Anthony se marchó cabizbajo, derrotado, podía sentir como su corazón parecía querer salir de su pecho, era doloroso respirar y a medida que se alejaba le dolía más, pero no podía hacer nada. Un cuchillo atravesando su corazón no es lo suficientemente doloroso, si lo comparamos con lo que sintió al darse cuenta de que había perdido a Anna para siempre, ni siquiera el intenso dolor que experimentó al arrancarse sus propias alas se podía comparar con ese sufrimiento. De verdad la amaba, y la verdadera prueba de su amor, no fue dejar sus alas, fue dejarla ir.
Llegó al edificio en donde había logrado alquilar una pequeña habitación que ni siquiera tenía baño propio, solo uno pobre y descuidado que debía compartir con otros inquilinos del mismo piso.
Entró al lugar y lo observó con desagrado. La insignificante flor había caído en algún momento por el camino, en su mano solo tenía el collar que al parecer Anna había tirado por la ventana. Con él, fue directo a la cama, que no era más que un viejo colchón en el suelo cubierto con unas sábanas que había logrado adquirir a un precio razonable.
Se quedó acostado, lamentándose, y con el corazón roto en pedazos, recordaba su vida de antes y en todo lo que había dejado atrás.
Sintió como si se hubiera quedado dormido, no estaba seguro, pues de pronto el cuerpo lo sintió pesado y le dolieron los ojos. Tenía hambre, estaba cansado, y hacía frío, sensaciones humanas muy desagradables con las que ya estaba familiarizado.
Una brisa fría entró a través de la ventana, cubierta por una delgada cortina que solía ser blanca, estaba un poco rota, se movía con agitación y era tan delgada que apenas resistía la fuerza del viento. Se levantó con dificultad, no tenía ganas de nada, y se dispuso a cerrar la ventana.
De pie junto a ella, asomó la cabeza cruzando los brazos para protegerse del frío cada vez más intenso, y observó con detalle a las personas que caminaban abajo en la calle.
Anthony había renunciado a sus alas por un amor que no le correspondía, una vida sin Anna era una que no deseaba, pero ya no podía volver a su condición anterior, estaba condenado a vivir como un simple mortal hasta el fin de sus días. Con su mano derecha tocó su espalda, parecía buscar algo, estaba incompleto. Miró al cielo, que ya había comenzado a oscurecer, y se quedó contemplándolo.
—¿Qué he hecho? —murmuró.
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El ángel de su alma gemela © [DISPONIBLE EN FÍSICO]
DragosteA los veintinueve años, Alexander no es capaz de mantener una relación que sobrepase más de una noche; para él, la idea de comprometerse es absurda. Una mañana conoce a Anna, una hermosa pelirroja, y al instante desea saber todo sobre ella. Justo cu...