La tensión entre Alexander y Anna aumentó al estar solos de nuevo. Caminaron hacia la salida del aeropuerto, guardando distancia entre ellos, parecían dos desconocidos.
—Imagino que te vas a tu hotel —mencionó Anna una vez que estuvieron afuera.
—Sí. Es muy tarde ya, necesito dormir.
—Claro —acotó entre triste y enojada.
Alexander llamó a un taxi y le pidió a Anna que subiera después de preguntar si no le molestaba tener que compartirlo. Ella apenas movió la cabeza en negativa, y él no supo qué quería decir hasta que, cuando abrió la puerta del carro, ella se subió.
Los minutos que duró el recorrido hasta el hotel, donde se hospedaba Alexander, transcurrieron en silencio. Sentados en ambos extremos de la parte trasera del vehículo observaban por la ventana en un silencio tan incómodo que, si prestaban suficiente atención, podían escuchar la respiración del otro.
Cuando el taxi paró, Alexander pagó lo suficiente para que llevara a Anna hasta su destino. Luego de eso habló para despedirse de ella.
—Fue un día... no sé cómo describirlo —aclaró con voz cansada—. Pero espero que te decidas pronto, si quieres que nos veamos mañana, verás que será mejor.
Anna no contestó, y él resignado se dispuso a cerrar la puerta con lentitud cuando ella interrumpió a medio camino.
—¡Si quieres subo contigo! —gritó al tiempo que arrugaba el rostro como si estuviera arrepentida.
—¿De verdad? —preguntó Alexander muy extrañado y abriendo de nuevo la puerta.
—Solo si me dices la verdad —exigió.
—¿Ahora mismo?
—Puede ser en la habitación.
—Bueno..., lo intentaré —afirmó Alexander.
—Bien —respondió ella con un suspiro.
—De acuerdo.
—Solo si no hay problema, no quiero incomodarte.
—No me incomodas, si quieres subir... es tu decisión —aseguró Alexander y bostezó.
—¿Por qué? ¿Tú no quieres que te acompañe?
—Si tú quieres —respondió con indiferencia.
—Claro que quiero, pero ¿tú quieres? —insistió.
—Anna, creo que esta conversación se está haciendo un poco tonta. Voy a subir, si quieres vienes —aclaró, bostezando de nuevo y dándole la espalda.
Anna se bajó del auto y lo siguió enseguida.
Alexander apenas podía mantener los ojos abiertos mientras iban en el ascensor.
Al momento de entrar a la lujosa habitación se dejó caer en la cama, o se cayó sobre esta, la cabeza quedó lejos de las almohadas y un brazo sobresalía del colchón.
—Sabes.... —murmuró con dificultad—. Estoy feliz de que hayas... decidido acompañarme. Solo dame... —bostezó—, cinco minutos para que hablemos y...
Anna estaba de pie a pocos metros, y no escuchó muy bien lo que dijo. Quería estar molesta con él, mas no podía ser tan incomprensiva, era más de la una de la madrugada, ella también estaba muy cansada, había sido un día muy largo y lleno de emociones de todo tipo.
Cerró la puerta tras ella y se paró junto a la cama. Verlo dormir hizo que comenzara a frotarse los ojos mientras bostezaba; quería acostarse también, pero ¿al lado de él?
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El ángel de su alma gemela © [DISPONIBLE EN FÍSICO]
RomanceA los veintinueve años, Alexander no es capaz de mantener una relación que sobrepase más de una noche; para él, la idea de comprometerse es absurda. Una mañana conoce a Anna, una hermosa pelirroja, y al instante desea saber todo sobre ella. Justo cu...