La mañana siguiente del segundo encuentro con Anna, Alexander estaba predispuesto a ir en taxi al trabajo, porque la última vez que intentó encender su auto no le había funcionado de forma correcta y no tuvo tiempo de mandarlo a revisar. A pesar de eso, decidió hacer un intento sin esperanzas y, para su sorpresa, este encendió como si nada.
Una vez en la oficina, le pidió a Mary que, por favor, no le pasara llamadas a menos que fuera de carácter urgente; tenía que terminar unos asuntos importantes.
De repente, se oyeron unos gritos afuera de la oficina.
«Un cliente enojado —pensó Alexander— pero ¿quién será?»
—¡Señor Miller, no puede pasar! ¡Señor!
—¡¿Cómo que no puedo pasar?! —exclamó la voz del hombre, y Alexander la reconoció enseguida, aun cuando dudó de que fuera quien pensaba, a pesar de haber escuchado el apellido con claridad.
Pasaron unos segundos y la puerta de la oficina se abrió de un manotazo. Alexander escuchó estupefacto la voz dramática de James, que le exigía algo que no comprendía.
—Bien, explícate.
—James, ¿qué haces tú aquí y a esta hora? ¿Ocurrió algo, amigo?
Alexander sabía que James, ahora que había al fin inaugurado el club, debía dormir hasta pasada la hora del almuerzo si no quería caer enfermo por falta de sueño.
—¿Amigo? —preguntó alterado—. ¡Ja! En los doce años que llevamos siendo amigos jamás, repito, ¡jamás!, me habías colgado una llamada. Ahora llega esta tal Anna y de repente me gritas por teléfono y me dejas hablando solo.
—James, perdón, no pensé que te afectara tanto —dijo levantándose de su silla.
—Estoy exagerando, pero sí que me molesté —aclaró en un tono más calmado—. ¿Qué fue lo que pasó?
Alexander se dirigió a la puerta para cerrarla, y James se sentó en una de las dos sillas que había frente al escritorio.
—De verdad que estaba alterado, a ver... ¿Por dónde empiezo? —preguntó Alexander—. ¿Te cuento todo?
—Claro que tienes que contármelo todo. Como te dije, esto nunca había pasado —argumentó de nuevo con esa voz extraña. Se había cruzado de brazos; sin embargo, Alexander sabía que no era tan en serio su actitud y que lo hacía por dramatizar.
—Bueno, bueno. Está bien —dijo asintiendo con la cabeza. Se sentó frente al escritorio y comenzó a narrar—. Me pasó de todo, primero...
—¡Señor!, ¡¿está todo bien?! —Se escuchó gritar a Mary detrás de la puerta.
—¡Sí, Mary! ¡Todo bien! —gritó Alexander de vuelta—. ¡Gracias!
—¡No me va a despedir! ¡¿Verdad, señor Blanchet?!
—¡No! ¡¿De dónde sacas eso?! ¡Claro que no!
—¡Gracias, señor! —respondió ella más tranquila, aunque sin dejar de gritar para hacerse escuchar.
—¿Dónde me quedé? —le preguntó Alexander a James.
—En realidad, no has dicho nada aún —respondió su amigo con la expresión más seria posible.
—Ya, déjame contarte. Anoche cuando iba saliendo a la cita, no me lo vas a creer—. Hizo una pausa para tratar de generar interés.
—¿Qué? —increpó James con tal expresión, que parecía que iba a enojarse de verdad si Alexander no se apresuraba a narrar los hechos.
ESTÁS LEYENDO
El ángel de su alma gemela © [DISPONIBLE EN FÍSICO]
RomanceA los veintinueve años, Alexander no es capaz de mantener una relación que sobrepase más de una noche; para él, la idea de comprometerse es absurda. Una mañana conoce a Anna, una hermosa pelirroja, y al instante desea saber todo sobre ella. Justo cu...