabajo —añadió en tono de broma.
—No, Alexander no me contó —respondió mientras continuaba con los ojos fijos hacia el grupo de mujeres—. ¿Por qué tus amigas están mirando de ese modo hacia acá?
—No les prestes atención —contestó despreocupada mientras que se colocaba el cinturón de seguridad.
Cuando ya iban en marcha Anna preguntó a dónde irían.
—No lo sé, la verdad es que no lo pensé —dijo James avergonzado, había estado divagando desde que Anna le dijo que trabajaba en ese lugar— ¿Quieres ir a comer algo? — preguntó.
—La verdad es que sí, me vendría bien algo de comida en este momento, hoy no almorcé.
—No deberías de hacer eso —le reclamó preocupado.
—Lo sé —dijo entre apenada y angustiada—. Es que ya casi termino mi período de prueba y aún tengo trabajo por hacer, ayer tampoco almorcé, es que de verdad me preocupa no quedar en la compañía.
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El ángel de su alma gemela © [DISPONIBLE EN FÍSICO]
RomanceA los veintinueve años, Alexander no es capaz de mantener una relación que sobrepase más de una noche; para él, la idea de comprometerse es absurda. Una mañana conoce a Anna, una hermosa pelirroja, y al instante desea saber todo sobre ella. Justo cu...